Sin respaldar el estudio platónico en todas sus partes, pienso que el filósofo acertó al señalar la tendencia de la democracia a sucumbir ante la demagogia, cuando los ciudadanos asumen que les corresponde por derecho una condición de vida que supera el producto de sus esfuerzos. Por ese camino de irresponsable aumento de expectativas y desbocada imprevisión se avanza hacia el endeudamiento, la inflación y, finalmente, la quiebra de las sociedades en medio de unas crisis económicas sembradas por sus propias fantasías.
Este es el escenario que hoy se despliega en la zona del euro. La médula de esta crisis, cuya manifestación tangible es económica y se focaliza en la ruina de Grecia, es de naturaleza política y tiene que ver con un largo curso de promesas irrealizables formuladas por políticos temerarios, impulsadas por electorados acostumbrados al paternalismo de Estados insolventes.
Europa está pagando caro el estatismo socializante que caracteriza sus economías, la fatídica dinámica que atrapa a sus políticos insensatos en las ansiosas redes de unas poblaciones entrenadas para trabajar cada vez menos, y a las que sus gobiernos procuran complacer imprimiendo dinero y multiplicando las deudas.
Grecia es la punta del iceberg. Esa sociedad, muy poco parecida a la democracia ateniense de Pericles, se ha visto forzada a mendigar multimillonarias ayudas de emergencia de parte de sus atribulados socios europeos y del mismísimo Fondo Monetario Internacional; a cambio, ha debido someterse a un riguroso y asfixiante paquete de austeridad que amenaza con acabar con la enfermedad matando al paciente.
En efecto, los griegos tendrán que aceptar, entre otras cosas, que sus jubilaciones comiencen a los 67 años en lugar de los 53 de ahora, que se les deje sin paga de fin de año y que –si son funcionarios– se les congele el sueldo durante tres años. Habrán asimismo de pagar más por los licores, los cigarrillos y la gasolina, y el IVA ya no les subirá el precio de los productos un 21 sino un 23%.
Esta amarga medicina no se agota aquí. En promedio, los países de la UE requerirían tener en el banco y ganando altos intereses más de cuatro veces sus actuales cifras de PIB para hallarse en capacidad de sostener el ritmo de sus gastos sociales. De seguir las cosas como van, en 20 años la tasa impositiva tendría que alcanzar el 57% para alimentar a los glotones Estados benefactores que hoy se estilan en el Viejo Continente.
En fin, el tema es de pesadilla. España, Italia, Portugal e Irlanda deben 3,9 billones de dólares a corto y medio plazo, cuando su producto interno bruto conjunto sólo alcanza los 3,3 billones. Estados Unidos tampoco se salva. Al contrario, su dinámica lo empuja hacia un abismo similar, y con su inoportuna e impopular reforma sanitaria el mesiánico Obama no ha hecho sino multiplicar los gastos en tiempos de recesión y crisis.
Hay que admitirlo: Platón se está reivindicando.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.
Este es el escenario que hoy se despliega en la zona del euro. La médula de esta crisis, cuya manifestación tangible es económica y se focaliza en la ruina de Grecia, es de naturaleza política y tiene que ver con un largo curso de promesas irrealizables formuladas por políticos temerarios, impulsadas por electorados acostumbrados al paternalismo de Estados insolventes.
Europa está pagando caro el estatismo socializante que caracteriza sus economías, la fatídica dinámica que atrapa a sus políticos insensatos en las ansiosas redes de unas poblaciones entrenadas para trabajar cada vez menos, y a las que sus gobiernos procuran complacer imprimiendo dinero y multiplicando las deudas.
Grecia es la punta del iceberg. Esa sociedad, muy poco parecida a la democracia ateniense de Pericles, se ha visto forzada a mendigar multimillonarias ayudas de emergencia de parte de sus atribulados socios europeos y del mismísimo Fondo Monetario Internacional; a cambio, ha debido someterse a un riguroso y asfixiante paquete de austeridad que amenaza con acabar con la enfermedad matando al paciente.
En efecto, los griegos tendrán que aceptar, entre otras cosas, que sus jubilaciones comiencen a los 67 años en lugar de los 53 de ahora, que se les deje sin paga de fin de año y que –si son funcionarios– se les congele el sueldo durante tres años. Habrán asimismo de pagar más por los licores, los cigarrillos y la gasolina, y el IVA ya no les subirá el precio de los productos un 21 sino un 23%.
Esta amarga medicina no se agota aquí. En promedio, los países de la UE requerirían tener en el banco y ganando altos intereses más de cuatro veces sus actuales cifras de PIB para hallarse en capacidad de sostener el ritmo de sus gastos sociales. De seguir las cosas como van, en 20 años la tasa impositiva tendría que alcanzar el 57% para alimentar a los glotones Estados benefactores que hoy se estilan en el Viejo Continente.
En fin, el tema es de pesadilla. España, Italia, Portugal e Irlanda deben 3,9 billones de dólares a corto y medio plazo, cuando su producto interno bruto conjunto sólo alcanza los 3,3 billones. Estados Unidos tampoco se salva. Al contrario, su dinámica lo empuja hacia un abismo similar, y con su inoportuna e impopular reforma sanitaria el mesiánico Obama no ha hecho sino multiplicar los gastos en tiempos de recesión y crisis.
Hay que admitirlo: Platón se está reivindicando.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.