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Ya está. La manifestación, oportunamente convocada por el Partido Popular, ha reunido a dos millones de personas. Contado el número de autobuses puestos a disposición de los simpatizantes de la causa antiterrorista, resulta que de provincias ha ido a Madrid más gente a protestar por la traición del Gobierno que la que fue en su día a ver al Papa. Y eso es mucho decir.

¿Se merece la democracia los elogios que recibe? Según el Webster, la democracia es "el gobierno del pueblo; especialmente, el gobierno de la mayoría". ¿Y por qué es tan bueno el gobierno de la mayoría? Echemos vistazo a cómo procede el gobierno de la mayoría a la hora de tomar decisiones y preguntémonos cuántas de nuestras propias decisiones dejaríamos en sus manos.

Aplicar la multiplicidad de regulaciones, controles y leyes de los países desarrollados a los países pobres de América Latina significa condenarlos para siempre a la miseria. La razón es que esa maraña de rígidas y costosas disposiciones del Primer Mundo condena a la mayoría de los habitantes del Tercero a permanecer en el sector informal de la economía y reduce el monto de las utilidades empresariales, que, al reinvertirse, generan nuevos puestos de trabajo.

Por lo general, los latinoamericanos valoran la democracia y saben que no es posible avanzar hacia la modernidad sin instituciones democráticas, como quedó demostrado con las dictaduras militares que padecimos en los años 60. Pero, paradójicamente, son muy pocos los que comprenden el papel trascendental de la libertad individual y los derechos de propiedad.

El otro día, lunes 5 precisamente, salí de casa temprano, a eso de la una, y crucé la Avenida del General Leclerc, 63 años después de que los tanques de la División Leclerc la cruzaran en otro sentido (¿el de la Historia?): los primeros de ellos llevaban pintados en la parte delantera nombres de batallas célebres de nuestra guerra civil.