Las sociedades abiertas de Occidente soportan una amenaza a escala mundial urdida por el integrismo islámico, a la que se han sumado los grupos residuales y en fase de descomposición (los restos y los despojos del socialismo realmente existente) que han encontrado en el fanatismo alentado por Alá, Mahoma y Ben Laden una energía revolucionaria que ya no les aseguran Lenin, Stalin y Mao, a fin de derribar el Sistema. Como son especies en fase de descomposición, en peligro de extinción, salen de las cuevas y las alcantarillas de la Historia para asaltar a la población, saltar a la yugular de los ciudadanos que pasaban por ahí y extraerles el fluido vital y el "impuesto revolucionario" que les mantiene en pie (de guerra).
Esta singular "santa alianza" contra la Civilización (sólo hay una, lo demás es barbarie) embiste y hostiga sin descanso, con el firme convencimiento de que sus zarpazos e intimidaciones acabarán venciendo las resistencias de gobernantes y pueblos hasta lograr la plena victoria que acabe con la "injusticia universal". Primero, aterrorizándoles, matándoles de miedo, haciendo que se peleen entre sí ante la amenaza, repartiendo las culpas entre las víctimas y justificando al criminal, para, finalmente, dominar el mundo.
Para entender la estrategia del terror hay que distinguir también entre vivir con miedo y vivir en peligro. Al objeto de generar en la gente miedo y ansiedad, turbación y angustia, se hace necesario que el riesgo se sienta como algo próximo y real, que se pre-sienta el peligro. Sólo entonces la amenaza que representan las acciones terroristas, la provocación y la propaganda fanática se tornan algo creíble, una sombra al acecho. He aquí la estrategia del acoso y derribo, del asedio.
Los hombres, por principio de realidad y por la fuerza de la costumbre, aprendemos a vivir en el riesgo; asumimos, de una manera u otra, la contingencia, el infortunio del accidente, la inminencia del suceso. No vivimos, empero, pendientes de la malaventura, porque así sería imposible vivir humanamente (los animales sí están en permanente situación de prevención y vigilancia).
En estado de naturaleza, decía Thomas Hobbes en el Leviatán, los hombres arrastraban una existencia "solitaria, pobre, desnuda, brutal y breve", una subsistencia de la que no acababan de acostumbrarse nunca, porque semejante perspectiva existencial es incompatible con la naturaleza humana y, además, porque no es factible ni llevadera; por una razón muy simple: su perduración conduciría sencilla, lenta y pausadamente a la autodestrucción.
¿Qué es el miedo? Según afirma Aristóteles, "es un cierto pesar o turbación, nacidos de la imagen de que es inminente un mal destructivo o penoso" (Retórica). Por naturaleza, tememos lo malo y lo destructivo (el odio, el dolor, la muerte), todo aquello que nos puede dañar y quebrantar… en algún momento de nuestra existencia. Mas ni es sensato que los individuos incorporemos dicho desasosiego a nuestro vivir, ni que las sociedades libres lo adopten a su modo de vida.
De hecho, los hombres sólo tememos, cabalmente, a la muerte cuando nos sentimos en peligro de muerte: "Y esto es el peligro: la proximidad de lo temible" (Aristóteles, ibídem). Cuando el cerco no sólo lo presagiamos sino que lo tenemos delante y presente, entonces es cuando vivimos amenazados. Ante tal perspectiva es cuando se impone estar alerta y prevenidos.
Nos sabemos en peligro cuando advertimos que nuestra existencia no está en manos de la fortuna, sino al albur de lo que los peligros presentes dispongan, o de "la enemistad y la ira de quienes tienen la capacidad de hacer algún daño". (Aristóteles, ibídem). No hablamos ahora, claro está, de daños abstractos o inciertos, sino concretos y evidentes, esa clase de penalidades que cuando afectan a uno mismo producen angustia y "cuando les suceden o están a punto de sucederles a otros, inspiran compasión" (Aristóteles, ibídem). Del riesgo, entonces, se tiene sospecha y el peligro acecha, pero la amenaza, si no se la frena, siembra pánico para la cosecha.
