Ahora estamos enfrascados, pese a que muchos no lo vean o no lo quieran ver, en una cuarta guerra. La guerra que a la libertad le han declarado los fundamentalistas islámicos en alianza con quienes perdieron la guerra fría y ahora vienen a por la revancha. Todos revueltos confusamente en una “guerra santa” contra la libertad. Revueltos, aparentemente revueltos y contradictorios pero con una perversa coincidencia en la estrategia y en los fines.
La nueva guerra declarada a Occidente no tiene un centro político visible. No se trata de ejércitos con su Estado Mayor al mando. No se precisa coordinación de acciones. Las líneas del frente no están delimitadas. Los soldados enemigos se hallan en cualquier parte, conviven a veces apaciblemente con nosotros. Disponen de millones de colaboradores, conscientes o no, en nuestro campo. De hecho, los traidores de la libertad en Occidente constituyen el arma más poderosa con que cuentan sus enemigos. Su material de guerra es relativamente poco costoso y sus tácticas y métodos desafían la lógica convencional. La inédita naturaleza de esta guerra genera miedo, un miedo que convenientemente utilizado por los enemigos emboscados en nuestro propio campo incita a la parálisis y el desistimiento. Justamente el enemigo busca ante todo nuestra deserción ideológica y nuestro derrumbe moral. Matarnos físicamente, pero sobre todo matar nuestra voluntad y la seguridad en nuestros valores.
El peligro de Occidente es grave, tal vez más grave del que haya tenido que enfrentar nunca antes. Y el peligro nuevo y pavoroso reside en que podamos no desenmascarar sin paliativos a los traidores y no vencer nuestro miedo. Decisión y firmeza han de ser nuestras principales armas. Y la conciencia asumida de que se trata de ellos o nosotros. Así de claro y brutal.
Esta cuarta guerra mundial que libra Occidente, que es la guerra contra el terrorismo, tuvo su declaración formal más clara el 11 de septiembre en New York y Washington, y su reiteración sangrienta el 11 de marzo en Madrid. Sus episodios, mayores o menores, en cualquier parte del mundo. Sus batallas principales en estos momentos, Irak, Afganistán y el Medio Oriente. Sus caras más conocidas Ben Laden, y algún que otro Ayatollah o Imán descerebrado. Detrás está un mundo oscuro y con enormes recursos financieros y una delirante concepción religiosa de la vida, a la que se añade un viejo y aceitado odio, un resentimiento afiebrado a quien no la comparte, por lo que debe ser liquidado.
Pero hay más. Aquellos que fueron barridos por la historia tras la caída del Muro de Berlín han establecido una complicidad fáctica con los integristas islámicos. Comparten idéntico odio a Occidente y la libertad. Actúan confabulados en tres frentes claramente distinguibles. Uno, el que abarca a la variopinta y resabiosa izquierda radical agrupada en el Foro Social Mundial y en los movimientos globalofóbicos, cuya estrategia principal reside en la ponderación del caos en Occidente y de manera señalada en el llamado tercer mundo. Literalmente se proponen la creación de “otro mundo posible” a partir del caos, de la revuelta y el desorden permanentes. Así, su estrategia podría formularse con el refrán “a río revuelto, ganancia de pescadores”. En este campo no se puede desestimar el papel que desempeña Fidel Castro que, aunque también, no se puede circunscribir a lo simbólico. En este campo se encuentran los narcoterroristas de las guerrillas colombianas; grupos terroristas como ETA, el IRA y otro similares. Los Chávez, Evo Morales, Bové y otros personajes y personajillos que pululan por los cuatro puntos cardinales. También las protestas delictivas ante cualquier reunión de carácter internacional que no sea la que ellos mismos organizan. El objetivo es desarrollar inacabables fuentes de conflicto que pongan en jaque a todo el sistema, además de intentar conseguir alguna que otra meta inmediata que pueda servirles como plaza o meta intermedia conquistada que les conduzca a la victoria final. Hasta aquí el frente de los enemigos directos de Occidente y de la libertad.
