Si durante sus años universitarios en Columbia y Harvard, en vez de empaparse de multiculturalismo, orientalismo a lo Edward Said y otras cosas más inconfesables, hubiera estudiado seriamente historia de España con mis admirados amigos los profesores Edward Malefakis (en New York City) y Francisco Márquez Villanueva (en Cambridge, Mass.) –este último es, además, un experto en la Inquisición–, el presidente norteamericano podría haberse ahorrado el lamentable error de su discurso urbi et orbi de Egipto.
Ni Columbia ni Harvard, a pesar de su prestigio y de algunos excelentes profesores, garantizan una buena educación. Durante mi estancia en la última como director del Real Colegio Complutense, durante los años 1998-2000, fui precisamente testigo del acoso sistemático hacia la historia y la cultura españolas por parte de profesores adeptos al multiculturalismo. Dos de ellos estaban en el propio Consejo del colegio español, hostigando continuamente al profesor Francisco Márquez Villanueva, especialista en la literatura del Siglo de Oro. Uno era Brad Epps, que acababa de obtener una cátedra en Harvard, se decía, por la cuota gender-gay, y que estaba más interesado en las culturas catalana, gallega y vasca que en la castellana o española. El otro era el historiador latinoamericanista y anti-españolista John Coatsworth, que después se iría a Columbia, donde organizó la famosa y polémica conferencia del presidente de Irán, todo un festín de anti-semitismo, anti-americanismo y auténtica homofobia. Coatsworth, además, presumía de ser amigo y consejero del infame senador demócrata de Connecticut Chris Dodd, experto en asuntos hispanos e hispanoamericanos (apaciaguador respecto a Cuba), uno de los máximos responsables políticos, en el Congreso, de la corrupción financiera que padecemos en todo el mundo, y que en su día presidió el tinglado de la familia Garrigues en España, el Consejo Hispano-Norteamericano.
Por su parte, Brad Epps es uno de los ideólogos más significados de ese multiculturalismo que ha contaminado los departamentos de lenguas, ciencias sociales y estudios culturales (véase su colaboración en la obra Ideologies of Hispanism), un practicante absolutista de la metodología del género y la identidad en la crítica literaria, social y política. Además, es un conocido admirador y consejero ideológico de Pedro Almodóvar, por lo que no resulta disparatado sospechar que haya sido el inspirador de ese doctorado honoris causa absurdo que acaba de conceder Harvard al cineasta de Calzada de Calatrava. Resultaría irónico y patético –pero es muy posible– que los estudiantes jóvenes de literatura española en ese campus estuviesen hoy más familiarizados con el manchego Almodóvar que con el Manchego Universal de Cervantes.
Volviendo a Obama, ya he escrito sobre su pasado político ("El pensamiento político de Barack Hussein Obama", en los Cuadernos de FAES, abril de 2009), destacando sus raíces izquierdistas y multiculturalistas pero advirtiendo también de su tendencia al oportunismo y al flip-flopping. Llamé la atención, asimismo, sobre la fascinación irracional que suscita en los medios de comunicación de todo el mundo; sobre la extensión de la obamanía, esa pandemia que ha alcanzado también a algunos políticos de derechas en nuestro país. Yo sigo pensando que Obama es el Zapatero americano (Obama-Obambi, con un mejor estilo actoral, síntesis de Harvard y Hollywood). Su multiculturalismo buenista le ha llevado a apoyar el absurdo eslogan/proyecto de "alianza de civilizaciones", aunque no haya citado al presidente español (ojo, no vaya a ser que tal ninguneo tenga una explicación maquiavélicamente simbólica: la respuesta, aconsejada por el Departamento de Estado, al famoso ninguneo de Zapatero a la bandera americana).
En todo caso, Obama tiene un problema conceptual con el Islam. En su discurso inaugural de la presidencia, el pasado enero, ya se refirió a América como "una nación cristiana e islámica", lo cual no es cierto. América sólo se puede caracterizar filosófica o culturalmente como una nación cristiana o judeo-cristiana que ha elevado la libertad y la tolerancia a principio constitucional, aunque sus ciudadanos o habitantes puedan ser musulmanes o adeptos de cualquier otro credo. El multiculturalismo, precisamente, persigue suplantar la cultura política homogénea de la tradición judeo-cristiana, cristalizada en el conglomerado de una nation of nations (Walt Whitman) y un melting pot (que el gran José Martí traduciría "pote revuelto") asumido por Abraham Lincoln y el Partido Republicano; el Rule of Law y la igualdad ante la ley de los todos los ciudadanos (una sola democracia, constitucional y unitaria-federal) por un mosaico de culturas distintas, ninguna superior a las demás (una pluralidad de democracias étnicas confederadas).
Frente a las tesis, meditadas filosóficamente y fundadas en la experiencia histórica y empírica, que sostienen un inevitable conflicto de civilizaciones (desde Maimónides en su Epístola a los judíos del Yemen hasta Weber, Strauss, Burnham, Pearson, Toynbee y Huntington), Zapatero y Obama nos proponen, en un ejercicio de voluntarismo inspirado por el Islam ("Sumisión"), una "Alianza de Civilizaciones". Las ansias infinitas de paz que inspiran tales esquemas buenistas no cancelarán, sin embargo, las responsabilidades de los Estados Unidos en el enfrentamiento inevitable, pese a las múltiples incongruencias, errores, incompetencias y vacilaciones de la administración demócrata Obama-Biden.
