El CNIC depende de la Administración Nacional para la Atmósfera y los Océanos (ANAO), y sus manipulados datos sobre el clima vienen siendo utilizados por el Instituto Goddard de Estudios Espaciales, que a su vez depende de la NASA.
El documental de Coleman presenta la investigaciones del experto informático E. Michael Smith y el meteorólogo Joseph D'Aleo. Desde los años 60 y hasta bien entrados los 80 se emplearon datos de unas 6.000 estaciones meteorológicas para calcular la temperatura de la superficie terrestre. Para el año 1990, el número de estaciones se había reducido drásticamente, hasta rondar las 1.500. La mayoría de las estaciones perdidas estaban radicadas en las regiones más frías del planeta. El no ajustar los datos a esa mengua tuvo por consecuencia que pareciera que las temperaturas se habían incrementado.
Según el Proyecto sobre Políticas Científicas y Medioambientales, Rusia advirtió de que la UIC estaba ignorando los datos procedentes de las regiones más frías de su territorio a pesar de que sus estaciones seguían enviando datos. Así que la pérdida de datos no se explica sólo por el cierre de estaciones, también porque la UIC optó deliberadamente por dar cancha a sus alertas sobre el calentamiento global.
D'Aleo y Smith informan de que el CNIC incurrió en prácticas fraudulentas similares: se habría prescindido de información procedente de estaciones radicadas en zonas muy frías y proyectado temperaturas para éstas sobre la base de los datos emitidos por estaciones de climas más cálidos.
Puede que la montaña de evidencias sobre prácticas fraudulentas contribuya poco a la lucha contra la histeria desatada a propósito del calentamiento global antropogénico. ¿Por qué? Pues porque hay en juego miles de millones de dólares, muchos intereses creados y la capacidad de ejercer un férreo control sobre la sociedad. Así las cosas, es probable que mucha gente sepa del fraude subyacente a las teorías en boga sobre el calentamiento global y aun así las defiendan. Las empresas automovilísticas han invertido miles de millones en la investigación y fabricación de coches ecológicos. General Electric y Phillips han dedicado millones de dólares a presionar al Congreso para prohibir las bombillas incandescentes, de manera que se nos fuerce a comprar las onerosas bombillas compactas fluorescentes. Los agricultores y los fabricantes de etanol han forzado al Congreso a promulgar leyes que obligan a hacer un mayor uso de este combustible, por no hablar de los subsidios formidables. Miles empresas de todo el mundo –empezando por IBM, Nike, Coca-Cola y BP– han tomado medidas para reducir las emisiones de CO2...
Luego está el Mercado Climático de Futuros de Chicago, que planea mover miles de millones de dólares en licencias de emisión de CO2. La América de las corporaciones y los sindicatos, así como colegas del resto del mundo, tienen un multimillonario interés en perpetuar el fraude del calentamiento global. Agencias federales, estatales y locales han gastado miles de millones y creado millones de puestos de trabajo a cuenta del asunto.
Pero no se trata sólo de dinero. En las escuelas se asusta y adoctrina a los niños con materiales didácticos en que se ve a osos polares moribundos, cuando lo cierto es que hoy hay más osos polares que en 1950. Han metido en la cabeza de los niños la idea de que los glaciares se están fundiendo, pero resulta que recientemente el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático se vio obligado a admitir que su información fraudulenta sobre los glaciares del Himalaya tenía por objeto "impactar a legisladores y políticos y empujarles a adoptar medidas concretas".
¿Qué no harán los beneficiarios de la histeria sobre el calentamiento global si se extiende la idea de que la actividad humana tiene una muy escasa incidencia sobre la temperatura de la Tierra? Vaya usted a saber; pero yo me jugaría cualquier cosa a que los calentólogos fanáticos seguirían clamando por la pronta adopción de medidas drásticas para frenar el calentamiento del planeta incluso si los hielos polares llegaran hasta las costas de New Jersey.
© Creators Syndicate Inc.
El documental de Coleman presenta la investigaciones del experto informático E. Michael Smith y el meteorólogo Joseph D'Aleo. Desde los años 60 y hasta bien entrados los 80 se emplearon datos de unas 6.000 estaciones meteorológicas para calcular la temperatura de la superficie terrestre. Para el año 1990, el número de estaciones se había reducido drásticamente, hasta rondar las 1.500. La mayoría de las estaciones perdidas estaban radicadas en las regiones más frías del planeta. El no ajustar los datos a esa mengua tuvo por consecuencia que pareciera que las temperaturas se habían incrementado.
Según el Proyecto sobre Políticas Científicas y Medioambientales, Rusia advirtió de que la UIC estaba ignorando los datos procedentes de las regiones más frías de su territorio a pesar de que sus estaciones seguían enviando datos. Así que la pérdida de datos no se explica sólo por el cierre de estaciones, también porque la UIC optó deliberadamente por dar cancha a sus alertas sobre el calentamiento global.
D'Aleo y Smith informan de que el CNIC incurrió en prácticas fraudulentas similares: se habría prescindido de información procedente de estaciones radicadas en zonas muy frías y proyectado temperaturas para éstas sobre la base de los datos emitidos por estaciones de climas más cálidos.
Puede que la montaña de evidencias sobre prácticas fraudulentas contribuya poco a la lucha contra la histeria desatada a propósito del calentamiento global antropogénico. ¿Por qué? Pues porque hay en juego miles de millones de dólares, muchos intereses creados y la capacidad de ejercer un férreo control sobre la sociedad. Así las cosas, es probable que mucha gente sepa del fraude subyacente a las teorías en boga sobre el calentamiento global y aun así las defiendan. Las empresas automovilísticas han invertido miles de millones en la investigación y fabricación de coches ecológicos. General Electric y Phillips han dedicado millones de dólares a presionar al Congreso para prohibir las bombillas incandescentes, de manera que se nos fuerce a comprar las onerosas bombillas compactas fluorescentes. Los agricultores y los fabricantes de etanol han forzado al Congreso a promulgar leyes que obligan a hacer un mayor uso de este combustible, por no hablar de los subsidios formidables. Miles empresas de todo el mundo –empezando por IBM, Nike, Coca-Cola y BP– han tomado medidas para reducir las emisiones de CO2...
Luego está el Mercado Climático de Futuros de Chicago, que planea mover miles de millones de dólares en licencias de emisión de CO2. La América de las corporaciones y los sindicatos, así como colegas del resto del mundo, tienen un multimillonario interés en perpetuar el fraude del calentamiento global. Agencias federales, estatales y locales han gastado miles de millones y creado millones de puestos de trabajo a cuenta del asunto.
Pero no se trata sólo de dinero. En las escuelas se asusta y adoctrina a los niños con materiales didácticos en que se ve a osos polares moribundos, cuando lo cierto es que hoy hay más osos polares que en 1950. Han metido en la cabeza de los niños la idea de que los glaciares se están fundiendo, pero resulta que recientemente el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático se vio obligado a admitir que su información fraudulenta sobre los glaciares del Himalaya tenía por objeto "impactar a legisladores y políticos y empujarles a adoptar medidas concretas".
¿Qué no harán los beneficiarios de la histeria sobre el calentamiento global si se extiende la idea de que la actividad humana tiene una muy escasa incidencia sobre la temperatura de la Tierra? Vaya usted a saber; pero yo me jugaría cualquier cosa a que los calentólogos fanáticos seguirían clamando por la pronta adopción de medidas drásticas para frenar el calentamiento del planeta incluso si los hielos polares llegaran hasta las costas de New Jersey.
© Creators Syndicate Inc.