El segundo frente lo integran gran parte de la llamada izquierda moderada o democrática y la masa de “intelectuales” que le son afines. Es el frente de la traición. El odio básico a Occidente y su pilar fundamental Estados Unidos, es el mismo, aunque se escuden detrás de la coartada de la justicia social, de la moderación, del respeto a la legalidad y las normas democráticas (de la cual usan y abusan descaradamente). Propalan las ideas de “comprensión” hacia los enemigos de Occidente, justificándoles de forma vergonzante porque, dicen, no son más que víctimas de nuestra maldad, a la que reaccionan como pueden. Esta izquierda democrática controla universidades, medios de comunicación y editoriales, y allí donde alcanza el gobierno pone cuanta zancadilla le es posible a la defensa firme que pueda tratar de ejercer Occidente frente a sus enemigos. Actúan claramente como desvergonzados quintacolumnistas. Descaradamente se presentan como los verdaderos demócratas y acusan a los otros, a la denostada derecha, de fascistas o protofascistas. En una inversión increíble de los conceptos y del lenguaje venden la idea de que ellos son los verdaderos demócratas y de contrabando introducen la idea de que sólo ellos están legitimados par gobernar. Estados Unidos, el capitalismo, el liberalismo o el neoliberalismo es para ellos la bestia negra a batir. No obstante, es bueno subrayar que algunos partidos y gobiernos no ciertamente de izquierdas, principalmente en la vieja y enferma Europa, y en razón de sus complejos y su infatuada autopercepción herida —léase, por ejemplo, Francia— contribuyen insensatamente a su autodestrucción y le hacen el juego al enemigo.
El tercer frente está constituido por el miedo, ese humano y primario sentimiento. Por supuesto que es lógico que ante la aberración terrorista sintamos miedo. Mas ese miedo, como cualquier otro, puede resultar destructivo si nos paraliza o si nos lleva a la rendición. Ese miedo indominado y fatalmente perturbador es el que nos tratan de inducir los enemigos y sus cómplices con sus campañas pretendidamente humanistas y pacifistas. Ese pacifismo a toda costa, que puede ser ingenuo en muchos de los que lo practican pero que es conscientemente dirigido por los enemigos. Lo han hecho siempre. Lo hicieron cuando la primera guerra mundial llamando a los trabajadores a no apoyar a sus gobiernos en lo que llamaban una guerra imperialista. Lo volvieron a hacer en la segunda Guerra Mundial, en la que primero invocaron la paz para proteger el siniestro pacto entre Hitler y Stalin, para después llamar a la guerra cuando era Stalin el atacado. Repitieron la machacona consigna de paz a toda costa cuando la guerra fría, con el propósito de que Occidente se desarmara y quedara inerme ante la amenaza imperial-comunista. Lo hicieron innoblemente cuando la guerra de Viet-Nam hasta lograr la derrota de Estados Unidos y la victoria comunista. Lo han continuado haciendo con la guerra del Golfo, con la guerra al genocida de Milosevic, con la guerra a los talibanes y a Al-Qaeda, y lo hacen ahora mismo con la guerra de Irak. Buscan por todos los medios, siempre en nombre de la paz, que Occidente no haga nada para frenar a Corea del Norte o a Irán y Siria. Instilan el miedo en los pueblos y promueven la política del cruzado de brazos. Quieren nuestra capitulación.
Lo peor es que estos tres frentes: el del terrorismo islámico y la izquierda vengativa, el de la traición de la mayor parte de la “izquierda democrática” y sus intelectuales, y el del miedo y su ideología pacifista parecen extrañamente concertados. Sin que sepamos bien cómo, sin que podamos identificar una jerarquía como en la época del Komintern, la evidencia de su tenebrosa alianza estratégica es estremecedora.
Sin embargo, aunque la perspectiva pueda ser desoladora, Occidente, la libertad pueden y deben triunfar. A condición de que tomemos conciencia del tipo de guerra a que nos enfrentamos y que tengamos la decisión de ganarla. En primer lugar combatiendo en todos los frentes abiertos, y defendiendo nuestras ideas y nuestros valores sin vacilaciones ni complejos. Este es el reto de Occidente. Dramáticamente si se quiere: o ellos o nosotros.