Suele pasar que, tal como vinieron, se van. Pasa la crisis en cuestión, se olvida el descubrimiento trascendental y con el olvido se pierde el uso de los conceptos que, durante algunos días, han ocupado las portadas de los periódicos.
¿Recuerdan a los priones? Durante los meses que duró la última crisis de las vacas locas, la palabrita se incrustó en nuestro vocabulario a fuerza de escucharla repetida una y otra vez. Al fin, aprendimos que aquellas cosas llamadas priones eran responsables de la transmisión de la enfermedad mediante el consumo de carne contaminada.
No está mal. No es mucho pero no está mal. Es uno de los casos más recientes que demuestran el valor divulgativo de la información científica. A pesar de que muchos colegas informadores de ciencia insisten en distinguir información y divulgación, en no pocas ocasiones la frontera es difusa. La actualidad, es motor de conocimiento. Lo malo de la actualidad es que es, por naturaleza, efímera. Y los priones dejaron de interesarnos al tiempo que nos dejó de preocupar la enfermedad que transmitían. Pero los priones no han desaparecido de la naturaleza, las vacas siguen enfermando de encefalopatía y quién sabe si siguen contaminando a seres humanos.
Por eso, los científicos, que viven por fortuna inmunes al tránsito fugaz de la noticia periodística, siguen pensando en priones. Ahora, un equipo de investigadores del Howard Hugues Institute de Estados Unidos ha realizado un descubrimiento fundamental para entender mejor la naturaleza infectiva de estas proteínas incorrectamente plegadas. Los biólogos se han enfrentado tradicionalmente a una gran duda cuando se trataba de explicar el comportamiento prional. ¿Qué impide habitualmente que un prión pase de una especie a otra? y, por consiguiente, ¿qué hace que a veces esa barrera entre especies se quiebre, como en el caso del mal de las vacas locas?
En experimentos realizados con priones de levadura los investigadores han podido demostrar cómo algunas mutaciones puntuales en dichos priones afectan a la forma en que se vuelven infecciosos para la planta. Al contrario de lo que ocurre con las bacterias o los virus (que son seres vivos), los priones son sólo proteínas aberrantes que se han plegado y desplegado de forma contraria a como sus hermanas sanas suelen hacerlo y que inducen esta aberración a sus compañeras.
En el caso del estudio que nos ocupa, los investigadores utilizaron una forma de prión que induce cambios en el metabolismo de la levadura. En el laboratorio se descubrió que diferencias muy sutiles (incluso un cambio de temperatura) podrían provocar un cambio en la infectividad de esa proteína. De ese modo, fueron capaces de crear mutaciones de priones y controlar su infectividad. Los autores del trabajo advierten de que este avance es fundamental para el conocimiento de enfermedades como el mal de la vacas locas. A partir de ahora, no sólo sabemos que el hombre no está protegido contra el mal por el mero hecho de pertenecer a una especie no vacuna sino que deberíamos investigar qué tipo de priones afectan a las vacas y qué capacidad tienen de mutar para saltar la barrea de la especie humana.
En definitiva, es una herramienta nueva para prevenir la expansión de este tipo de males, pero también para entender enfermedades como el Alzheimer en las que también están involucrados las proteínas aberrantes.
No sé si tarde o temprano tendremos que volver a hablar de priones. Espero que no sea necesario tener que rescatar del baúl de los recuerdos la palabrita en cuestión. Mucho me temo, sin embargo, que en algún momento volverán a aquejarnos epidemias relacionadas con este tipo de transmisión infecciosa y que el concepto volverá a las portadas de los periódicos. Lo que está claro es que, para entonces, la ciencia contará con mejores armas de combate.