Se vuelve a hablar de una pujante Europa anglo-germánica frente a otra latina, más atrasada. Renacen incómodos argumentos raciales. Se dice de Francia que sólo es latina a medias, dado que su origen primordial es germánico: la legendaria tribu de los francos, cuna, nada menos, que de Carlomagno, el abuelo mítico de la Unión Europea.
Durante un siglo prevaleció la hipótesis del sociólogo Max Weber consignada en La ética protestante y el espíritu del capitalismo: la explicación estaba en la clase de cristianismo que acabó implantándose en una y otra región. Mientras en el norte, que había roto con el Vaticano, se había impuesto el protestantismo, matizado por un calvinismo que reverenciaba el trabajo y aceptaba el éxito y la acumulación de capital como una señal de conformidad divina, en el sur continuaban vigentes la sospecha católica contra la riqueza y su desprecio por las actividades mercantiles.
Weber no tenía razón. En el siglo XX otros pueblos no cristianos, alejados de los reñideros religiosos europeos, alcanzaron altísimas cotas de desarrollo y éxito económico: Japón, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Israel. Últimamente, China y la India, aunque las dos terceras partes de sus sociedades todavía sean rematadamente pobres, parece que van por el buen camino económico. Aún en medio de la crisis, la Irlanda católica tiene un mejor desempeño que la media europea.
Todo son conjeturas. Sin embargo, es posible encontrar algunos rasgos más o menos comunes en las naciones punteras del planeta, aunque con intensidad variable en cada una de ellas. He aquí diez de esas características:
1) Ante todo, entendimiento de cómo y dónde se crea la riqueza. Si se suscriben el victimismo y alguna de las variantes de la Teoría de la Dependencia, es muy difícil escalar los puestos de avanzada en el planeta. Si uno cree una tontería, actuará como un tonto.
2) Subordinación del conjunto de la sociedad, y de los grupos dirigentes, a las reglas comunes. Cuando hay incumplimientos, surgen los castigos y todos esperan que se apliquen. No hay nadie por encima de la ley.
3) Extendido sentido de la responsabilidad individual. Las personas tienen derechos, pero también deberes, y los asumen voluntariamente. Las sociedades en las que abundan los cazadores de privilegios y subsidios están condenadas a la retaguardia.
4) Libertad para tomar decisiones individuales en todos los ámbitos. Eso incluye libertad, facilidades y trato justo para emprender actividades empresariales que permitan competir sin limitaciones arbitrarias y sin favoritismos.
5) Curiosidad intelectual y amor por la innovación y el cambio. Las sociedades que triunfan suelen estar más preocupadas por el futuro que por el pasado, más centradas en los ingenieros que en los poetas, lo que no está reñido con el respeto por la jerarquía.
6) Armonía razonable entre la sociedad y el estado. Las personas esperan que las instituciones y los organismos públicos actúen en su beneficio. Los funcionarios son servidores públicos y no mandamases arrogantes.
7) Sistema judicial eficiente y previsible que resuelve los conflictos con justicia y en plazos razonables.
8) Respeto por la propiedad privada, que es tanto como respetar el esfuerzo de las personas y las familias por conservar el fruto de su trabajo honrado.
9) Marco macroeconómico responsable custodiado por el gobierno. Mantenimiento del valor de la moneda (lo que significa que los ahorros no se evaporan). Control de la inflación. Deuda pública baja. Balance fiscal.
10) Veneración por las personas triunfadoras y económicamente exitosas, siempre que esos logros se hayan hecho con arreglo a la ley. Es en este ambiente de admiración y no de odio donde germina el espíritu filantrópico.
Estas no son las únicas claves, pero sin duda forman parte del ADN de las naciones triunfadoras. ¿Se pueden replicar? Yo creo que sí, pero es esencial comenzar por el principio: entender con total claridad cómo y por qué hay ciertos pueblos instalados en la locomotora del planeta mientras otros van en los vagones de segunda y tercera clase.