"¿Quién era realmente Salvador Allende?", le preguntó Wiesenthal a Víctor Farías, invitándole tácitamente a investigar, a dar el primer paso en el esclarecimiento de una verdad demoledora que dolía al propio instigador.
– ¿Quién era realmente Salvador Allende?
– Pero si es tan conocido...
– No, no. Déjeme contarle: Yo le escribí a Allende relatándole las atrocidades del criminal de guerra Walter Rauff, residente en Chile.
– ¿Y qué le respondió?
– Recibí una carta fría. Como Salvador era un icono en el mundo entero, una víctima, lo dejé ahí. Pero quizás usted me pueda ayudar.
– ¿Cómo?
– Me podría ayudar a buscar las cartas, porque las perdí.
Parece evidente que si Wiesenthal quería que Farías le ayudara es porque creía que la negativa de Allende a entregar al responsable de la muerte de medio millón de personas en Auschwitz debía acreditarse en el futuro. El filósofo chileno tardó varios años, pero encontró al fin la correspondencia. Una carta dormía en un archivo italiano, otra en Austria... Y entonces se puso en contacto con Wiesenthal:
– ¿Puedo publicarlas?
– Sí, aunque es triste.
Las cartas vieron la luz en el epílogo de Nazis en Chile. Y, efectivamente, fue muy triste, porque revelaban, en palabras de Farías, "la verdadera identidad histórica" de Allende, el líder que se hizo fuerte en el Palacio de la Moneda, que murió tras dejar grabado un mensaje cuya audición todavía nos estremece.
La publicación indignó a la hija del mártir, Isabel, quien, "muy alterada", le gritó a Farías por teléfono: "¡Mi papá no es nazi!". Él respondió que su padre, que se proclamó revolucionario, se había negado a entregar a un criminal de guerra, y de paso apuntó a "dos personalidades que (le) acompañaron muy de cerca en su itinerario político: Eduardo Novoa Monreal y Enrique Shepeler".
Sabemos que en 1972 Wiesenthal pidió por primera vez al presidente de Chile que iniciara los trámites oportunos para procesar a Walter Rauff o, más exactamente, para reabrir el proceso contra él. En 1963 la Corte chilena había zanjado el asunto invocando la prescripción de los delitos imputados. Según el tribunal, el paso de 30 años impedía cualquier actuación penal. Wiesenthal esgrimió ante Allende lo que todos sabemos, que los crímenes contra la Humanidad no prescriben. Pero no se limita a invocar el principio general, sino que se pone en la tesitura de recordar al presidente de Chile la legislación internacional firmada por su país, y cita hasta tres tratados: de 1948, de 1952 y de 1970.
Estas normas, que vinculan a Chile, recogen con claridad la no prescripción de los crímenes contra la Humanidad y la primacía, en estos asuntos, de la justicia internacional sobre la nacional. La conclusión es inevitable: Allende incumple a conciencia tratados vigentes.
A Wiesenthal le parece increíble que el socialista no acepte tan sólida argumentación, que mienta, que afirme que definitivamente no es posible actuar contra Rauff porque hay que acatar las resoluciones de la justicia chilena. Como afirma Farías, "Salvador Allende asume la doctrina anterior a Nüremberg, por lo tanto, de facto, defiende la posición de un criminal de guerra terrible"; o bien: "Se trata de un encubrimiento de uno de los peores criminales de guerra que conoce la humanidad".
No sólo cae un mito –otro– de la izquierda, también hay que enfrentarse a una monstruosa simetría: los argumentos que infructuosamente repite en sus cartas Wiesenthal son exactamente los mismos que se emplean en el juicio elevado por Baltasar Garzón y Joan Garcés, el abogado valenciano que se entrevistó con su correligionario Allende en la Moneda el 11 de septiembre de 1973, unas horas antes de la muerte del presidente, y que un cuarto de siglo después consiguió que el juez Evans dictara orden de detención contra Pinochet a petición de Garzón.
Si nos felicitamos por las actuaciones contra Pinochet no podemos justificar a un Allende que ignora la misma fundamentación para librar de castigo a Rauff, que había matado ciento cincuenta veces más que el dictador chileno. Si es que la contabilidad pinta algo en el asesinato masivo. Y si aceptamos las razones de Allende no podemos defender el procesamiento de Pinochet. Escojan.
Allende escribió en 1933 que "los hebreos se caracterizan por determinadas formas de delito: estafa, falsedad, calumnia y, sobre todo, la usura". Como observó Wiesenthal, es triste. Pero ahí está la obra tanto tiempo escondida (Higiene mental y delincuencia) apuntando a las conciencias.
La polémica reavivará más recuerdos incómodos. Apunta Farías, entrevistado en La Segunda el 18 de marzo de 2005:
"[Existen otros] elementos biográficos lamentables de Allende, como son los dineros que trata de obtener de forma subrepticia de la Alemania Democrática, o los grandes negocios con conocidos personajes del mundo económico, como los Urenda de Valparaíso (...) Existen en él desfases fundamentales, porque afirma que es uno de los fundadores del PS, junto con Grove y otros jerarcas, sobre la base del marxismo-leninismo, al mismo tiempo que escribe textos absolutamente antisemitas y señala a los revolucionarios como sicópatas (...) En la vida de Allende hay casi sólo incoherencias".