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LA IZQUIERDA REPUBLICANA EN ESPAÑA

Republicanos

La escena política española se está llenando de republicanismo. Se diría que se trata de un producto de moda que da mucho de sí, de un pret-à-porter que muchos quieren probarse a ver qué tal les sienta y así lucirse en el XXV Aniversario de la Constitución española.

Se percibe en este auge, en efecto, un “listo para llegar”, un aire de diseño pretendidamente rompedor y postmoderno, que, sin embargo, vive de prestado. Por un lado, se presenta en la pasarela de las nuevas tendencias como producto innovador, pero, por el otro, preconiza un orgulloso retorno al pasado. Para ello, no duda en revolver los ficheros de la Historia y en exhumar cadáveres exquisitos para orearlos como especies desaparecidas que piden otra oportunidad y acaso también una reparación. A tal empresa se consagran historiadores y científicos sociales, y no pocos políticos, con el mismo espíritu de aventura con el que uno se enrola a la busca del arca perdida o con el aire melancólico de quien rememora el tiempo perdido. Se trata, en fin, de un revival polifónico al que muchos se apuntan con la esperanza de sacar algún provecho, y hasta todo un partido, si la cosa funciona; de un estilo que sirve tanto para un roto como para un descosido, o sea, para romper o reformar.
 
En la España actual, el republicanismo es un banderín de enganche enarbolado por las izquierdas y los nacionalismos, cada uno por motivos propios, pero con parejos intereses. Y no es extraño que acaben convergiendo y uniéndose… para destronar a los actuales gobernantes. Su principal caudal desemboca en Tarragona, en Delta del Ebro, que hoy simboliza una variedad local del río de Heráclito, la imagen del cambio y la oposición de contrarios: un español no puede bañarse ni una sola vez en sus aguas, porque es propiedad exclusiva de la Corona de Aragón, ahora republicana, libre y soberana.
 
Muy cerca de allí los comunistas del Estado español se han quedado petrificados ante la inminencia de la definitiva batalla del Ebro. Los socialistas, sin perder de vista el legado de Pablo Iglesias, Largo Caballero e Indalecio Prieto, van tras la pista de nuevos referentes que den fundamento a su periclitada ideología. Para reparar el artefacto y para recobrarse del vapuleo histórico y social recibido, y ofrecer de paso una nueva imagen, reciben el auxilio de serviciales profesores de Ciencia Política, Sociología y Filosofía de la Universidad, quienes le han puesto sobre la mesa un manual breve y sencillo —de esos que se estudian en dos días antes del examen: se nota que los teóricos son los mismos que delinearon la revolucionaria pedagogía LOGSE— en el que se promueve un doctrinario de nueva/vieja izquierda bajo la rúbrica de “republicanismo”.
 
El vocablo “republicano” adoptado es rico en polisemia, lo cual resulta muy práctico, pues remite tanto a una estructura de Estado (opuesto a la Monarquía) o a una trayectoria de pensamiento que se retrotraería hasta la Política de Aristóteles, y que, ascendiendo en la Historia a través de Maquiavelo, Cromwell, Rousseau, Robespierre, Kant, Arendt et alii, ofrece un surtido mosaico (o rompecabezas) con el que recomponer los restos del naufragio. Mas para no tener que releer a los clásicos, que son un rollo, los asesores teóricos de Zapatero le pasan regularmente resúmenes de los autores neorrepublicanos (la mayoría, curiosamente, de raigambre anglosajona). O bien, para acabar antes, una liviana ficha con una síntesis del libro de Phillip Petit, Republicanismo; texto mediocre y tedioso donde los haya, pero de título muy impactante e inconfundible, y fácil de recordar. He aquí el guiso del pensamiento progresista republicano: un poco de participacionismo y de coacción ciudadana por allí; un poco de multiculturalismo por Alá; un baño de multitudes y de humanismo cívico por acullá; esencia de estatismo y de justicia redistributiva para darle espesor al caldo; algo de virtud política, y, sobre todo, mucha moral. Y ya se dispone de un producto sencillo, tranquilo y alegre con el que desmarcarse del liberalismo y derribar a la derecha.
 
Este republicanismo socialista de nuevo/viejo cuño es el que se reúne en el tiempo con el muy explícito de la ERC para mandar en Cataluña, y sorprende la naturalidad y el descaro con los que presentan al público sus iniciativas, la misma sospechosa inocencia con la que se erige una estatua de Sabino Arana en Bilbao o se lanza en Vitoria el Plan Ibarreche. Carod-Rovira, en un foro con Directivos y Ejecutivos en Madrid, declara que no hay nada que temer: ellos son políticos de fiar que se explican con claridad. Su independentismo es “a la catalana” e “impecablemente democrático, pacífico y tranquilo”, y su republicanismo, “de estilo francés”, ya saben, el de los derechos civiles y la ciudadanía. Independentismo. República. ¿Por qué no, si éste es un Estado democrático y les ampara la Constitución?
 
Impresiona de veras el cinismo que se enseñorea sin el menor recato en este mundo al revés en que se está convirtiendo la política en España: ¿será esto la utopía? El PP en Cataluña (12 por ciento de los votos, pero primer partido nacional) no tiene cabida en la Comunidad autónoma, pero ERC (16 por ciento) decide y se blinda en el poder. Como si nada. El nuevo presidente del Parlament, el republicano Benach, inicia su discurso inaugural (¿constituyente?) con palabras de Lluís Companys en 1932: “Si alguna vez he sentido el peso de mi insuficiencia, es en estos momentos…” Encima, guasa. Así pues, reforma estatutaria y constitucional: “Iniciamos aquí un camino sin retorno hacia una nación plena”. ¿Y Zapatero qué propone? Lo mismo: un nuevo marco que asuma las Autonomías “como algo definitivo” y reforma del Senado para privilegiar a algunas CC AA. ¡Ah! y suprimir la discriminación de la mujer en el orden sucesorio a la Corona… Pero, ¿por qué se preocupan tanto los republicanos por la normatividad monárquica mientras prometen romper o reformar la Constitución de 1978, uno de cuyos logros consistió justamente en superar la querella entre Monarquía y República?
 
 
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