Seguramente los filólogos, obviamente no todos, que algunos están en tareas más rentables que las derivadas del buen uso de la palabra, nos explicarían sin dificultad dónde aparece la “h” de huérfano teniendo en cuenta que orphanus, de la que deriva, no la lleva (lat. orphanus, gr. orfanos, desamparado, abandonado, carente). Es muy probable que en un momento determinado de la historia, mientras el latín perdía fuerza y surgían las lenguas romances, la “o” originaria del vocablo se transformara en el diptongo “ue” y por distintas razones, posteriormente, fuera añadida una h. Desde luego se trata de una hipótesis verosímil, si bien, no es la única.
Uno que tiene formación psicológica, aunque se reconoce bastante alejado de las interpretaciones psicoanalíticas, no se resigna a dar una explicación menos científica pero también posible. La orfandad, esa ausencia de referentes paternos que ejercen la autoridad de forma legítima y natural, es sin duda una situación dramática. Sostengo que en un intento de huir de su soledad existencial, nuestra palabra encontró al sustituto del padre en la “h”. El huérfano, ya con “h” y con padrastro, se sintió mucho mejor. Era más comparable con los demás porque había alguien que hacía de padre. Él no sabe que la “h” es muda y que tampoco sirve para tanto. Pero algo es algo.
Peor lo tenemos los ciudadanos catalanes a los que nos ha caído la desgracia de no ser nacionalistas, y pensamos, o lo hemos hecho en el pasado, en términos socialistas. Una parte de votantes del PSC están alineados con las tesis del partido. Los cuadros, los familiares, los que dependen laboralmente de ellos, los que viven y recrean el discurso socio convergente y alguno que otro despistado o por libre. No son pocos, pero este grupo, que no llena el Palau Sant Jordi en campaña electoral, no es capaz de ganar unas elecciones en Cataluña.
El resto son mayoría. Están asentados mayoritariamente en Barcelona y su cinturón, no suelen escribir en prensa ni libros, ni cantar a coro en tertulias de radios y televisiones publicas también pagadas por ellos, y tienen un sentido bastante ajustado de lo que está pasando. Es verdad que no tienen cancha mediática en el oasis pero eso no quiere decir que no existan.
Qué decepcionante haber creído durante tanto tiempo que los “emergentes” del PSC marcarían distancia con el sanedrín nominalmente socialista, factualmente convergente, de corte maragaliano. Otra bonita asimetría para coleccionistas. El PSC, imbuido de la lógica nacionalista del “fet diferencial” se declara independiente del PSOE, pero en este último, la portavoz y algún destacado miembro de la Ejecutiva son del PSC.
Somos independientes de “Madrit” (copian del nacionalismo, los latiguillos, las palabras, incluso las terminaciones), repiten machaconamente una y otra vez, para hacerse perdonar el gran pecado de mantener relaciones más allá del Ebro y dar gusto al Zeus nacionalista, que no perdona, y si puede los acabará engullendo.
El PSC no está huérfano, tiene un gran mentor aunque oficie como padrastro. Es mejor que nada. Ya quisieran sus votantes tener tanta afinidad con ellos como ellos tienen con el nacionalismo convergente, que pide la multiculturalidad y pluralidad en España y practica la unicidad asfixiante en Cataluña, apenas sin contrapunto.
Existen, en Cataluña, votos “uérfanos, así, sin “h”. Muchos votos y más a medida que se va abandonando con amargura el engaño y la inercia. Las elecciones lo confirman. Y buscan también un padre, o aunque sea un padrastro que no los maltrate, alguien con quien no se sientan estafados. Sería bueno tener un partido político que les pudiera defraudar, a cambio de sorprenderles, porque eso llevaría implícito que han confiado previamente de él.
Pero no se puede engañar a todos siempre. Ya son muchos años de pedir el voto en castellano para gestionarlo en catalán, de ignorar los problemas y sentimientos de la base social que representa, de abusar y malgastar confianza a raudales.
Ser socialista está reñido con defender o consolidar privilegios de un grupo, con hacer gestos y guiños para atraer al electorado convergente como si el resto de sus votos estuvieran garantizados "per se", con mirarse continuamente en el espejo cóncavo nacionalista que todo lo deforma, jugando, incluso voluntariamente, el papel de tonto útil.
¿No hay nadie que se haya planteado dar cobertura a miles de ciudadanos que se abstienen de votar porque no tienen a quién hacerlo? ¿Dónde están los sociólogos e ideólogos que auscultan los latidos de la comunidad para traducirlos en programas y políticas concretas? ¿Para cuando un delegación —o como quiera que sea el nombre que se utilice— del PSOE en Cataluña?
Miles de ciudadanos en Cataluña, catalanes y españoles, carecen de ilusión porque no tienen a quién votar o porque tienen que votar a quien no quieren votar. Esto también es un déficit democrático y a alguien le corresponderá solucionarlo. Ellos le quedarían muy agradecidos.