La justicia distributiva no debe entenderse ya como una redistribución de los "recursos dados", sino como una apropiación continua de las creaciones "inapropiadas". En efecto, los individuos no necesitan apoderarse de los recursos ajenos, sino de las oportunidades de beneficio que nadie ha explotado.
De hecho, la coherencia teórica de León XIII se percibe también cuando describe la vía del trabajador hacia la riqueza. Así, propone al obrero que reduzca sus gastos para ahorrar e invertir "el fruto de sus ahorros en una finca", finca de la que sería legítimo poseedor, pues "no es otra cosa que el mismo salario revestido de otra apariencia".
Lamentablemente, en la época de León XIII se carecía de una teoría del capital suficientemente desarrollada como para darse cuenta de que, de esta forma, el trabajador se convertía en "capitalista", rompiendo la falaz dialéctica de las clases sociales. Esta inversión en bienes de capital no sólo incrementaba la riqueza del trabajador, sino la de la sociedad entera, pues multiplicaba la cantidad de bienes y servicios disponibles.
Pero, obviamente, este proceso acumulativo de capital no podía ser arbitrario (tal y como pretendían los Estados socialistas), sino que el trabajador debía localizar las oportunidades de beneficio y dirigir hacia ellas sus ahorros. De ahí que León XIII concluyera que "los socialistas empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad, puesto que, privándolos de la libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los bienes familiares y de procurarse utilidades".
Pese a carecer, como hemos dicho, de una teoría del capital, León XIII sí identificó que el ahorro era esencial para el crecimiento económico, idea que pone en solfa gran parte de las doctrinas keynesianas, basadas en el consumo desbocado como estímulo al crecimiento económico: "Las virtudes cristianas suplen la renta con el ahorro, lejos de los vicios, que arruinan no sólo las pequeñas, sino aun las grandes fortunas, y disipan los más cuantiosos patrimonios". Queda claro que, en opinión del Papa, el consumismo sólo dilapida "el patrimonio", esto es, la estructura de capital de la sociedad.
De hecho, este proceso ahorrativo se efectúa a través de decisiones descentralizadas de los individuos, que distribuyen, tal como luego vino a poner de manifiesto la teoría austriaca, sus bienes entre los usos presentes y futuros: "El hombre, abarcando con su razón cosas innumerables, enlazando y relacionando las cosas futuras con las presentes y siendo dueños de sus actos, se gobierna a sí mismo con la previsión de su inteligencia, sometido además a la ley eterna y bajo el poder Dios; por lo cual tiene en su mano elegir las cosas que estime más convenientes para su bienestar, no sólo en cuanto al presente, sino también para el futuro".
Así mismo, siguiendo la línea de la eficiencia dinámica, alabó a los empresarios creativos e innovadores que, buscando el propio interés, servían de la mejor manera a los consumidores, a los trabajadores: "Son dignos de encomio, ciertamente, muchos de los nuestros que, examinando concienzudamente lo que piden los tiempos, experimentan y ensayan los medios de mejorar a los obreros con oficios honestos. Tomado a pechos el patrocinio de los mismos, se afanan en aumentar la prosperidad tanto familiar como individual". Como nuevamente señalara años más tarde Hayek, todo un ejemplo de encontrar el provecho ajeno buscando el propio.
La redistribución es inmoral e inútil
León XIII también vio los peligros evidentes de una ideología socialista que pretendía reducir el hombre a una misma esencia. No sólo eso, esta diferencia explicaba y justificaba que unos hombres acumularan más riqueza que otros: "Establézcase que debe ser respetada la condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo (...) Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna".
Así, se mostró partidario "de unir una clase con la otra", pero a través de "la aproximación y la amistad" y no mediante la fuerza del Estado. Esta crítica a la redistribución pública se observa perfectamente cuando alaba las "colectas, realizadas espontáneamente por los cristianos en cada reunión (...) porque se invertían 'en alimentar y enterrar a los pobres'", y desdeña a quienes han "pretendido poner la beneficencia establecida por las leyes civiles"; y, como si anticipara la ruina de la redistribución pública para evitar la pobreza, señala que "no se encontrarán recursos humanos capaces de suplir la caridad cristiana".
De la misma manera, recuerda que la función esencial de las leyes y del imperium estatal será "principalísimamente" mantener "a la plebe dentro de los límites del deber (...); porque, si bien se concede la aspiración a mejorar, sin que oponga reparos la justicia, sí veda ésta, y tampoco autoriza la propia razón del bien común, quitar a otro lo que es suyo o, bajo capa de una pretendida igualdad, caer sobre las fortunas ajenas".
Y así, circunscribe la actuación del Estado para con los pobres a hacer que "brote espontáneamente la prosperidad tanto de la sociedad como de los individuos", ya que "cuanto mayor fuere la abundancia de medios procedentes de esta general providencia, tanto menor será la necesidad de probar caminos nuevos para el bienestar de los obreros".
Ciertamente, parece que León XIII, al escribir esas líneas, estuviera pensando en los peligros de la Sozialpolitik del canciller Bismarck, semilla del futuro Estado del Bienestar europeo y que, a diferencia del Papa, olvida que la mejor manera de combatir la pobreza es creando riqueza, y no limitándola.
¿Justificó León XIII el intervencionismo?
León XIII criticó no sólo el socialismo, sino prácticamente cualquier forma de intervencionismo. De hecho, tiene muy claro que, "siendo la familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil, se sigue que sus derechos y deberes son también anteriores y más naturales". Aseguró que lo que más "contribuye a la prosperidad de las naciones" son "la probidad de sus costumbres" y las "moderadas cargas públicas". Recordó que el Estado es del todo improductivo y que extrae sus recursos de la sociedad y, en concreto, de las clases medias, pues "es verdad incuestionable que la riqueza nacional proviene no de otra cosa que del trabajo de los obreros".
