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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

Objetivo: Aznar

¿Qué hacer con Aznar? He aquí una de las graves cuestiones que espesan el escenario político español presente y del inmediato futuro. No es que esta pesquisa pretenda personalizar la vida política y ceñir la corrida a un duelo de grandes espadas. Ocurre que las espadas están en alto desde que se abrió la pancarta de "Todos contra el PP". Hoy la lucha continúa al objeto de anular a la derecha española. Y Aznar sigue siendo su cabeza visible, el máximo objetivo a abatir.

En esta jauría desatada contra el ¿antiguo? líder del Partido Popular hay sin duda obsesión y grandes dosis de rencor y resentimiento, de venganza y desquite. Todo ello caracterizó la oposición contra los Gobiernos que presidió, y concentra todavía hoy casi todas las energías de los actuales gobernantes y sus aliados. Cualquier motivo es suficiente para organizar la perrería, desde lo banal a lo más formal. La elevación de Aznar a la peana del pim-pam-pum de la política española, al que zaherir sin contención ni miramientos, porque, después de todo, todos lo hacen y resulta cómodo, se ha convertido en uno de los episodios más vergonzosos, mezquinos y obscenos que hemos podido ver en los últimos tiempos.
 
Este linchamiento implacable tiene, en efecto, rasgos de singularidad, pero sería un error pensar que la cosa acaba ahí. Y en tal focalización personal se pierden, por otra parte, tanto los enemigos de Aznar como sus propios compañeros de partido. Los primeros, por motivos claramente estratégicos; los segundos, porque les conviene restringir la expurgación de desgracias, culpas y errores a un solo sujeto, quien además demostró desde el primer momento estar dispuesto a aceptar semejante sacrificio. Como con respecto a su retirada voluntaria del poder, como con todo lo que atañe al personaje, unos verán en ese gesto generosidad y nobleza; otros, vanidad y presunción. Aznar: genio y figura hasta la sepultura.
 
En verdad, el odio de socialistas y nacionalistas a Aznar es descomunal, pero remite a referentes significativamente políticos. Aznar ganó las elecciones a González y Zapatero no ha retirado a Aznar, es él quien se ha apartado de la competición por propia voluntad y con la hoja de servicios limpia. Por lo tanto, moralmente ha ganado y políticamente es difícilmente atacable (desde su facción sí lo sería por bastantes motivos, pero esa es otra historia). Aznar, poderoso, humilló sin compasión a Zapatero cuando ejerció de jefe de la oposición y el político tranquilo no se lo ha perdonado. Ni se lo perdonará jamás. El argumento de la confrontación se ha extendido, empero, desde el terreno personal al de la conveniencia política, buscando atacar a un hombre de honor allí donde más daño puede hacerle: en la honorabilidad. Además, como para el imaginario de la izquierda el honor es un valor antiguo y de derechas, puede castigársele sin temor, con la seguridad de que no se volverá contra ella, puesto que a la izquierda tal código no le afecta ni incumbe. La querella se personaliza exponiéndose como un conflicto de caracteres, un cara a cara entre un personaje severo, ascético y adusto, como Aznar, frente a un figurante radiante y campante, el rey del talante, como Zapatero. Una pendencia, pues, entre un individuo circunspecto que se contiene y un sujeto pagado de sí mismo que sobreactúa. A propósito del presunto escándalo del lobby feroz y la medalla del Congreso de EEUU a Aznar, Zapatero no entra en el fondo de la cuestión, si es que lo hay: sólo afirma que él esas cosas no las haría. Nada más llegar a La Moncloa de la forma en que llegó alega en su defensa que a él el poder no le cambiará.
 
Sí, aquí rebulle un profundo sentimiento de culpabilidad, interiorizado hasta la médula, y una peligrosa propensión al culto a la personalidad, que se evidencian palmariamente en este testimonio del actual presidente del Gobierno español sobre/contra su enemigo político: "Es verdad que tiene un carácter… difícil, ¿no? Pero poniéndole un poco de tiempo y de talante espero que lo podamos institucionalizar" (ABC, 25/7/2004). O sea, viene a decir ZP, Aznar está por civilizar, porque trabaja por libre y todavía puede dar disgustos; de manera que hay que institucionalizarlo. Sí, ciertamente, hay aquí cinismo político, petulancia y, sobre todo, un afán infinito de dar guerra y de meter caña al oponente, hasta aniquilarlo.
 
Aunque sea por otras razones y motivaciones, el Partido Popular también desconfía de los free lancers. Pero, a diferencia del actual Gobierno y de los socialistas, los populares no saben muy bien qué hacer con Aznar, porque acaso teman qué pueda hacerles a ellos. Aznar es una personalidad política enterrada antes de tiempo, a quien además no se le deja descansar en paz. Para bien o para mal, sigue representando el principal capital de la derecha española. Lo curioso del asunto es que tal circunstancia, la deploran y temen casi todos. El PP debe convencerse de que la manera en que se dejó desalojar del poder, la facilidad y la brusquedad con que se cometió la fechoría, lo deja en una situación precaria en la que no sólo han perdido el Gobierno, sino lo que en política es algo más trascendental: la confianza y el respeto públicos. Sin éstos aquél no podrá recuperarse. Y la empresa pasa inexcusablemente por no renunciar del legado político anterior, esto es, de José María Aznar. Esto es: su firmeza en la lucha contra el terrorismo, su entereza ante la presión de los nacionalismos separatistas, su apuesta decidida por la nación y la lengua española como instrumentos de cohesión interior y de proyección internacional, su defensa de los valores de Occidente, su posicionamiento por el atlantismo y el empuje democrático como garantías de paz mundial.
 
He aquí el depósito de principios y valores que izquierdas y nacionalismos tienen como principal objetivo a abatir. Unos principios y valores, y no otros, que los populares deben seguir haciendo propios si no quieren verse reducidos a un cero centrado. Rajoy duda y recela ante el objetivo indiscreto, aunque a veces reacciona. Se pone de pie y en plan democristiano le dice al PSOE que ya está bien, oiga, que no sea abusón y que deje de meterse con Aznar y con ellos. Me pregunto si es ésta una actitud suficiente para neutralizar al Comando Rubalcaba. A menudo da la impresión de que los dirigentes del PP no saben bien a quiénes tienen delante. Aunque Aznar sí lo sabía y lo sabe, ni entonces los calificaba por su nombre ¡ni ahora tampoco!
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