Estoy pensando, al escribir esto, por un lado en Carmen Chacón, Magdalena Álvarez y Bibiana Aído, y por otro en Esperanza Aguirre, María San Gil y Rosa Díez. Que me perdonen las segundas por el paralelismo, son cosas de la retórica y sus delirios equilibristas. Pero como el lector ya habrá intuido que de esto es de lo que voy a hablarle, me permitiré darle el coñazo con un par de consideraciones previas que ni siquiera son de contexto, sino que responden a algo mucho peor, al único pecado periodístico no venial: el deseo de distanciarlo un poco de la mera actualidad.
Hay quien piensa que la manía de ver en las mujeres un ser colectivo únicamente dotado de volición reivindicativa es una consecuencia desgraciada del buenismo igualitario, un artefacto ideológico de reciente fabricación. Y que bastaría con inclinar la balanza hacia el platillo de la libertad, aliviando de peso el de la igualdad, para corregir esta hipermetropía. Como si hubiera cundido la brumosa idea de que igualdad equivale a comunidad, ente que aspira al bienestar colectivo, y libertad es lo mismo que individuo, personificación de la lucha contra las tiranías y dictaduras. Mucho me temo que a estas ficciones degradadas han acabado reduciéndose ideas e ideales que antes de nuestra descerebrada llegada al mundo tuvieron la capacidad de encender la imaginación de generaciones de políticos y mortales de a pie.
Quién sabe, retomando el tropo visual, si las diferencias doctrinales entre socialismo y liberalismo no se deben, en el fondo, a la oposición entre dos regímenes de visión: los socialistas serían tan hipermétropes y, por tanto, atentos únicamente al inabarcable horizonte hacia el que dicen avanzar, como miopes los liberales pragmáticos, fácilmente absortos en los detalles de la realidad que consideran exclusivamente digna de atención.
Pero, aparte de que las metáforas, más aún si se deben a la sinestesia, son obtusos instrumentos de análisis, la historia se encarga ella solita de invalidar la optimista hipótesis de que a nosotros, aquí y ahora, nos ha caído encima la excepcional plaga de la corrección política y sus muchas brumas. Baste recordar que la Inglaterra victoriana, siglo de oro del liberalismo, y la Francia de la Belle Époque, paraíso de la burguesía desacomplejada, no supieron resistirse al placer innegable de fabricar corsés colectivamente correctos a las mujeres. Madres prolíficas y hacendosas o botón mundano prendido en la solapa de los caballeros de industria, tan reducidas a un cliché fueron aquellas féminas como las que ahora sólo parecen servir para que los machos, sobre todo aunque no sólo los hipermétropes, alardeen de llevarlas del brazo a sentarse en el sillón de un ministerio o a ocupar la portavocía del principal partido de la oposición en las Cortes.
Por cierto, ¿cómo es aún posible que en España no se obligue a los responsables políticos a hacer público su estado de salud, a diferencia de lo que se estila en Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y, aunque sólo recientemente, en Francia? ¿Cómo saber si Rodríguez Zapatero y Rajoy, o Ibarreche y Montilla, o Chaves y Pons, padecen alguna patología, por ejemplo, oftalmológica? ¿Y no es éste un dato a tener en cuenta a la hora, por ejemplo, de votar? Casi me atrevería a decir que esta manifiesta ausencia de glasnost en nuestro régimen democrático justifica por sí sola la abstención. ¿Cómo confiar a alguien de quien ni sé si su capacidad visual le permite calibrar correctamente mi situación el destino de mi autonomía o de mi bolsillo? Que viene a ser lo mismo, como bien han sabido desde hace décadas sacar rédito de ello los nacionalistas hipermétropes, miopes, présbitas o ciegos a secas que abundan en esas regiones españolas especialmente aquejadas de graves problemas oculares que son Cataluña y el País Vasco.
Estas consideraciones, que ya mismo dejo, son bastante intemporales y, por tanto, un coñazo, como he dicho. Pero no quisiera dejar de darlo sin antes añadir una pincelada: ¿a que es curioso que las mujeres compartan su inagotable capacidad de ser idealizadas y aborrecidas, deseadas y vilipendiadas, incomprendidas y aceptadas, con los judíos? Todos los no judíos, algunos antisemitas incluidos, en algún momento sienten la necesidad de ensalzar a su judío. El judío aceptable, mi judío, suele confundirse con uno de esos entes colectivos o ideas o formas, en plan platónico, que llevamos prendido en nuestro corazón desde los tiempos del Génesis. Para unos es el judío lleno de chispa y chutzpah que nos ameniza las veladas, como Woody Allen, para otros es el genio puro a lo Spinoza o Einstein, que atribuimos a una cuasi mágica predisposición al estudio de la singular secta a la que pertenecen, como otros atribuyen el don comunicativo o de mando a los nacidos bajo el signo astrológico de Géminis o Leo.
