Tengo para mí que se equivocan quienes exigen a los nacionalistas y socialistas de todos los partidos realmente existentes que aclaren de una vez sus posiciones, digan abiertamente a qué están jugando y qué es lo que piensan hacer ante el abismo que ellos mismos han abierto bajo nuestros pies, haciendo temblar de miedo a unos y tambalear por inestabilidad a todos. La estrategia que activa sus andanzas es patente para quien quiera verla. De hecho, unos y otros conforman ya una efectiva e incivilizada alianza parlamentaria y de acción callejera que sostiene aún al Ejecutivo. Los resultados hemos podido percibirlos en el pasado año, simbolizados a última hora con el asalto al Archivo de Salamanca y el pistoletazo de salida del Plan Ibarreche. Lo que urge de verdad es forzar al Partido Popular para que defina su actitud. Aunque parezca lo contrario, es el único partido que no sabe lo que hacer. Ni sus votantes lo que hará.
Incorregibles y crecidos en su delirio, nacionalistas y socialistas no van a dar tregua a los "españolistas". En estos momentos, ETA se ha subido decididamente, en la segunda estación de su recorrido, al tren del programa secesionista, con la decisión de Otegui y la sanción epistolar de Ternera de apoyar el plan sedicioso de Ibarreche en el Parlamento vasco; la estación anterior, fue, claro está, Estella. Poco interés pueden tener ahora los virtuales comunicados etarras garantizando un escenario rupturista "en ausencia de violencia": ya han hablado desde la tribuna de oradores en la sede parlamentaria de Vitoria.
Los armisticios-trampa que deben preocupar a los españoles vienen directamente y con sello oficial desde La Moncloa y la sede socialista de Ferraz. Esto es: el ofrecimiento de un proyecto simultáneo, pero asimétrico, de acuerdos y de entendimiento entre partidos. He aquí la única diferencia notoria hoy entre el proceder de las fuerzas nacionalistas y las socialistas a nivel táctico. Los nacionalistas plantean abiertamente la confrontación contra la Nación y el Estado, junto a la solución final del "conflicto" con España, que incluye el confesado sacrificio político y civil (y quién sabe si algo más) del PP y los considerados como "españolistas", es decir, los partidarios de la continuidad democrática de España. Los socialistas, por su parte, apuestan por la vía "ciudadanista" del consenso, bajo control y según las conveniencias; lo cual pasa, si no hay otro remedio, por tener que hablar circunstancialmente con el PP. Cuando los intelectuales orgánicos del socialismo afirman que el PSOE apuesta por "la política"— en su versión "deliberativa", "de diálogo", pero también del decisionismo schmittiano—, frente a otros instrumentos de acción, apuntan a esto: al arte de componer arreglos con las fuerzas políticas amigas, entendidas éstas como grupos de presión variable e intereses comunes, al tiempo que se aspira destruir a sus "enemigos mortales". Nacionalistas y socialistas comparten, pues, los fines, aunque empleen distintos medios.
El programa político de la marca ZP pasa por esta ruta. Y que nadie se confunda: el ciudadano José Luis Rodríguez probablemente no tenga un prontuario político claro, pero la marca partidista ZP sí lo tiene, y perfectamente delimitado: los enemigos mortales del PSOE/ZP no son otros que el PP y quienes representa; los amigos, sus socios parlamentarios y aliados ideológicos. Si la política procede según una escenificación de gestos, en la forma de afrontar el plan Ibarreche, los signos hablan por sí mismos: el presidente del Ejecutivo recibe y escucha antes al lendakari que al líder del PP. ¿Es que alguien esperaba lo contrario?
Los independentistas de ERC, como el resto de nacionalistas, envalentonados por las concesiones recibidas, lanzan amenazadoras ofertas al Ejecutivo a fin de alcanzar un pacto de estabilidad parlamentaria durante 2005, que descarte cualquier trato con el PP y asegure así un terreno completamente despejado para hacer "política territorial", eufemismo que esconde la verdadera naturaleza de un terremoto político. De ninguna manera, el PSOE desprecia la oferta. Sólo que la combina con una maniobra de encantamiento: con el PP no negocia en absoluto, pero, por descontado, cuenta con los votos populares, cuando los precisa. ¿De qué forma piensa frenarse el órdago nacionalista vasco? He aquí la doctrina PSOE/ZP: como da por hecho que el PP votará con el PSOE contra el plan Ibarreche, reserva sus fuerzas para las elecciones vascas, en las que formulará una alternativa nacionalista al nacionalismo del PNV —según el modelo nacionalista alternativo a CiU del Plan Maragall—, que excluye al PP, y, gane quien gane, lo deja a merced de la jauría de los violentos… Igualmente, ya suman a su haber los apoyos del PP en el referéndum para aprobar —o no— el Tratado Constitucional Europeo. Y convencidos de que no les va a fallar, encandilan al "enemigo mortal" para que, en ¡los asuntos de magnitud nacional!, siga sus pasos. Esto es, que sea leal y haga como ellos cuando estaban en la oposición. El País editorializó el día 5 de enero esta obra maestra del cinismo: "También el PSOE tuvo dudas en su momento sobre algunas de las iniciativas tomadas por el Gobierno del PP en materias sensibles, pero las secundó en casi todos los casos. Esa responsabilidad sería esperable ahora de Rajoy." Del enemigo, el consejo: otra vez. Todo está calculado: el aparato del PSOE da instrucciones a sus agrupaciones y militantes para que no critiquen al PP durante la campaña del referéndum europeo. Ya habrá tiempo después…
Los socialistas, con obscena desfachatez, mientras ofertan un federalismo asimétrico travestido de solidaridad nacional, practican una política neorrepublicana que, buscando la revancha, derrote esta vez, para siempre, a los "nacionales", con sus propios votos, sin que se den cuenta. Con este partidismo asimétrico pretenden embobar al PP y conducirlo al circo para ser devorado por las fieras. ¿Qué hará? Será muy bobo si no se resiste, lucha y moviliza a sus fuerzas para defender la vida, la libertad y la Nación.