Condenó de manera reiterada el intervencionismo moral del Estado, ya que "querer que la potestad civil penetre a su arbitrio hasta la intimidad de los hogares es un error grave y pernicioso", y "no es justo que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible".
Con todo, sí es cierto que, en algunas partes de la encíclica, León XIII parece justificar el intervencionismo del Estado; concretamente, en los casos de extrema necesidad, en la regulación de los días festivos y en la limitación de las condiciones laborales.
En relación con la intervención en casos de extrema necesidad, aunque señala que, "si una familia se encontrara eventualmente en una situación de extrema angustia y carente en absoluto de medios para salir de por sí de tal agobio, es justo que los poderes públicos la socorran con medios extraordinarios", matiza rápidamente: "Pero es necesario de todo punto que los gobernantes se detengan ahí".
Los casos de necesidad extrema se definen en ética como los del "bote salvavidas", casos donde la solución no es del todo clara, pues se coloca a la sociedad ante supuestos excepcionales que violentan las instituciones tradicionales. De la excepción no puede hacerse norma.
Sobre los festivos, León XIII asegura que hay "que interrumpir las obras y trabajos durante los días festivos", pues es "un descanso consagrado por la religión". En realidad, el Papa olvidó que ya durante el siglo XIX, y antes de que los Estados legislaran en tal campo, los crecimientos en la productividad ya habían permitido a los obreros disfrutar de días de descanso estipulados voluntariamente en sus contratos laborales. Las legislaciones laborales simplemente vinieron a consolidar una situación de hecho.
León XIII sostiene además que debe evitarse que "el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuerpo se rinda a la fatiga"; y es que la capacidad del ser humano "se halla circunscrita a determinados límites, más allá de los cuales no se puede pasar". Por ello, concluye, "se ha de mirar que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas".
También defendió un salario justo, "que no debe ser en manera alguna insuficiente para alimentar a un obrero frugal y morigerado".
Por estas reflexiones Rothbard aseguró que sufría de un sesgo a favor del trabajador, lo cual, ciertamente, restaba verosimilitud a su liberalismo. Sin embargo, leído con atención, León XIII sólo está prescribiendo una situación física: el ser humano no puede (y por tanto no debe) trabajar más allá de sus límites y necesita comer para sobrevivir.
Pero ello no significa necesariamente que la legislación laboral quede justificada, pues "cuánto deba ser el intervalo dedicado al descanso, lo determinarán la clase de trabajo, las circunstancias de tiempo y lugar y la condición misma de los operarios". Y así, "para evitar injerencias de la magistratura, sobre todo siendo tan diversas las circunstancias de cosas, tiempos y lugares, será mejor reservarlas al criterio de las asociaciones de que hablaremos después". Sólo "si las circunstancias lo pidieren" debería intervenir "la autoridad pública".
En realidad, todo esto parece remitir a los casos de "necesidad extrema" arriba mencionados. Es más, uno encuentra un cierto anticipo a lo que, treinta años más tarde, vendría a conocerse como el "teorema de la imposibilidad del socialismo", pergeñado por Ludwig von Mises. Ningún Gobierno es capaz de recoger toda la información dispersa sobre las circunstancias concretas de cada caso, y por tanto es incapaz de conocer el salario o las condiciones de trabajo justas.
Algo similar a lo que plantearon los escolásticos Juan de Lugo y Juan de Salas, quienes afirmaron que el "precio justo" depende de tan gran cantidad de circunstancias específicas que sólo "Dios puede conocerlo".
El grueso de esa regulación lo deja a unas asociaciones a las que luego denomina "sociedades de socorros mutuos", esto es, "entidades diversas instituidas por la previsión de los particulares para proteger a los obreros, amparar a sus viudas e hijos en los imprevistos, enfermedades y cualquier accidente propios de las cosas humanas".
León XIII, pues, no defiende una seguridad social pública, sino más bien una serie de asociaciones de cooperación voluntaria que, con ciertos matices (por ejemplo, el desempleo no es actuarialmente asegurable), podrían resultar equiparables a los seguros y, en definitiva, a una seguridad social privada.
Así pues, no es cierto que León XIII justifique el intervencionismo, salvo en los casos de extrema gravedad (situaciones excepcionales donde, para muchos autores escolásticos, las normas morales dejan de tener validez). Y no puede hablarse de un sesgo a favor del trabajador más allá de las consideraciones cristianas acerca de la dignidad del trabajo.
Finalmente, sorprende cómo autores libertarios de la talla de Rothbard dejaron de percibir la cercanía de la Rerum Novarum a sus postulados anarquistas. Si bien León XIII justificó la intervención del Estado, no queda ni mucho menos claro que basara la existencia de éste en la coacción y en la fuerza. No estoy sugiriendo que León XIII fuera un convencido ácrata, pues en algunos pasajes es clara su aceptación de los poderes públicos; sin embargo, sí está en el límite, como muchos autores, de negar la soberanía del Estado sobre los individuos.
Conclusión
A lo largo de estos dos artículos hemos podido observar cómo el origen de la llamada "doctrina social de la Iglesia", la encíclica Rerum Novarum, es del todo liberal y procapitalista. Por supuesto, esto no soluciona el problema de si el catolicismo debe tomar partido por un determinado sistema político terrenal. Desde luego, la Iglesia católica está muy por encima de puntuales encíclicas. Aquí sólo hemos querido demostrar que las afirmaciones acerca de que el catolicismo nunca ha defendido el capitalismo y de que la doctrina social de la Iglesia fue una lacra para la libertad son, simple y llanamente, falsas.