El argumento práctico en contra de la redistribución de rentas es simple y contundente: implica que unos reciben una cantidad de riqueza superior a la que generan como productores a expensas de otros, a quienes, en cambio, se confisca parte de lo que producen. De este modo resulta relativamente más gravoso obtener renta produciendo y relativamente menos gravoso hacerse con ella a través del Estado, por lo que se incentiva lo segundo en detrimento de lo primero.
Los igualitaristas arguyen a menudo que estas consideraciones prácticas son secundarias, pues la ética exige que sacrifiquemos algo de eficiencia en beneficio de los más necesitados. En concreto, el progresismo más ilustrado (Rawls, Dworkin) plantea argumentos como éste: la desigualdad fruto del esfuerzo y de decisiones personales es legítima; la desigualdad fruto del azar y los talentos innatos es ilegítima y debe intentar corregirse. Este planteamiento equipara justicia con mérito.
Más allá de la dificultad de separar las decisiones personales del azar o el talento innato (¿es Rafael Nadal rico porque se ha esforzado o porque nació con talento?), cabe cuestionar la premisa: ¿por qué es injusto aprovechar los talentos, características, circunstancias, etc., que la naturaleza ha puesto a nuestro alcance? No es cierto que nuestras intuiciones morales apunten en esa dirección. La gente vincula el mérito con la justicia en unos casos, pero no en otros. También cree que el azar desempeña un papel importante y legítimo en la vida, y procura sacar partido a sus atributos, talentos y circunstancias sin sentir remordimientos por ello. De hecho, es difícil reconciliar nuestra individualidad y sentido de la existencia con la idea de que nuestros talentos y características innatas son en cierto modo indignas y necesitan de represión y correctivos.
Con todo, no está claro que la equiparación de justicia y mérito lleve a conclusiones redistribucionistas, pues el beneficiario del aparato redistributivo ha hecho menos méritos aún para recibir subsidios. Si lo despojamos de florituras, el argumento se reduce a lo siguiente: un individuo con menos talento o en circunstancias precarias puede amenazar con la violencia a otro individuo inmerecidamente más rico (como consecuencia de su talento, suerte, etc.) para quitarle parte de su riqueza, aunque aquél haya hecho todavía menos para merecerla.
La defensa meritocrática de la redistribución tiene otras implicaciones incómodas para sus proponentes. Imaginemos un mundo en el que pudiéramos transferir nuestros componentes físicos a otras personas mediante procesos quirúrgicos. De acuerdo con el principio de que la desigualdad innata es injusta y ha de corregirse, en ese mundo deberíamos redistribuir los atributos de nuestro cuerpo: los guapos deberían transferir, bajo coacción, parte de su belleza a los feos; los atletas, parte de su agilidad y fortaleza a los minusválidos. En definitiva, en ese mundo los progresistas deberían estar a favor del igualitarismo físico.
Corregir la desigualdad física, genética y psíquica debería ser, en realidad, su política preferida en un mundo donde tal cosa fuera posible, pues la desigualdad física es el origen de la desigualdad de rentas que pretenden corregir. Si un individuo ha obtenido una gran fortuna como resultado de su talento e inteligencia innatos, podemos redistribuir parte de su fortuna hacia quienes tienen menos o podemos atacar la fuente y redistribuir parte del talento y la inteligencia de aquél hacia alguien sin talento y con un IQ bajo.
Los progresistas pueden consolarse pensando que el igualitarismo físico es hoy en día ciencia ficción (aunque con el desarrollo de la eugenesia quizás deje de serlo pronto). Pero el propósito de este experimento mental es averiguar si, dejando aparte su viabilidad, el igualitarismo físico es moralmente deseable. O, más específicamente, si el argumento meritocrático a favor de la redistribución implica la deseabilidad del igualitarismo físico. Encerrar en un gulag a todo el que crea que Dios existe también es materialmente irrealizable, pero considerar esta idea deseable, o que tu razonamiento conduzca lógicamente a ella, ya es bastante preocupante.
La próxima vez que un progresista defienda la redistribución de rentas deberíamos preguntarle si estaría dispuesto a renunciar a su talento, guapura o inteligencia en favor de terceros. Se encontraría entonces en la tesitura de abrazar el igualitarismo físico o rechazar el igualitarismo material. Y con un poco de suerte vencería el sentido común.
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ALBERT ESPLUGAS BOTER, miembro del Instituto Juan de Mariana y autor de La comunicación en una sociedad libre.