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1. ENIGMAS DE LA HISTORIA

¿Quién ganó las elecciones de abril de 1931?

En la mitología republicana ha sido común insistir en que la llegada de la república en abril de 1931 vino precedida de unas elecciones en las que el pueblo se manifestó abrumadoramente en contra de la monarquía y a favor del cambio de régimen. Se habría tratado, por lo tanto, de un tránsito democrático de una forma de Estado a otra.  Pero en realidad, ¿quién ganó las elecciones de abril de 1931?

En la mitología republicana ha sido común insistir en que la llegada de la república en abril de 1931 vino precedida de unas elecciones en las que el pueblo se manifestó abrumadoramente en contra de la monarquía y a favor del cambio de régimen. Se habría tratado, por lo tanto, de un tránsito democrático de una forma de Estado a otra.  Pero en realidad, ¿quién ganó las elecciones de abril de 1931?
La monarquía parlamentaria de Alfonso XIII se vio sometida a una operación incansable de acoso y derribo prácticamente desde sus inicios. Los socialistas y los anarquistas aspiraban a su eliminación total y a su sustitución por diferentes formas de socialismo; los republicanos deseaban la implantación de una república y los catalanistas —y posteriormente los nacionalistas vascos— soñaban con un proyecto de liquidación del Estado que, forzosamente, tenía que pasar por la destrucción del sistema de la monarquía liberal.
 
Durante años, semejantes proyectos fracasaron vez tras vez, en parte, porque el sistema iba avanzando de una manera quizá no espectacular pero sí innegable y, en parte, porque las distintas fuerzas eran muy minoritarias —no hubo un diputado socialista hasta bien entrado el siglo XX y gracias a una conjunción con los republicanos— y actuaban de manera descoordinada. Esta situación experimentó un brusco final cuando en 1917 republicanos, socialistas y catalanistas, con el apoyo de un sector del ejército, descubrieron que tenían posibilidades ciertas de aniquilar el sistema parlamentario. El intento fracasó porque los catalanistas —un movimiento esencialmente burgués— temieron verse desbordados por los colectivos obreristas y porque el ejército terminó plegándose, como era su obligación, al poder constitucional.
 
Cuando a inicios de los años 20 se produjo el pronunciamiento del general Primo de Rivera pudo dar incluso la impresión de que las fuerzas anti-sistema habían perdido la batalla. Los nacionalistas catalanes saludaron con inefable entusiasmo al general del que esperaban que acabaría con el pistolerismo anarquista que se había adueñado de Barcelona —como, efectivamente, sucedió— y también el PSOE se avino a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera a la espera de que acabara con esos mismos anarquistas a los que no consideraba hermanos sino peligrosos rivales. De manera bien significativa, cuando concluyó la dictadura, nacionalistas catalanes y socialistas eran más fuertes y, sobre todo, estaban convencidos de que podían aniquilar el sistema parlamentario si jugaban sus cartas adecuadamente.
 
Para llevar a cabo ese paso, no articularon una estrategia legalista sino, por el contrario, un entramado golpista que incluyera a sectores concretos de las fuerzas armadas. Sin embargo, la conspiración contra el sistema parlamentario no incluyó sólo a socialistas, nacionalistas catalanes o republicanos. Desde febrero a junio de 1930, conocidas figuras monárquicas como Miguel Maura Gamazo, José Sánchez Guerra, Niceto Alcalá Zamora, Ángel Ossorio y Gallardo, y Manuel Azaña abandonaron la defensa de la monarquía parlamentaria para pasarse al republicanismo. Finalmente, en el verano de 1930 se concluyó el Pacto de San Sebastián donde se fraguó un comité conspiratorio oficial destinado a acabar con la monarquía parlamentaria y sustituirla por una república.
 
De la importancia de este paso puede juzgarse por el hecho de que los que participaron en la reunión del 17 de agosto de 1930 —Lerroux, Azaña, Domingo, Alcalá Zamora, Miguel Maura, Carrasco Formiguera, Mallol, Ayguades, Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos...— se convertirían unos meses después en el primer gobierno provisional de la República.
 
La conspiración republicana comenzaría a actuar desde Madrid a partir del mes siguiente en torno a un comité revolucionario presidido por Alcalá Zamora; un conjunto de militares golpistas y pro-republicanos (López Ochoa, Batet, Riquelme, Fermín Galán...) y un grupo de estudiantes de la FUE capitaneados por Graco Marsá. Resulta obvio que, en términos generales, por lo tanto, el movimiento republicano quedaba reducido a minorías, ya que incluso la suma de afiliados de los sindicatos UGT y CNT apenas alcanzaba al veinte por ciento de los trabajadores y el PCE, nacido unos años atrás de una escisión del PSOE, era minúsculo. En un triste precedente de acontecimientos futuros, el comité republicano fijó la fecha del 15 de diciembre de 1930 para dar un golpe militar que derribara la monarquía e implantara la republica.
 
Resulta difícil creer que el golpe hubiera podido triunfar pero el hecho de que los oficiales Fermín Galán y Ángel García Hernández decidieran adelantarlo al 12 de diciembre sublevando a la guarnición militar de Jaca tuvo como consecuencia inmediata que pudiera ser abortado por el gobierno. Juzgados en consejo de guerra y condenados a muerte, el gobierno acordó no solicitar el indulto y el día 14 Galán y García Hernández fueron fusilados. El intento de sublevación armada republicana llevado a cabo el día 15 de diciembre en Cuatro Vientos por los también militares Queipo de Llano y Ramón Franco no cambió en absoluto la situación. Por su parte, los miembros del comité conspiratorio huyeron (Indalecio Prieto), fueron detenidos (Largo Caballero) o se escondieron (Lerroux, Azaña).
 
En aquellos momentos, el sistema parlamentario podría haber desarticulado con relativa facilidad el movimiento revolucionario mediante el sencillo expediente de exponer ante la opinión pública su verdadera naturaleza a la vez que procedía a juzgar a una serie de personajes que, en román paladino, habían intentado derrocar el orden constitucional mediante la violencia armada de un golpe de estado. Sin embargo, no lo hizo. Por el contrario, la clase política de la monarquía constitucional quiso optar precisamente por el diálogo con los que deseaban su fin. Buen ejemplo de ello es que cuando Sánchez Guerra recibió del rey Alfonso XIII la oferta de constituir gobierno, lo primero que hizo el político fue personarse en la cárcel Modelo para ofrecer a los miembros del comité revolucionario encarcelados sendas carteras ministeriales. Con todo, como confesaría en sus Memorias Azaña, la república parecía una posibilidad ignota. El que esa posibilidad revolucionaria se convirtiera en realidad se iba a deber no a la voluntad popular sino a una curiosa mezcla de miedo y de falta de información. La ocasión sería la celebración de unas elecciones municipales en abril de 1931.
 
 
La próxima semana terminaremos de desvelar el ENIGMA sobre la victoria en las elecciones de abril de 1931.
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