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PROLIFERACIÓN NUCLEAR

Nunca más Hiroshima

"Tras el inmenso fogonazo hubo un silencio durante unos segundos, y a continuación un ruido atronador producido por la onda expansiva. Poco después comenzó a crecer un gigantesco hongo... Unos pocos reían, otros lloraban, la mayoría de la gente estaba en silencio. Flotaba en mi mente una línea del Bhagavad Gita en la cual Krishna trata de persuadir al Príncipe de que tenía que cumplir con su deber: Me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos. Creo que, más o menos, todos tuvimos ese sentimiento".

"Tras el inmenso fogonazo hubo un silencio durante unos segundos, y a continuación un ruido atronador producido por la onda expansiva. Poco después comenzó a crecer un gigantesco hongo... Unos pocos reían, otros lloraban, la mayoría de la gente estaba en silencio. Flotaba en mi mente una línea del Bhagavad Gita en la cual Krishna trata de persuadir al Príncipe de que tenía que cumplir con su deber: Me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos. Creo que, más o menos, todos tuvimos ese sentimiento".
Edvard Munch: EL GRITO (detalle).
De este modo describía J. Robert Oppenheimer los momentos inmediatos a la explosión de la primera bomba atómica, que tuvo lugar el 16 de julio de 1945, a las 5:30 horas, en el desierto de Alamogordo (Nuevo Méjico). Se pretendía probar el funcionamiento de la bomba de plutonio que sería arrojada semanas más tarde sobre Nagasaki. La prueba se hacía necesaria porque la construcción del artefacto, harto complejo, no garantizaba al 100% que funcionara en el momento preciso.
 
Robert Oppenheimer fue el director técnico del Proyecto Manhattan, en el que participaron veinte premios Nobel y numerosos científicos huidos de la Alemania nacionalsocialista tras la promulgación de las Leyes de Nuremberg (1935), que legitimaban el antisemitismo. El objetivo inicial del Proyecto Manhattan era fabricar una nueva arma que utilizar contra el III Reich.
 
La invasión alemana de 1941 impidió a la URSS llevar a cabo su investigación nuclear, que fue retomada en 1945 de la mano de Igor V. Kurchatov, el cual dirigió, como Oppenheimer en los EEUU, un equipo técnico compuesto por científicos de primer orden. La bomba atómica soviética se hizo explotar el 29 de agosto de 1949, en el polígono de Semipalatinsk, en las estepas de Kazajistán.
 
A partir de aquel momento se radicalizó el concepto de Guerra Fría, y en ambos países se acrecentó el temor social a un ataque nuclear mutuo. Ello les llevó al inmediato desarrollo de las bombas de fusión nuclear (de hidrógeno, o termonucleares). El 1 de noviembre de 1952 los EEUU detonaron en el atolón de Eniwetok su primer dispositivo termonuclear, pero sería el 1 de marzo de 1954 cuando probaran su primera bomba propiamente dicha, en el atolón de las islas Bikini. La URSS hizo lo propio con una bomba de diseño exclusivo que hizo explosión en el polígono de pruebas de Kazajistán el 12 de agosto de 1953.
 
IMagen tomada durante una prueba nuclear norteamericana.El interés estratégico de las bombas termonucleares hizo que siguieran fabricándose, y se trataba de aumentar el megatonaje de las mismas. El 30 de octubre de 1961 la Unión Soviética detonó en Novaya Semlya, en el Circulo Polar Ártico, lo que Andrei Sajarov llamaría la "gran bomba", que, diseñada para 100 megatones, tuvo un rendimiento real de 60, es decir unas 5.000 veces la energía de la bomba de Hiroshima. Pero sus efectos, muy inferiores a los que habrían producido 60 bombas de un megatón, disuadieron a la URSS y a los EEUU de seguir con su producción.
 
