La reciente propuesta del secretario del Tesoro de EEUU, Henry Paulson, para extender los poderes de la Fed a la supervisión de los mercados financieros apunta precisamente en este sentido: la crisis se ha producido por una falta de control público sobre las decisiones privadas. Si la propuesta de Paulson sale adelante, la Fed pasará a controlar no sólo los bancos comerciales, como ocurría hasta la fecha, sino los bancos de inversión y los hedge funds, entre otros operadores del mercado.
Pese a este notable incremento de sus competencias, el presidente de la Fed, Ben Bernanke, no está del todo satisfecho: "Se trata de un primer paso muy interesante". Atención, Bernanke advierte: ha sido el primero, pero no el último.
Existe una tendencia irrefrenable en las autoridades públicas a atribuir todos los problemas al libre mercado, sin siquiera pararse a analizar cuáles son las causas últimas de todo este marasmo.
Decía Walter Bagehot, el gran teórico de la banca central, que los bancos comerciales debían rechazar una inversión siempre que existiera "alguna duda" sobre la misma. Décadas más tarde, el padre de la inversión de valor, Benjamin Graham, desarrollaba esta misma idea y concluía que los inversores de renta fija debían depositar su dinero en aquellos activos financieros cuyo riesgo de impago fuera mínimo incluso en períodos de crisis económica. Graham quitaba importancia a que las inversiones de renta fija estuvieran respaldadas por algún tipo de garantía, como las hipotecas. Lo importante es que el deudor sea solvente y próspero, ya que las garantías frecuentemente pierden su valor durante las crisis.
Parece claro que los actuales banqueros de EEUU no atendieron a las recomendaciones de Bagehot y Graham e iniciaron una absurda orgía crediticia. Las hipotecas subprime no representaban a sus ojos un problema porque si el hipotecado dejaba de pagar, siempre podrían enajenar el inmueble; esto es, actuaron justo al revés de como aconsejaba Graham.
Pero ¿por qué los banqueros se comportaron tan imprudentemente? La responsabilidad puede buscarse en dos ámbitos: el teórico y el práctico.
La ciencia económica se ha visto contaminada durante décadas por teorías neoclásicas incompletas e irreales. Los economistas ortodoxos carecen de una teoría del dinero y del ciclo económico consistente, por lo que van dando tumbos cortoplacistas sin dirección alguna. En plena burbuja inmobiliaria, por ejemplo, se dejaron llevar por la corriente mayoritaria y predijeron que el precio de la vivienda jamás caería. David Lereah, economista jefe de la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios de EEUU, predijo en 2006 que el precio de la vivienda había alcanzado un nuevo high plateau y nunca más descendería. Con estos mimbres teóricos no es de extrañar que los bancos decidieran conceder hipotecas masivamente: el cobro estaba garantizado por unos precios que no dejarían de subir.
Si la profesión económica hubiese tenido un mayor conocimiento de la teoría austriaca del ciclo económico, sus errores habrían sido mucho menores. Jesús Huerta de Soto describe como fases típicas de todo boom artificial el alza de los precios de los bienes de capital (en este caso la vivienda), la captación de trabajadores y la aparición de importantes beneficios contables en este sector. Es decir, exactamente lo que ha ocurrido en España: subida de los precios de la vivienda, beneficios extraordinarios en la construcción y contratación masiva de trabajadores en esta industria.
Pero el propio Huerta describe asimismo las fases típicas que indefectiblemente siguen al boom: caídas de precios, pérdidas extraordinarias y desempleo; esto es, lo que estamos padeciendo ahora mismo en EEUU y en España. Probablemente los bancos habrían sido menos generosos a la hora de prestar dinero a troche y moche si sus analistas hubiesen conocido la Escuela Austriaca y no se hubiesen dejado engañar por los cantos de sirena y las torres de marfil neoclásicas.
Pero la responsabilidad de la crisis no sólo recae en el ámbito teórico, también en el práctico; en concreto, en la organización de nuestro sistema monetario. Es curioso cómo políticos, reguladores y economistas se escandalizan ante el excesivo riesgo que han asumido los bancos, cuando la Reserva Federal les estuvo prestando dinero al 1% durante más de un año, sin que ningún funcionario pusiera el grito en el cielo.
Exactamente, ¿qué pretendía la Reserva Federal que hicieran los bancos comerciales con esa explosión de crédito barato creado de la nada? Cualquier proyecto que los bancos comerciales hubiesen financiado agotando los fondos que proporcionaba la Fed habría resultado igualmente catastrófico. La burbuja inmobiliaria la creó la Reserva Federal a través de los bancos comerciales, no los bancos comerciales abusando de las buenas intenciones de ésta.
Aun hoy, los mismos que critican la voraz especulación y reclaman una mayor regulación que supervise cada inversión privada se dedican a lloriquear para que el Banco Central Europeo recorte los tipos de interés, con el único objetivo de realimentar así la burbuja. Con un sistema monetario basado en el patrón oro, la expansión crediticia habría tenido mucho menos recorrido: si los bancos centrales hubiesen reducido los tipos al 1% se habrían quedado enseguida sin reservas de oro, lo que les habría obligado a subirlos.