Eso sí, que no vengan a rompernos el hechizo. Nada de judíos empuñando armas, defendiendo territorios y mostrándose, en esto y otras cosas, tan "iguales" al resto de la violenta y desaforada humanidad. Y, por descontado, cubrid a esas mujeres que prefiero no ver, a esas liberales de pura cepa que ostentan el pedigrí de sus ideas en vez del de sus padres o maridos, a esas vascas que permanecen en el caserío de donde han sido expulsadas por su incontinente afición a abrir la boca en mitad del aquelarre colectivo, a las izquierdistas descarriadas que se atreven a reprochar al cacique de su tribu sus toqueteos pueriles de las cosas de comer y soñar. El caso es que las mujeres parece que son a los hombres lo que los judíos al resto de la humanidad: su parte más deseada e incomprendida. El otro, por antonomasia.
Ese otro, pero el del costado femenino, es lo que ha acaparado la atención de los medios españoles durante la última semana. Que empezó con un derroche de ditirambos y denuestos distribuidos a partes casi iguales porque Esperanza Aguirre había pronunciado, el pasado lunes en un foro madrileño, un discurso que en ella no es nuevo, pero que esta vez contó con un público digno del Coliseo romano, que decidió acudir porque le dijeron que iba a haber sangre derramada. De hecho, la prensa, que es el altavoz de todos los juegos de anfiteatro, destacó durante días un par de frases en las que Aguirre venía a decir que no presentaba formalmente su candidatura a liderar el Partido Popular, pero que tampoco renunciaba a hacerlo.
Lo más llamativo de las frases destacadas es que no formaron parte del discurso pronunciado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino que fueron dichas en respuesta a preguntas, ¿de quién iba a ser?, de los periodistas (para que se sepa que el gremio come y da de comer). Parece mentira, pero estas dos frases: "A fecha de hoy, no entra en mis planes [el presentarse como candidata a la presidencia del PP]" y "Ahora, si hay cambio de planes, el primero en saberlo será el presidente de mi partido", bastaron para movilizar desde la China olímpica a Gallardón, desde la Feria de Abril a Arenas y a Camps desde su Valencia huérfana de trasvase del Ebro y comparativamente agraviada por el trasvase catalán que no osa decir su nombre.
Pura bazofia informativa, como puede apreciarse, pero sin embargo efectiva en la España de charanga mediática y pandereta retroprogre, que es la que más bulla mete. En efecto, gran noticia: todos supimos que Aguirre, entre canapé y canapé, había dicho que sí, quizás, depende. Y que a ello respondieron algunos de sus más encarnizados adversarios políticos, todos ellos reclutados en las filas de su propio partido, como debe ser, diciendo que no, que ni hablar, que habrase visto. Ya advertía Oscar Wilde: "One cannot be too careful in choosing one's enemies". Le faltó añadir: preferiblemente, entre mis más cercanos amigos.
Es un espectáculo penoso, la verdad. Sobre todo ahora que el Gobierno de España y su iluminado presidente, consintiendo un esfuerzo titánico, habían logrado modernizar a tan rancio país elevando a único mérito para ser designado ministro el género al que se pertenezca. Bueno, también otras vaguedades curriculares, como la edad que se tenga, la fabricación de falsas carreras, la imposición de opas fraudulentas o incluso, directamente, la ausencia de cualificaciones profesionales.
Los medios, que casi habían logrado que no nos enteráramos de lo que en realidad dijo Esperanza Aguirre o del repaso que Rosa Díez dio al de las cejas carmesí de escaño a escaño, respiraron aliviados este fin de semana: por fin vamos a poder, y con nosotros todos los españoles, centrarnos en lo importante. Lo importante son las fotos de familia, como siempre en la tribu hispana: la futura madre, embarazada de siete meses, saludando a los soldados, una niña flamenca estrenando ministerio de orwelliana igualdad, nuestra adorada señora de los socavones confirmada, ni partía ni doblá, en su puesto, Maritere y sus modelos en las apasionantes partidas de mus de los viernes, en La Moncloa...
Mucho ruido, pocas nueces y lo de siempre: un reguero de polvos de arroz, tan anticuados ellos, cubriendo rostros de mujer. Por fortuna existe internet, y en internet, algunos diarios y muchos blogs y páginas personales que no se detienen en los afeites decimonónicos. Por ellos más que por el establishment mediático hemos sabido que hay mujeres metidas a políticas que dan para tanto como sus mediocres valedores. También, que Aguirre o Díez tienen voz y la usan para decir cosas inteligentes y necesarias, y para recordarnos que la política puede ser una ocupación útil no sólo para quien la ejerce.