Todos los hombres son diferentes en sus circunstancias, talentos y virtudes. Sólo la dignidad personal les iguala. Esta cualidad no puede medirse con un dinamómetro; no puede encontrarse con logaritmos, sino mediante indagación metafísica. Por eso el moderno, que limita su ciencia a lo mensurable, es incapaz de sostener la igualdad humana sobre el concepto de persona: donde hay personas solamente ve individuos, donde hay luz sólo ve colores. Tal miopía obliga a redefinir la igualdad del hombre como igualdad de lo humano, pasando de lo esencial a lo accidental, igualando lo que es diferente por fortuna, nacimiento o libertad. Muchas veces habrá que violentar la naturaleza para lograrlo, aunque esto se camufle de igualdad de oportunidades, discriminación positiva o igualdad de género.
La renuncia al concepto de persona conlleva la degradante redefinición de la igualdad. Pero hay otra consecuencia más letal para la misma igualdad: el olvido del bien como fin del hombre. En realidad, la Ilustración redefinió la igualdad para no definir el bien, para abolirlo. Buchez constató este fenómeno con singular acierto:
La renuncia al concepto de persona conlleva la degradante redefinición de la igualdad. Pero hay otra consecuencia más letal para la misma igualdad: el olvido del bien como fin del hombre. En realidad, la Ilustración redefinió la igualdad para no definir el bien, para abolirlo. Buchez constató este fenómeno con singular acierto:
¿Queréis impedir el adulterio? Abolid el matrimonio, instituid la promiscuidad. ¿Queréis que no haya mal en el mundo? Negad y destruid el bien.
Derrocado el bien por inaccesible, la igualdad se convierte en el talismán relativista, en la palabra sacramental del progresismo. Y así, mientras el sensato se iguala en dignidad para destacar en virtud, el moderno anula la virtud para igualarse en indignidad, convirtiendo la igualdad en algo guillotinesco, vicioso y descendente, y la dignidad humana en una palabra vacía. La promoción del pluralismo, la diversidad y el multiculturalismo es aquí un instrumento de nivelación universal, un sincretismo que todo lo iguala y donde todo da igual.
El igualitarismo socialista ha sustituido el mérito laboral por las cuotas de la Ley de Paridad; ha humillado a las víctimas de ETA igualándolas, durante mucho tiempo, con los terroristas; ha degradado el matrimonio equiparándolo con la unión de homosexuales e identificándolo con un contrato menor en la ley del divorcio exprés; ha convertido el sexo en un dato indiferente, modificable por una simple declaración médica; ha intentado disolver la paternidad con los intercambiables Progenitor A y Progenitor B; ha equiparado la dignidad del hombre con la del mono impulsando el Proyecto Gran Simio en el Congreso; ha prescrito la igualación en la mediocridad escolar, estorbado la educación diferenciada y proscrito la excelencia moral con Educación para la Ciudadanía. El bótox igualitario deforma por doquier la España socialista.
Pero no es en estas leyes donde más brutalmente se manifiesta la perversidad del igualitarismo; ni siquiera en la prometida norma que restringirá la libertad religiosa so pretexto de igualar catolicismo e islam. Es en la próxima ley del aborto donde se evidencia con especial singularidad la maldad igualitaria.
¿Cómo considerar el embarazo un estorbo para la igualdad entre hombre y mujer? ¿Cómo justificar la eliminación de una vida humana inocente en nombre de la igualdad? ¿Cómo se puede defender la igualdad de derechos humanos si no se protege al ser humano más indefenso? La sociedad que permite esto no sólo ha deformado la idea de igualdad y renunciado al bien: es una sociedad que mina los fundamentos de su vida en común y se condena a muerte.
Para los sensatos, la política debe procurar que los hombres sean buenos y capaces de acciones nobles; para los modernos, la política debe hacerlos iguales. Esta es la excusa que ha venido esgrimiendo el estado moderno para aumentar ilimitadamente su poder. Para ello ha sido necesario difuminar la idea misma de persona humana, vincular la igualdad al resentimiento y negar el bien como fin del hombre. Quizás por eso pensaba Arendt que la corrupción y la perversión son más perniciosas y frecuentes en una república igualitaria que en cualquier otra forma de gobierno. En cualquier caso, la nueva ley socialista del aborto, promovida por el Ministerio de Igualdad, pone de manifiesto que el igualitarismo es una ideología del mal. Por el Ministerio de Igualdad al misterio de iniquidad, ese extraño señorío del mal que hoy tiene sus delicias en la España de Zapatero.
© Fundación Burke
El igualitarismo socialista ha sustituido el mérito laboral por las cuotas de la Ley de Paridad; ha humillado a las víctimas de ETA igualándolas, durante mucho tiempo, con los terroristas; ha degradado el matrimonio equiparándolo con la unión de homosexuales e identificándolo con un contrato menor en la ley del divorcio exprés; ha convertido el sexo en un dato indiferente, modificable por una simple declaración médica; ha intentado disolver la paternidad con los intercambiables Progenitor A y Progenitor B; ha equiparado la dignidad del hombre con la del mono impulsando el Proyecto Gran Simio en el Congreso; ha prescrito la igualación en la mediocridad escolar, estorbado la educación diferenciada y proscrito la excelencia moral con Educación para la Ciudadanía. El bótox igualitario deforma por doquier la España socialista.
Pero no es en estas leyes donde más brutalmente se manifiesta la perversidad del igualitarismo; ni siquiera en la prometida norma que restringirá la libertad religiosa so pretexto de igualar catolicismo e islam. Es en la próxima ley del aborto donde se evidencia con especial singularidad la maldad igualitaria.
¿Cómo considerar el embarazo un estorbo para la igualdad entre hombre y mujer? ¿Cómo justificar la eliminación de una vida humana inocente en nombre de la igualdad? ¿Cómo se puede defender la igualdad de derechos humanos si no se protege al ser humano más indefenso? La sociedad que permite esto no sólo ha deformado la idea de igualdad y renunciado al bien: es una sociedad que mina los fundamentos de su vida en común y se condena a muerte.
Para los sensatos, la política debe procurar que los hombres sean buenos y capaces de acciones nobles; para los modernos, la política debe hacerlos iguales. Esta es la excusa que ha venido esgrimiendo el estado moderno para aumentar ilimitadamente su poder. Para ello ha sido necesario difuminar la idea misma de persona humana, vincular la igualdad al resentimiento y negar el bien como fin del hombre. Quizás por eso pensaba Arendt que la corrupción y la perversión son más perniciosas y frecuentes en una república igualitaria que en cualquier otra forma de gobierno. En cualquier caso, la nueva ley socialista del aborto, promovida por el Ministerio de Igualdad, pone de manifiesto que el igualitarismo es una ideología del mal. Por el Ministerio de Igualdad al misterio de iniquidad, ese extraño señorío del mal que hoy tiene sus delicias en la España de Zapatero.
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