Los ecologistas se basan en la sencilla idea de que el mundo es físicamente finito y por tanto la cantidad de los servicios también. Pero con el avance económico y tecnológico la cantidad de servicios que se pueden obtener con la misma cantidad física de recursos aumenta.
Cuando con una determinada cantidad física de recurso aumentamos los servicios que podemos obtener por unidad del mismo en un 100%, es exactamente igual que si dobláramos la cantidad de materia prima disponible con la antigua tecnología. De este modo, con un aumento en la productividad anual del 5%, por ejemplo, y un aumento en el consumo del 3%, se podría aumentar indefinidamente el consumo acrecentando al mismo tiempo la cantidad de servicios atesorados. Rota así la absurda y estrecha idea de la finitud de los recursos, veamos qué ocurriría si las previsiones de los más pesimistas se hicieran temporalmente ciertas y escaseara la cantidad de un material. El petróleo, por ejemplo. Lo primero que veríamos sería un aumento del precio que restringiría su uso a los que son estrictamente más urgentes, no se consumiría hasta desaparecer sin más. Pero es solo la primera de una cadena de reacciones.
Con este encarecimiento se disparan los beneficios potenciales asociados a un mejor y más eficiente uso del recurso que permitan con la misma cantidad un volumen mayor de servicios. Esto ocurrió en los 70’, cuando el aumento de los precios del petróleo forzó a que se invirtiera en tecnologías que permitieran un uso más efectivo del oro negro. Los coches en los Estados Unidos andan hoy con la misma cantidad de combustible un 60% más de kilómetros que en 1973, pero los ejemplos son innúmeros: la cantidad de carbón necesaria para mover una tonelada se redujo a menos de la décima parte de 1830 a 1890 o los cables de cobre de hoy contienen la mitad de material por metro que en los 70’. A ello hay que añadir el reciclaje, aunque éste tiene evidentes limitaciones.
Si un producto se pone muy caro, se sustituye por otro que cumpla la misma función, pero que no había sido utilizado hasta el momento porque con los precios anteriores no resultaba económico hacerlo. Si estos recursos o medios alternativos no son suficientes, los potenciales beneficios de su obtención son tan grandes que los empresarios en seguida destinan recursos para su desarrollo. El proceso de substitución en este campo se ha dado en numerosas ocasiones en la historia. En la Edad Media europea la principal fuente de energía era el carbón vegetal extraído de los árboles. El precio del carbón vegetal comenzó a subir dado que se hacía más y más escaso y se buscaron otros combustibles hasta que se encontró en el carbón mineral, que previamente había sido un recurso sin valor. Otro ejemplo es el marfil con el que se hacían las bolas de billar. En respuesta al aumento de precio y la creciente escasez, se ofreció un premio para quien hallara un material sustitutivo para lo que se inventó el celuloide, material que utilizamos no solo para las bolas de billar sino para infinidad de productos, en unas cantidades y a unos precios que quien convocó el premio no podría imaginar. Zaire, el principal productor de cobalto del mundo, pasó por un momento de inestabilidad política en los 70’, lo que llevó a que la oferta de este metal se restringiera en 1978 un 30%, con el consiguiente aumento espectacular de los precios. Los imanes que se hacían con aleaciones de cobalto se substituyeron por imanes cerámicos, mientras que las pinturas hechas con una base de cobalto se substituyeron con las que utilizaban en su lugar manganeso. De nuevo los ejemplos se multiplican.
Ni siquiera hay motivos para albergar preocupaciones más que a muy corto plazo. Los recursos conocidos no son más que las reservas que ha merecido la pena encontrar, dados el precio, la demanda previsible del mismo y los costes de explotación. Siempre que se comienzan a hacer escasos salta el mecanismo de búsqueda de nuevos yacimientos. Pero nunca va demasiado lejos, ya que la búsqueda conlleva costes, en que los empresarios no incurrirán a no ser que crean que les reportarán beneficios, en los actuales o previsibles niveles de precios. Esta situación puede dar un sentimiento de provisionalidad que ha alimentado las más pesimistas previsiones aunque, como hemos visto, sin fundamento. De este modo, la barrera de los recursos conocidos se va ampliando con el tiempo.
En el caso particular del petróleo los datos nos permiten ser especialmente optimistas. El yacimiento de Alberta, que no ha sido todavía explotado, alberga unas tres veces las reservas de Arabia Saudita, el mayor productor de crudo del mundo, mientras que hay un tipo de petróleo viscoso que supondría, en las reservas del Orinoco, en Venezuela, un billón de barriles y 1,8 billones en el río Athabasca, en Canadá. El petróleo sintético, elaborado a base de alquitrán mineral, podría aumentar la oferta de crudo en más de un 50% a un precio de 30 dólares. Se calcula que en 25 años podría suponer una oferta que doble en cantidad la del petróleo. Y los recursos totales de alquitrán mineral se calculan en 242 veces las de petróleo, lo que supondría más de 5.000 años de consumo a los actuales niveles. Suficiente tiempo como para ofrecer alternativas a los combustibles fósiles. Se ha descubierto la forma de explotar el gas metano que se produce en las minas de carbón. Si se logra incorporar este gas a la oferta mundial, puede suponer el impacto de sumar el doble de las reservas de gas natural. También existe la posibilidad de que se produzcan aceites substitutivos a partir de biomasa, en cosechas.
En definitiva, aunque puede haber procesos maltusianos a corto plazo, a largo plazo el desarrollo de la tecnología permite mayores productividades, un mejor reciclaje y la sustitución por otros medios, todo esto movido por el mecanismo de los precios y de la empresarialidad, lo que hace que a largo plazo la cantidad de recursos no sea más escasa sino más abundante. Si se permite el libre desarrollo de la sociedad, no hay motivo para esperar que la finitud física de los materiales impida un desarrollo potencialmente ilimitado de los bienes.