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DRAGONESY MAZMORRAS

Paradojas

La temporada literaria francesa amenaza con la aparición de 691 novelas, entre nacionales y extranjeras, y los expertos, sin aún haberlas leído, se temen lo peor respecto a las primeras.

Los franceses están horrorizados, y no lo digo sólo por la mortandad veraniega que no es moco de pavo, aunque me imagino que Swift sacaría conclusiones muy jugosas sobre las soluciones demográficas del calor, y si no lo hago yo —que ganas no me faltan— no es para que no se me acuse de morbosa (que lo soy), sino porque en materia de muertos estamos todos muy susceptibles, y no es para menos. El motivo del pavor galo es la famosa rentrée literaria que trae locos a todos los críticos y no digamos a los lectores.

La temporada literaria francesa amenaza con la aparición de 691 novelas, entre nacionales y extranjeras, y los expertos, sin aún haberlas leído, se temen lo peor respecto a las primeras. Creo que esta suerte de desencanto nacional es una característica relativamente nueva para los franceses y les resulta bastante desconcertante, si pensamos en el alto concepto que siempre han tenido de sí mismos. Lo cierto es que, como apunta Josyane Savigneau en Le Monde, a finales del siglo XX, tal vez debido a la proliferación indiscriminada de novelistas que se sintieron jaleados en exceso, se produjo una especie de hastío, incluso de aversión, hacia lo propio realmente insólita en un país como ese. Esta desvalorización ha ido en aumento en lo que va de siglo y tiene visos de consolidarse. La consecuencia es que ser traducido ahora al francés no tiene ni por asomo el mismo prestigio que tuvo en otros momentos, ya que los editores franceses se lanzan con una avidez casi carpetovetónica sobre los escritores extranjeros, a los que, sin duda, sobrevaloran.

En España está sucediendo precisamente lo contrario. La autoestima crece a ojos vista y las preferencias de los editores y los lectores se centran ahora mayormente en la producción propia. Aquí la explicación es más bien política, pero los resultados de este autobombo pueden llevarnos a un nivel de incompetencia muy similar al de nuestros vecinos. Así que a prepararse a que cada vez haya más novelistas y, lo que es más grave, más novelas. Si antes pensábamos que podría haber un gran escritor ignorado porque no había conseguido publicar, ahora el peligro es que nadie lo lea precisamente porque habrá publicado junto a muchos más. En el futuro los descubrimientos del pasado no serán descoloridos manuscritos escondidos en algún desván, sino libros perfectamente encuadernados y alineados en los anaqueles de cualquier biblioteca municipal o nacional. Es eso de la pescadilla que se muerde la cola y nos remite sin duda a una cuestión puramente filosófica, la de que el mercado editorial funciona a golpe de paradojas y ya se sabe lo que ocurre cuando se produce una paradoja. Pero la rutina sigue y los eslabones de la cadena se engrasan a toda marcha. Ya están las novedades en prensa y seguramente encuadernadas y ya están las editoriales preparando los premios y las ferias, que siempre dan mucho que hablar. En este caso la expectación se centra en la Feria del Libro de La Habana pues Alemania ha anunciado que no apoyará a los editores alemanes que acudan a la muestra. Ya era hora, pero está por ver cuantos gobiernos, y sobre todo cuantos editores, secundarán esta afortunada iniciativa, que no estaría nada mal que se extendieran a otras manifestaciones internacionales, como por ejemplo la del Festival de cine de San Sebastián.

Y hablando de paradojas, me he enterado hace poco de que aquel libro de Lourdes Arencibia sobre el infortunado Reinaldo Arenas, del que yo les hablé en esta sección hace ya un par de años, ha sido finalmente presentado con todos los honores en La Habana, sin que por el momento, que yo sepa, se pueda leer todavía un solo libro del autor, así supuestamente rehabilitado...

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