Los ataques terroristas perpetrados el 7 de julio de 2005 sobre los habitantes y transeúntes de la ciudad de Londres ponen al día la agenda del terror que ha declarado la guerra, en la lucha final, a las sociedades abiertas y a los hombres libres y felices. No hay sorpresa, pues. La única duda que nos puede quedar no es si habrá nuevos golpes en el futuro (los habrá), sino si se responderá a ellos, y cómo. Con miedo y cobardía o con firmeza y decisión.
El discurso del primer ministro, Tony Blair, pronunciado desde el número 10 de Downing Street el mismo día del ataque levanta la moral y anima los corazones golpeados de ingleses y no ingleses, al tiempo que genera consuelo y seguridad general ante la fechoría consumada. Pues sólo vivimos realmente protegidos cuando estamos seguros de nosotros mismos. El discurso de la libertad es sencillo: no nos intimidarán, no nos dividirán, no nos atemorizarán. "Éste es un día muy triste para los británicos, pero nos mantendremos fieles al modo de vida británico".
El verbo y el timbre churchillianos vuelven a sentirse de nuevo en un líder mundial. ¡No nos rendiremos jamás! Exacto, de eso se trata. Hoy como ayer. Winston Churchill, el 8 de mayo de 1945, se dirige al pueblo de Londres para brindarle la definitiva victoria contra el totalitarismo nazi. ¡Esta victoria es de ustedes!
"Alguien quiso rendirse? [La multitud gritó: '¡No!'] ¿Nos desmoralizamos? ['¡No!']. Se apagaron las luces y cayeron las bombas, pero a ninguno de los hombres, mujeres y niños del país se le ocurrió abandonar la lucha. Londres puede aguantarlo. De modo que regresamos, al cabo de largos meses, de las fauces de la muerte, de las fauces del infierno, para asombro del mundo entero".
En España, tras el 11 y el 14-M, todo fue distinto, para vergüenza nacional y desprecio del mundo libre. Las urnas sancionaron un cambio de Gobierno y de régimen, de uno democrático a otro socialista. Las masas salieron a la calle poco después de la matanza, presas de miedo e indignación. Protestan y claman en un acto multitudinario convocado por el mismo Gobierno de Aznar: no quieren vivir bajo el peligro y la amenaza.
Elías Canetti explicó en su día, para quien quiera entenderlo, este tipo de accesos colectivos derivados del pánico: "Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga, se desechan las separaciones y todos se sienten iguales" (Masa y poder).
Muchos, entre la multitud, descargaron su ira contra el Gobierno, exigiendo que la amenaza desapareciese de sus vidas… Así, de repente. Ese día, la victoria socialista quedó sentenciada. Las tropas españolas destacadas en Irak volvieron después a los cuarteles de verano para jugar al parchís y tomarse un pacharán en la cantina. Todo por la Patria.
En el Reino Unido, después del 7-J, partidos políticos y ciudadanos no se acusan entre sí de la causa de los crímenes. Tampoco se precipitan para salir a la calle y proclamar lo obvio, lo que se demuestra no andando sino actuando. Ver marchar a Tony Blair por Oxford Street o a George Bush por la Avenida de la Constitución de Washington sosteniendo una pancarta que rece "No al terrorismo" se me antoja algo inverosímil. Las sociedades abiertas y curtidas en la libertad no necesitan de exhibiciones públicas de unidad y de paz, sino de decisión y acción. Esta realidad es resultado de una labor material y espiritual de siglos. Ejemplo: el Reino Unido. Otros pueblos han ido más deprisa y lo han logrado en poco tiempo. Modelo: Estados Unidos.
Decir esto entre nosotros resulta antipático, impopular y políticamente incorrecto. Lo sé. Pero tal circunstancia sólo debe preocupar al que aspira a lo contrario, no al que ama la verdad y el rigor. Los liberales, como desconfiamos de los gobernantes, no volcamos sobre ellos en exclusiva nuestras alabanzas y críticas. Lo hacemos, desde la razón y el libre discernimiento, sobre quienes se lo tienen merecido.
¿Qué pasa aquí? Ocurre que en este país y en este pueblo faltan labor, cultivo y tradición de convivencia en libertad y democracia. Hoy como ayer. Léase, verbigracia, y sin ir más lejos, lo que escribe Ortega y Gasset en el diario El Sol en 1927: "Sería preciso disparar un cañonazo dentro del oído de cada español para lograr que la sociedad española se enterase de que aquí fuera había tiros".