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Ideas

Susana Weingast: MUCHEDUMBRE (detalle).
A QUIÉN CONFIAR EL GOBIERNO

La representación de las masas

La cuestión del protagonismo de la historia fue el eje de un largo debate en los dos últimos siglos: decían unos que los grandes hombres eran los que determinaban el curso de los acontecimientos, otros sostenían que ese papel correspondía a las masas, y no faltaban, por supuesto, quienes atribuían el mérito a las vanguardias. Sólo los más valientes entraban en el verdadero problema: a quién debía confiarse el Gobierno.
Constitución de EEUU.
EUROPA Y ESTADOS UNIDOS

Nosotros y Ellos

Cuando Europa comenzaba su lenta decadencia, Estados Unidos empezaba su emergencia. Meditemos en esta coincidencia, para vislumbrar someramente dónde estamos. En el siglo XVIII la edad de la razón alcanzaba su edad juvenil y arrogante. Los enciclopedistas, con toneladas de incultura y arrogancia, pusieron en marcha la maquinaria ya imparable del culto a la razón, con la que sería posible hacer desde cero –tabla rasa– una sociedad beatífica, sin agravios, con tal de suprimir la propiedad y liberar al buen salvaje que todos llevamos en nuestro interior, oprimido por tantos siglos de religión y civilización. ¿No son claramente los antecesores de Marx?
Piglet.
INTOLERANCIA MUSULMANA

Echando a perder la defensa de la democracia

Hace un año y medio escribí sobre el Florentine Boar, una conocida estatua porcina de Derby que el consistorio había decidido no restaurar con el argumento de que ofendería a los musulmanes. Habiendo acabado de ver Looney Tunes: Back in action, donde el cerdito Porky menciona que la Warner le había aconsejado dejar de balbucear, me pregunté si para el preestreno británico no hubiera sido más fácil  dejar al cerdo fuera.
Hugo Espíritu: AGRICULTOR ANDINO (detalle).
ECONOMÍA

El capitalismo y los trabajadores

Los socialistas suelen argumentar que, en el sistema capitalista, el trabajador tiene que ser protegido; si no, el desamparado obrero sería subyugado y esclavizado por el todopoderoso capitalista. La misión del Estado no puede ser otra que balancear el desequilibrio de poder entre ambas partes. Así pues, sin injerencias estatales, como el salario mínimo o la negociación colectiva, la desprotección del proletariado provocaría que los salarios fueran virtualmente cero.