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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Reciprocidades y asimetrías

No hace ni una semana que está instalado otra vez el PSOE en el poder, y ya crece por doquier la sensación de ahogo y agobio. Y esto es sólo un anticipo de lo que se avecina. Con todo lo que ha pasado, y está por llegar, ¿se permitirá algún día el retorno del PP al Gobierno?  

No hace ni una semana que está instalado otra vez el PSOE en el poder, y ya crece por doquier la sensación de ahogo y agobio. Y esto es sólo un anticipo de lo que se avecina. Con todo lo que ha pasado, y está por llegar, ¿se permitirá algún día el retorno del PP al Gobierno?  
El guión del asalto socialista al Palacio de La Moncloa ha empleado muchos pretextos con los que servirse de palancas para abrirse paso hasta la meta y como argumentos con los que sugestionar y congestionar al personal. Algunos de ellos no pasan de ser estadios transitorios, meras tácticas que proporcionan un rápido beneficio y se abandonan u olvidan pronto. Es el caso del Prestige o del Yak-42, asuntos de los que nadie se acordará en pocos meses. Hay, en cambio, otros ardides que, en calidad de estrategia a más largo plazo, se han adherido como una lapa al tejido social español y van a ser muy difícil de arrancar de la piel de toro. Me refiero, cómo no, a la proclama apaciguadora y claudicante del “No a la guerra” y a la sugestión pérfida y sectaria según la cual la derecha no tiene derecho a estar en las instituciones, pues esto es privilegio de la izquierda.
 
Tanto el trasnochado ideal pacifista como este segundo presupuesto totalitario parecían haber quedado sepultados por los nuevos tiempos y los nuevos aires que ha traído la Historia. Principalmente, desde el final de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín. Esa guerra la perdió el comunismo y dejó descalabradas a las izquierdas. Pero su revancha, con toda la venganza, el odio y el resentimiento que acogen en sus higadillos, ha necesitado de tiempo para encontrar el momento para el desquite y la estocada mortal. Algunas pequeñas rebeliones y escaramuzas, como el mayo del 68 y las protestas contra la guerra del Vietnam, calentaron los ánimos y el ambiente. Pero algo más gordo tenía que pasar para recoger la llama de la ira y la furia, hacer encender el horizonte y apagar la chispa de la vida. Este resarcimiento encontró su punto de fusión en los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Desde ese instante, no puede extrañar que la Izquierda uniera su vieja vocación llagada al destino de los parias de la Tierra y la famélica legión provenientes de Oriente. La Revancha de Lenin se alió, por tanto, a la Revancha de Alá para intentar poner fin a más de veinticinco siglos de Historia occidental. Pues si Fukuyama erraba en su diagnóstico, ellos le darían la razón, y la vuelta. ¿Cómo?: poniendo el mundo  patas arriba. Es la hora de la ira de Dios y de la sacra némesis.
 
Unos y otros han declarado la guerra a Occidente. Pero gran parte de Occidente, sus representantes más apocados y mezquinos, no reaccionan ni responden, dando así por bueno el viejo y falaz adagio según el cual dos no pelean si uno no quiere. Y se quedan tan frescos, aunque, en el fondo, muertos de miedo. Sucede, por el contrario, que cuando uno no quiere pelear, sencillamente, se rinde. De repente, vemos cómo se trunca el principio de la reciprocidad, y todo ello, para mayor oprobio, en nombre del diálogo, que representa (estoy por decir, más bien, “ha representado”) el paradigma de la correspondencia y de la responsabilidad.
 
En una feliz coincidencia, el diario ABC ha traído en días sucesivos (18 y 19 de abril) dos buenos ejemplos de análisis político del presente que convergen en esta misma idea: la crisis perceptible en nuestros días de la energía de la reciprocidad, que estaría detrás de muchos de los sobresaltos que nos acometen. Serafín Fanjul escribe el domingo 18 una notable columna bajo el título: “Recibir y no dar”. En efecto, las masas musulmanas se han instalado in partibus infidelium con un espíritu regalado de aquí me las traigan, de yo ya no me muevo pues me ha costado mucho llegar. Y, dicho esto, que no nos vengan ahora los demagogos antiamericanos, los antisemitas y los antioccidentales con monsergas sobre el racismo y la xenofobia, que los datos chirrían: según un reciente sondeo de opinión realizado en Marruecos, el 73 por ciento de los nativos muestra su rechazo contra los cristianos y el 92 por ciento contra los judíos; el 60 por ciento creen justificados los ataques suicidas con bombas contra objetivos occidentales y el 45 por ciento valoran positivamente la figura de Osama Ben Laden. Por lo demás, todo parece indicar que al instalarse en Alicante, Málaga o Lavapiés muchos no varían este parecer, aunque se muestren discretos, y aun pregonen que adoran nuestro país y se pirran por las victorias del Real Madrid. Sea, pero aquellos que no compartan tales sentimientos son los primeros que deberían distanciarse de los beligerantes y denunciarlos. Concluye Fanjul: “¿Es mucho esperar algún tipo de presión en este sentido, o sería prueba irrefutable de imperialismo colonialista?”. Por su parte, Benigno Pendás, al día siguiente, publica una Tercera, titulada “¿Quién es nihilista?”, que finaliza con estas palabras: “Así están las cosas. Nos odian, pero no les odiamos. Nos destruyen, pero no se lo reprochamos. Acaso el dolor de las víctimas cumple la función de expiar la sedicente culpa de todos. Ellos no son nihilistas. ¿Y nosotros?”.
 
Pues no sé, pero, en efecto, esto es lo que hay. A escala internacional y a escala doméstica. Zapatero y el PSOE pueden hacer lo que se les antoje, que aquí pocos se quejan y no se activa el Estado de derecho. El PP respira y un aliento fascista recorre España de cabo a rabo. El diálogo racional es, desde Platón, dar razones y recibirlas. Pero aquí unos vigilan el camino y otros cobran la recompensa. Unos ganan la fama y otros cardan la lana. Éste es el país de las maravillas donde la reciprocidad es cosa de tontos y prima la asimetría, el pluralismo diferenciado y la solidaridad limitada. Todo ello en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, los derechos humanos y el derecho internacional. A los españoles nos han robado la cartera y los ahorros el 14 de marzo tras un golpe mortal y si lo denunciamos a la comisaría de policía o al juzgado de guardia se enteran antes en la SER y la cosa se paraliza y archiva. ¿Es mucho esperar algún tipo de presión en este sentido, o sería prueba irrefutable de derechismo franquista?
 
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