Ni Columbia ni Harvard, a pesar de su prestigio y de algunos excelentes profesores, garantizan una buena educación. Durante mi estancia en la última como director del Real Colegio Complutense, durante los años 1998-2000, fui precisamente testigo del acoso sistemático hacia la historia y la cultura españolas por parte de profesores adeptos al multiculturalismo. Dos de ellos estaban en el propio Consejo del colegio español, hostigando continuamente al profesor Francisco Márquez Villanueva, especialista en la literatura del Siglo de Oro. Uno era Brad Epps, que acababa de obtener una cátedra en Harvard, se decía, por la cuota gender-gay, y que estaba más interesado en las culturas catalana, gallega y vasca que en la castellana o española. El otro era el historiador latinoamericanista y anti-españolista John Coatsworth, que después se iría a Columbia, donde organizó la famosa y polémica conferencia del presidente de Irán, todo un festín de anti-semitismo, anti-americanismo y auténtica homofobia. Coatsworth, además, presumía de ser amigo y consejero del infame senador demócrata de Connecticut Chris Dodd, experto en asuntos hispanos e hispanoamericanos (apaciaguador respecto a Cuba), uno de los máximos responsables políticos, en el Congreso, de la corrupción financiera que padecemos en todo el mundo, y que en su día presidió el tinglado de la familia Garrigues en España, el Consejo Hispano-Norteamericano.
Por su parte, Brad Epps es uno de los ideólogos más significados de ese multiculturalismo que ha contaminado los departamentos de lenguas, ciencias sociales y estudios culturales (véase su colaboración en la obra Ideologies of Hispanism), un practicante absolutista de la metodología del género y la identidad en la crítica literaria, social y política. Además, es un conocido admirador y consejero ideológico de Pedro Almodóvar, por lo que no resulta disparatado sospechar que haya sido el inspirador de ese doctorado honoris causa absurdo que acaba de conceder Harvard al cineasta de Calzada de Calatrava. Resultaría irónico y patético –pero es muy posible– que los estudiantes jóvenes de literatura española en ese campus estuviesen hoy más familiarizados con el manchego Almodóvar que con el Manchego Universal de Cervantes.
Volviendo a Obama, ya he escrito sobre su pasado político ("El pensamiento político de Barack Hussein Obama", en los Cuadernos de FAES, abril de 2009), destacando sus raíces izquierdistas y multiculturalistas pero advirtiendo también de su tendencia al oportunismo y al flip-flopping. Llamé la atención, asimismo, sobre la fascinación irracional que suscita en los medios de comunicación de todo el mundo; sobre la extensión de la obamanía, esa pandemia que ha alcanzado también a algunos políticos de derechas en nuestro país. Yo sigo pensando que Obama es el Zapatero americano (Obama-Obambi, con un mejor estilo actoral, síntesis de Harvard y Hollywood). Su multiculturalismo buenista le ha llevado a apoyar el absurdo eslogan/proyecto de "alianza de civilizaciones", aunque no haya citado al presidente español (ojo, no vaya a ser que tal ninguneo tenga una explicación maquiavélicamente simbólica: la respuesta, aconsejada por el Departamento de Estado, al famoso ninguneo de Zapatero a la bandera americana).
En todo caso, Obama tiene un problema conceptual con el Islam. En su discurso inaugural de la presidencia, el pasado enero, ya se refirió a América como "una nación cristiana e islámica", lo cual no es cierto. América sólo se puede caracterizar filosófica o culturalmente como una nación cristiana o judeo-cristiana que ha elevado la libertad y la tolerancia a principio constitucional, aunque sus ciudadanos o habitantes puedan ser musulmanes o adeptos de cualquier otro credo. El multiculturalismo, precisamente, persigue suplantar la cultura política homogénea de la tradición judeo-cristiana, cristalizada en el conglomerado de una nation of nations (Walt Whitman) y un melting pot (que el gran José Martí traduciría "pote revuelto") asumido por Abraham Lincoln y el Partido Republicano; el Rule of Law y la igualdad ante la ley de los todos los ciudadanos (una sola democracia, constitucional y unitaria-federal) por un mosaico de culturas distintas, ninguna superior a las demás (una pluralidad de democracias étnicas confederadas).
Frente a las tesis, meditadas filosóficamente y fundadas en la experiencia histórica y empírica, que sostienen un inevitable conflicto de civilizaciones (desde Maimónides en su Epístola a los judíos del Yemen hasta Weber, Strauss, Burnham, Pearson, Toynbee y Huntington), Zapatero y Obama nos proponen, en un ejercicio de voluntarismo inspirado por el Islam ("Sumisión"), una "Alianza de Civilizaciones". Las ansias infinitas de paz que inspiran tales esquemas buenistas no cancelarán, sin embargo, las responsabilidades de los Estados Unidos en el enfrentamiento inevitable, pese a las múltiples incongruencias, errores, incompetencias y vacilaciones de la administración demócrata Obama-Biden.