La motivación parecía muy grave. En el curso de su investigación sobre las redes de Al Qaeda en España, Garzón habría establecido la existencia de "contactos repetidos" entre Ahmed Brahim, multimillonario argelino y uno de los soportes financieros del yihadismo, con el ideólogo islamista, que, aun residiendo en Ginebra, se había caracterizado por sus continuas interferencias en asuntos concernientes a la política de enseñanza laica propiciada por el Gobierno francés.
Tarik Ramadán negó, por supuesto, tal contacto. Y, como en tantas otras ocasiones, la instrucción de Garzón quedó en agua de borrajas. Tiene su ocasión ahora de salvar la frustración de entonces. O, si no él, podría tenerla cualquier juez de la Audiencia Nacional que quisiera tomarse en serio la batalla contra la barbarie neofeudal del terrorismo islamista. Podría. No será.
Tarik Ramadán, a quien Francia prohibió residir en su territorio en 1996 por más que fundadas sospechas de colaboración con los terroristas del GIA que asolaban París en aquellas fechas, a quien el Department of Homeland Security de los Estados Unidos ha negado visado de entrada como consecuencia de los múltiples hilos que lo relacionan con los movimientos islamistas más criminales del planeta, anda por Madrid estos días. Invitado por una panda de coleguillas menores del Zapatero que enarbola la "alianza de civilizaciones". Financiados todos ellos por otro multimillonario, el iraní Masud Zandi, de Gescartera y otras naderías. Dinero, que no falte.
Ramadán no es sólo el profeta del yihadismo en Europa. Ni siquiera es sólo el curioso personaje que definió los atentados de Nueva Cork, Bali y Madrid como "incidentes", incomparablemente más benévolos que la atroz voluntad occidental de exterminar al Islam. Es también el tarado que, en plena campaña contra la escuela laica en Francia, proclamara que, "al ser una manifestación de su sumisión a Dios, el velo era el elemento de liberación de la mujer, en tanto que la libera de someter su ser a la imaginería masculina, que jamás es inocente del todo". Es, en fin, aquel en cuyos sermones públicos (Lyon Mag ha colgado en su web una pequeña antología) aparecen invocaciones fóbicas tan fascinantes como éstas, dirigidas a la preservación de la pureza femenina:
– "El macho es incapaz de controlar sus pulsiones, nunca le enseñéis vuestras formas".
– "En lucha contra la permisividad total, conviene que bajéis la mirada para salvaguardar vuestra castidad".
– "El bikini es una agresión y una estimulación de los instintos".
– "Se os prohíbe frecuentar las piscinas públicas".