León Blum, no recuerdo la fecha exacta pero en el periodo del Frente Popular, en Francia, declaró en un mitin que “la única dictadura que estaríamos dispuestos a aceptar sería la dictadura del proletariado”. Demagogia mitinera perfectamente absurda, ya que las llamadas “dictaduras del proletariado” han sido las peores dictaduras del siglo XX. Pero esa metedura de pata de Blum ha servido a algunos para afirmar que no era un demócrata, ya que era partidario de esa dictadura, cuando toda la vida política de Blum ha sido una lucha contra el totalitarismo comunista y, evidentemente, también el nazi.
A partir de una frase desgraciada pretenden algunos definir negativamente una actividad política que duró decenios y que, sin ser extraordinaria, tampoco fue ésa. Ya en 1920, en el Congreso de Tours, en el que el Partido socialista francés se dividió y un sector pasó a formar parte de la Internacional Comunista, León Blum fue el más firme y talentoso adversario de esa escisión, defendiendo a la socialdemocracia contra los “bolcheviques” franceses. Otra muestra de la diferencia entre las palabras y los hechos es que hasta en las actuales enciclopedias puede leerse que la mayoría del PS se adhirió a la Internacional Comunista, cuando es mentira. Si en el Congreso, amañado y manipulado, como saben hacerlo los marxistas desde Marx, que hizo lo mismo en la AIT, lograron efectivamente la mayoría en aquella reunión, los hechos tozudos demuestran que no ocurrió lo mismo en el país, en donde el PCF, mayoritario en el Congreso, fue ultra minoritario en cuanto a electores, diputados y militantes, hasta 1944.
León Blum, tan insultado por los comunistas debido a su actitud “cobarde y traicionera” durante nuestra guerra civil, demostró en realidad a la vez lucidez e indecisión; lucidez, porque no quería seguir ayudando a la URSS en España, e indecisión, porque no supo qué hacer para no ayudar a la reacción y a los “nazifascistas”, se decía entonces. Y, desde luego, el problema no era nada sencillo. Este problema internacional de nuestra guerra civil, que tenía, claro, aspectos nacionales, no lo solucionó ni París, ni Londres, sino Moscú y Berlín, permitiendo la victoria de Franco, en negociaciones secretas comenzadas en 1937 y que se hicieron públicas en 1939, con el pacto nazi-soviético. Esos son los hechos y no las palabras.
A mi siempre me extraña cuando tantas veces leo en los libros de Historia que se considera que lo que dice tal o cual político o estadista es la realidad; es lo que piensa sencillamente porque lo ha dicho, lo cual debería conducirnos a considerar que efectivamente la Internacional Comunista y sus correveidiles españoles, José Díaz o Dolores Ibarruri, “defendían la República”, sencillamente porque se hartaron de decirlo y repetirlo. O como cuando un presidente de gobierno declara que se ha enterado por la prensa de la existencia de los GAL. O, como otro maestro en el arte de hacer lo contrario de lo que dice, el general De Gaulle, quien fue a Argel y declaró a los franceses de Argelia, adversarios de la independencia, su famoso “Je vous ai compris!” para hacer lo contrario y conceder dicha independencia cuatro años después, y en condiciones catastróficas para todo el mundo.
Volviendo al Frente Popular, claro que los comunistas participaron, sin estar en el Gobierno, lo mismo que en España, y puede que Blum, como otros socialistas, pensara que eso constituía un paso hacia la ruptura de su postura golpista y el inicio de una aceptación de la democracia parlamentaria por parte de los PC. Evidentemente, no fue así y todos los PC del mundo siguieron obedeciendo ciegamente las órdenes de Moscú hasta la muerte de Stalin, y después, dando en ese periodo los más violentos bandazos: abandono de la línea “clase contra clase” y “socialtraidores”, con la aparente aceptación de la democracia “burguesa” y de las elecciones, para pasar, en seguida, a la defensa a rajatabla del pacto nazi-soviético que se hizo oficial en 1939, pero que ya fue efectivo en España desde 1938 con la retirada de las Brigadas Internacionales, de los consejeros militares y “políticosociales” soviéticos, el cese de envío de armas, etcétera. Y sólo cuando los nazis atacaron a la URSS en junio de 1941, se pasaron a la resistencia, o mejor dicho, a la defensa de la URSS, “patria de los trabajadores”.
No es lo mismo. Pero el PCF, que aparentaba haber cambiado y respetar las elecciones y la democracia parlamentaria, mantuvo hasta hace muy poco una organización militar clandestina, lo cual era una de las 21 condiciones que exigía Lenin a los partidos que se adherían a la Internacional Comunista. Cuando hace unos meses murió Roll-Tanguy, uno de los jefes de esa organización militar, todos, desde el presidente Chirac a los fantasmas del actual PCF, loaron al “gran resistente”, pero nadie, claro, hizo alusión a esa actividad clandestina. También es cierto que un golpista, sin golpe, no es nada. Las palabras y los hechos, una vez más.
Si Blum declaró aquello sobre la dictadura del proletariado, demagógicamente (para complacer a la izquierda socialista, de Marceau-Pivert a los propios comunistas, minoritarios pero activos, sin olvidar que en 1936 los ánimos estaban bastante caldeados y los espejuelos revolucionarios muy presentes, pero no duró mucho, como tampoco duró mucho el Gobierno de Frente Popular), en realidad no lo pensaba, como lo demuestran tanto su actividad política como sus escritos. Mintió por oportunismo, como tantos políticos.
Pero quienes han convertido la mentira en dogma, quienes prácticamente siempre han hecho lo contrario de lo que han dicho, fueron los comunistas. Y pongo “fueron” porque los posos actuales ni hacen, ni dicen. La propia “dictadura del proletariado” en la URSS fue una farsa, fue una dictadura totalitaria del Partido-Estado contra todos, también los obreros, y no hablemos de los campesinos, infinitamente más explotados y sojuzgados en esa “patria de los trabajadores” que en los países capitalistas.
Mientras preparaban activamente su retirada de España, en 1938, hablaban de resistencia a ultranza; el propio pacto nazi-soviético tenía sus cláusulas secretas, y, a cambio de su abandono de España, la URSS obtuvo los países bálticos, se repartieron con la Alemania nazi, Polonia, se les “regaló” territorios en el norte de Rumanía, y un larguísimo etcétera. Y si a partir del momento (1929/30) en que Stalin se hace con el poder absoluto, en su inaudita represión que hizo millones de víctimas, hubo medidas claramente antisemitas, jamás fueron reconocidas como tales, al revés, el antisemitismo se veía condenado oficialmente, pero se deportaban y fusilaban a judíos por serlo, pero con la coartada o máscara de que eran “cosmopolitas burgueses” o “hitlerotrostkistas”, luego sionistas y agentes del imperialismo norteamericano. En este caso, la diferencia entre el decir y el hacer es esperpéntica.
Desde luego, las palabras son fundamentales, las palabras trasportan ideas, filosofía, teorías, poesía. Pero si en un poema de amor logrado poco nos importa si corresponde a un hecho o a una fantasía, en política, los hechos son tanto o más importantes que las palabras. Y Blum jamás ejerció de “dictador proletario”.