La postura de Stalin en relación con el III Reich distó mucho de ser uniforme antes de 1941. Durante los años veinte, el dictador soviético permitió que se entrenaran en territorio de la URSS tropas alemanas en clara violación del Tratado de Versalles. Muy posiblemente acariciaba la idea de que un rearme alemán se tradujera en el estallido de una nueva guerra mundial que destrozara la posibilidad de resistencia de las potencias occidentales y allanara el camino a la extensión del comunismo por Europa. Semejante política ni siquiera se detuvo cuando Hitler llegó al poder a inicios de 1933. Por más que la propaganda de la Komintern insistiera en el peligro fascista, lo cierto es que Stalin mantuvo su colaboración con Alemania, una Alemania nazi a la sazón, seguramente convencido de que Hitler sería una garantía segura de una nueva conflagración.
Semejante relación experimentó un cierto enfriamiento al estallar la guerra civil española. Stalin acudió con inusitada rapidez en ayuda del Frente popular, en parte, porque, según confesión propia, ambicionaba apoderarse de las reservas de oro del Banco de España y, en parte, porque no se le ocultaba la posibilidad de instalar un régimen comunista en el Mediterráneo. Este paso —que implicó, por ejemplo, la creación de las Brigadas internacionales— no fue considerado por Stalin susceptible de derrota prácticamente hasta 1939, tras la derrota frentepopulista en la batalla del Ebro y la entrada en Cataluña de las fuerzas de Franco. De hecho, todavía en 1938, Stalin recibió informes de distintos agentes destinados en España en los que se le informaba de que, de producirse la victoria frentepopulista, la nación nunca recuperaría el sistema parlamentario y que, por el contrario, se implantaría una dictadura comunista bajo un partido único de izquierdas que encabezaría Negrín y en el que se intentaría englobar, simbólicamente, a personajes como Prieto, aunque su dirección real estaría en manos comunistas.
Sabido es que el bando apoyado por Stalin perdió la guerra civil española lo que motivó, entre otras cosas, un reajuste de la política exterior soviética encaminado —como en los tiempos pasados— a propiciar el estallido de un conflicto entre las potencias occidentales y una expansión paralela y ulterior del comunismo. Así, en agosto de 1939, Stalin suscribió un pacto con Hitler que, en teoría, implicaba la consagración de relaciones pacíficas entre ambas naciones pero que, en realidad, sancionaba el reparto de Polonia entre el III Reich y la URSS, y la invasión por una u otra de las dos dictaduras de naciones enteras de Europa oriental. Así, en septiembre de 1939, Hitler invadió la parte occidental de Polonia —paso seguido en unos días por la invasión de la parte oriental por Stalin— y a continuación la URSS, con el beneplácito nazi se apoderó de las repúblicas del Báltico (Lituania, Letonia y Estonia), de una parte de Finlandia y de distintos territorios en Europa oriental.
Gracias a la colaboración del dictador nazi, Stalin estaba llevando a cabo unos avances territoriales realmente prodigiosos que le habían resultado imposibles al propio Lenin dos décadas antes. Los propósitos de Stalin se vieron en parte frustrados durante el verano de 1940 cuando la guerra que debía desangrar a Francia y Gran Bretaña, por un lado, y a Alemania, por otro —guerra, dicho sea de paso, en la que los partidos comunistas, siguiendo órdenes de Moscú, se negaron a combatir contra los nazis— no sólo no se prolongó durante años sino que fue resuelta en apenas unas semanas mediante una estrategia genial articulada por Von Manstein y el propio Hitler. No sólo las potencias no se habían agotado entre sí facilitando un ataque de Stalin sino que el III Reich había emergido del enfrentamiento con enorme pujanza.
En apariencia, una URSS que había colaborado leal —y beneficiosamente— con Alemania no tenía nada que temer pero resultaba obvio que ambos dictadores se observaban amenazadoramente con la intención de acabar el uno con el otro permitiendo un único dominio sobre el continente. En ambos casos además habían expresado repetidamente sus ansias expansionistas. De Hitler es archisabido que en junio de 1941 invadió la URSS dando inicio a una fase de la guerra que la mutaría trágicamente. Mucho menos sabido es que también Stalin tenía planes concluidos para atacar a Alemania en aquel mismo año de 1941.
Ya a finales de 1940, el Ejército Rojo empezó a realizar un despliegue ofensivo en los salientes cercanos a Bialystock y Lemberg, tal y como admitiría en sus Memorias el mariscal Zhukov. En diciembre de ese mismo año, una reunión de los altos mandos del ejército soviético bajo la presidencia del mariscal Timoshenko tomó la decisión de convertir cualquier guerra futura en una guerra ofensiva, una decisión peculiar si, efectivamente, la URSS era, como afirmaba la propaganda, una potencia pacífica sin planes de expansión armada. Del 2 al 6 y del 8 al 11 de enero de 1941, los altos mandos del Ejército rojo bajo la dirección del comisario del pueblo para la defensa, en presencia de Stalin y otros mandos, llevaron a cabo maniobras militares sobre la bases establecidas por un estudio dedicado a una futura guerra ofensiva contra Alemania. Uno de los mapas estratégicos utilizados en estas maniobras incluía como objetivo de la ofensiva la conquista de Prusia oriental y Königsberg por fuerzas soviéticas superiores en número que partirían de los países bálticos invadidos unos meses atrás.
Lo que se estaba preparando resultaba más que obvio pero por si quedaba alguna duda el 5 de mayo de 1941 Stalin emitió una declaración en la que exigía del Ejército rojo una conversión intelectual y propagandística al concepto de ataque y alababa la superioridad material de las fuerzas soviéticas. Diez días después, el jefe del estado mayor del Ejército rojo, general Zhukov transmitió al presidente del consejo de comisarios del pueblo de la URSS, camarada Stalin, en presencia del comisario del pueblo para la defensa, mariscal Timoshenko, el plan, firmado por todos ellos, para una guerra ofensiva contra Alemania bajo el nombre de “Consideraciones sobre el plan de movilización estratégica de las fuerzas armadas en el caso de guerra con Alemania y sus aliados”. El documento era estrictamente secreto y sólo se hizo una copia que el comandante general Vasilevsky entregó a Zhukov en el curso de una recepción con Stalin en el Kremlin. El primer jefe del estado mayor, teniente general Vatutin, realizó en esa copia algunas correcciones y subrayados con lápiz.
El plan de ofensiva contra Alemania incluía:
El plan de despliegue estratégico de 2 de marzo de 1941 en el caso de una guerra con Alemania.
El plan de operaciones en caso de guerra con Alemania mencionado en el documento de 15 de mayo de 1941.
El plan de despliegue de fuerzas de 11 de marzo de 1941 preparado con la participación de Vasilevsky y presentado a Stalin por Timoshenko y Zhukov.
A esto se añadía un denominado “Credo de ataque” que explicaba la visión que motivaba aquel plan para una guerra ofensiva contra Alemania y a la que nos referiremos más adelante. Stalin, como no podía ser menos, firmó con su visé el texto del plan y el 24 de mayo de 1941 lo discutió junto con los jefes máximos del Ejército rojo en una conferencia celebrada en el Kremlin el 24 de mayo de 1941. La URSS iba a atacar al III Reich como paso precio a su expansión por Europa y lo iba a hacer cuanto antes.
La próxima semana seguiremos desvelando el ENIGMA sobre los planes de Stalin para atacar Alemania en 1941.