¿Por qué el radar del Cornwall no detectó a las seis patrulleras iraníes? ¿Por qué no lanzó disparos de advertencia cuando éstas se aproximaban a las lanchas británicas? ¿Es el comandante del Cornwall, Jeremy Woods, un incompetente, o acaso se le ordenó que permaneciera de brazos cruzados?
De acuerdo con los protocolos de actuación de la Marina Real Británica en caso de abordaje, el buque nodriza ha de estar en una posición tal que le permita ejecutar labores de cobertura o disparos de advertencia. Se especula con que, cuando los marinos fueron capturados, el comodoro Nick Lambert, el oficial británico de más alto rango en la zona, trataba de fijar las normas de combate con el Ministerio de Defensa. A mi juicio, se trataba del peor de los momentos para hacerlo.
En este punto, puede que usted diga: "¿Qué es lo que debería haber hecho el Cornwall?". En primer lugar, debería haber lanzado disparos de advertencia; y si los iraníes hubieran seguido avanzado, debería haberlos hundido. "¡Pero eso habría puesto en peligro las vidas de los quince marinos británicos!", puede que replique usted. Entonces, yo le diría que esa es una de las tragedias de las guerras: que en ellas la gente muere.
El Reino Unido no es el único que se sirve de normas de enfrentamiento cuestionables. Las tropas norteamericanas desplegadas en Irak y Afganistán se han visto inmersas en encarnizados combates con terroristas que penetran en las mezquitas en busca de protección. Se sabe, además, que los terroristas han llegado a usarlas como arsenales. Sin embargo, el teniente coronel Christopher Garver ha llegado a decir que las tropas norteamericanas no entran en las mezquitas si "sólo" se trata de "impedir actividades insurgentes".
Durante la campaña italiana de la Segunda Guerra Mundial, las tropas norteamericanas se encontraron con que los alemanes estaban utilizando Monte Cassino como puesto de observación. Nuestros bombarderos redujeron el histórico monasterio benedictino a una pila de escombros. Los combatientes que utilizan recintos protegidos –por ejemplo, hospitales o lugares de oración– como escudos o elementos de camuflaje son culpables de violar las leyes de la guerra y responsables de lo que suceda con los referidos recintos. Ahora bien, las normas políticamente correctas de enfrentamiento que se estilan hoy en día ponen en peligro sin necesidad alguna las vidas de nuestros efectivos y reducen su eficacia.
La captura de los quince marinos británicos plantea otro problema. De acuerdo con la Convención de Ginebra, no puede ejercerse coacción física o moral alguna sobre las personas amparadas por aquélla, especialmente si lo que se pretende es "obtener información de ellas o de terceras partes". Asimismo, estipula que los prisioneros de guerra "tienen derecho, cualesquiera sean las circunstantes, a que se respeten sus personas (...) especialmente frente a todo acto de violencia o de amenaza de violencia, así como frente a los insultos y la exposición pública". Así pues, Irán violó la Convención de Ginebra cuando exhibió a los marinos ante las cámaras y les extrajo confesiones. Los prisioneros de guerra sólo están obligados a dar a sus captores el nombre, el rango y el número de identificación.
¿Cuánta ira suscitó en el mundo el maltrato iraní a los marinos británicos? Poca, muy poca, especialmente si se compara este caso con el de Abu Ghraib.
La supervivencia de Occidente precisa que salgamos de nuestro sopor y asumamos el verdadero carácter de nuestro enemigo. Estamos librando un conflicto con una cultura que guarda muy poco respeto por los valores occidentales que sancionan la sacralidad de la vida humana. Los terroristas atacan deliberadamente a la población civil. No hacen excepciones con las mujeres, los niños y los recién nacidos. Occidente debe batirse a fondo, y a menudo habrá de arriesgar la vida de sus tropas con tal de evitar víctimas civiles.
Tenemos los medios para destruir hasta los cimientos a las organizaciones terroristas y a los países que las cobijan, pero no queremos. Me asquea pensar en lo que tendrían que hacer los terroristas para que por fin sacásemos nuestra voluntad a relucir.