¿Qué pasó después de la guerra de 1973 en el Medio Oriente y de la cruel confrontación entre Irán e Irak? Cabe resaltar dos hechos. En primer lugar, una enorme masa de dinero fluyó hacia los países productores de petróleo, todos los cuales, sin excepción, siguen siendo sociedades atrasadas que dependen de un solo producto para vivir y prosperar. En segundo lugar, las naciones capitalistas avanzadas de Norteamérica y Europa aprendieron a consmuir energía con más eficiencia, apostaron aún más decididamente por el desarrollo tecnológico y multiplicaron la riqueza generada por el trabajo y la innovación.
El oro negro sigue contaminando a los países que lo poseen, que están gobernados por monarquías reaccionarias (Arabia Saudita), satrapías orientales (Libia) o autocracias militarizadas y retrógradas (Rusia, Venezuela y Nigeria, por citar sólo tres ejemplos). El dinero fácil continúa llenando la tesorería y los bolsillos de sus gobernantes, pero se trata de sociedades desiguales y estériles que carecen de las capacidades necesarias para superar con éxito los retos de la modernidad. Los países de la OPEP, por ejemplo, no podrían solventar una caída de precios en el corto o mediano plazo sin experimentar severas turbulencias sociales.
La única novedad en el ámbito geopolítico es el programa nuclear de Irán, cuyo futuro sigue siendo una incógnita y que puede que traiga más desgracias que beneficios al sufrido pueblo iraní. ¿Cuánta de esa tecnología es resultado del esfuerzo de las universidades e institutos científicos del país, y cuánta ha sido importada? ¿Qué utilidad tendrá ese proyecto para mejorar la existencia cotidiana de la población? No demasiada, me atrevería a apostar.
El choque sicológico y económico de los elevados precios del crudo tendrá efectos saludables sobre el capitalismo y desencadenará cambios tecnológicos y sociales significativos. Ya es hora de que las naciones avanzadas del globo reduzcan su dependencia de Estados y Gobiernos atrasados e irresponsables, como los que conforman la OPEP, y, por tanto, se reduzca el volumen de petrodólares que fluyen hacia regímenes que despilfarran el dinero o lo utilizan para desestabilizar el sistema internacional, como hizo Libia en su momento y ahora hacen Irán y Venezuela. Lejos de ser un factor negativo, los altos precios del petróleo son una bendición a mediano y largo plazo para las grandes democracias occidentales, y de manera especial para Estados Unidos.
Los opulentos, desinformados e ingenuos electorados occidentales aprenden política por el bolsillo; el precio de la gasolina les obligará a dejar de lado los inmensos automóviles y los insaciables motores que les hipnotizan, y que se traducen en millones de dólares para los jeques árabes y los tiranuelos a lo Putin y Chávez. La transición a una existencia con menos petróleo será difícil, pero no será mortal, y abrirá las puertas a una nueva etapa del capitalismo y la democracia, que vislumbro con optimismo. En cambio, a los Petroestados les aguarda sin remedio el conocido abismo de una dependencia todavía más profunda y degradante.
El oro negro sigue contaminando a los países que lo poseen, que están gobernados por monarquías reaccionarias (Arabia Saudita), satrapías orientales (Libia) o autocracias militarizadas y retrógradas (Rusia, Venezuela y Nigeria, por citar sólo tres ejemplos). El dinero fácil continúa llenando la tesorería y los bolsillos de sus gobernantes, pero se trata de sociedades desiguales y estériles que carecen de las capacidades necesarias para superar con éxito los retos de la modernidad. Los países de la OPEP, por ejemplo, no podrían solventar una caída de precios en el corto o mediano plazo sin experimentar severas turbulencias sociales.
La única novedad en el ámbito geopolítico es el programa nuclear de Irán, cuyo futuro sigue siendo una incógnita y que puede que traiga más desgracias que beneficios al sufrido pueblo iraní. ¿Cuánta de esa tecnología es resultado del esfuerzo de las universidades e institutos científicos del país, y cuánta ha sido importada? ¿Qué utilidad tendrá ese proyecto para mejorar la existencia cotidiana de la población? No demasiada, me atrevería a apostar.
El choque sicológico y económico de los elevados precios del crudo tendrá efectos saludables sobre el capitalismo y desencadenará cambios tecnológicos y sociales significativos. Ya es hora de que las naciones avanzadas del globo reduzcan su dependencia de Estados y Gobiernos atrasados e irresponsables, como los que conforman la OPEP, y, por tanto, se reduzca el volumen de petrodólares que fluyen hacia regímenes que despilfarran el dinero o lo utilizan para desestabilizar el sistema internacional, como hizo Libia en su momento y ahora hacen Irán y Venezuela. Lejos de ser un factor negativo, los altos precios del petróleo son una bendición a mediano y largo plazo para las grandes democracias occidentales, y de manera especial para Estados Unidos.
Los opulentos, desinformados e ingenuos electorados occidentales aprenden política por el bolsillo; el precio de la gasolina les obligará a dejar de lado los inmensos automóviles y los insaciables motores que les hipnotizan, y que se traducen en millones de dólares para los jeques árabes y los tiranuelos a lo Putin y Chávez. La transición a una existencia con menos petróleo será difícil, pero no será mortal, y abrirá las puertas a una nueva etapa del capitalismo y la democracia, que vislumbro con optimismo. En cambio, a los Petroestados les aguarda sin remedio el conocido abismo de una dependencia todavía más profunda y degradante.
© AIPE
ANÍBAL ROMERO, profesor de Teoría Política en la Universidad Metropolitana de Caracas.