Poco después, y teniendo en cuenta que los diversos ensayos podrían provocar niveles preocupantes de contaminación ambiental, se suscribió un acuerdo internacional, tras complicadas negociaciones, que prohibía las pruebas nucleares en la atmósfera, bajo el agua y en el espacio exterior. Se llamó Limited Test Ban Treaty (LTBT), se firmó el 10 de octubre de 1963 y lo suscribieron inicialmente los EEUU, la URSS y el Reino Unido. Posteriormente lo firmarían 110 países más.
 
Este acercamiento tuvo lugar un año después de la Crisis de los Misiles en Cuba. Durante aquellos días de octubre de 1962, la inminencia de una guerra termonuclear fue tan alarmantemente real que el ataque se esperaba de un momento a otro, tanto en Washington como en Moscú. No tengo ningún testimonio por parte de la Unión Soviética, pero sí el del científico español Guillermo Velarde, que vivió hora a hora aquellos dramáticos días:
 
Nunca olvidaré aquellos días en que me encontraba trabajando en Atomics International, cerca de Los Ángeles. Una mañana nos dieron unos folletos en los que se indicaba que la guerra nuclear era inminente y que no había tiempo para construir refugios que protegiesen a la población (...) Por esta razón, nos dijeron que en pocas horas teníamos que adecuar una habitación para protegernos de la lluvia radiactiva. Las normas eran claras: escoger una habitación con sanitario, cubrir las ventanas con paneles de madera y tapar sus rendijas con masilla. También teníamos que taponar las juntas de esta habitación con la masilla y hacer un orificio en la puerta, tapado con papel de filtro. Debíamos almacenar agua para 15 días y, durante ese tiempo, procurar alimentarnos con pastillas de proteínas, vitaminas, etcétera, tratando de evitar en lo posible ingerir alimentos perecederos. Debíamos tener asimismo una radio con pilas suficientes para ir recibiendo las instrucciones del Mando de Protección Civil, que nos confirmaría en qué momento preciso podríamos abandonar las habitaciones y alejarnos de la zona.
 
Me llamó especialmente la atención la reacción de gran serenidad y disciplina por parte de la gente, factores clave en aquellos momentos, sobre todo porque sabíamos que las personas que no muriesen por la onda térmica y la onda de choque sobrevivirían si cumplían las instrucciones. Era primordial que cuando sonase la alarma se fuese cada uno de forma inmediata a las habitaciones que se había escogido como refugio, en el sitio de trabajo, en los colegios, en la casa, donde fuera. Se prohibió terminantemente que los padres fueran a buscar a sus hijos al colegio, o a los familiares ir a reunirse unos con otros. Desde luego, las instrucciones que nos dieron eran las más sencillas y adecuadas que se podían dar.
 
George W. Bush y Vladimir Putin.El fin de la Guerra Fría propició una nueva era de distensión nuclear, que alejaba definitivamente el fantasma de un enfrentamiento bélico a gran escala. El 24 de mayo de 2002 los presidentes Vladimir Putin y George W. Bush firmaron el Treaty on Strategic Offensive Reductions (TSOR), o Tratado de Moscú, por el que se comprometían a reducir sus armas estratégicas a unas 1.700-2.200 para el año 2012, la cifra más baja alcanzada en la historia de la proliferación nuclear. (Según los datos actualizados del Nuclear Notebook, EEUU tiene almacenadas 10.104 cabezas nucleares, y la Federación Rusa 16.000).
 
En su discurso oficial, Bush dijo: "Este tratado liquida el legado de la Guerra Fría y la hostilidad nuclear entre ambos países, y refleja la nueva relación estratégica entre nuestras naciones". Por su parte, Putin declaró: "Este tratado aumenta el régimen de no proliferación, y es muy apropiado en el contexto de la lucha contra el terrorismo internacional". El 15 de julio de 2006 ambos mandatarios anunciaron la creación de la Iniciativa Global para Combatir el Terrorismo Nuclear, que se une al Tratado Internacional para la Supresión de Actos de Terrorismo Nuclear aprobado por Naciones Unidas en 2005.
 
Los pasados 6 y 9 de agosto hemos vuelto a conmemorar el aniversario del bombardeo atómico de 1945 que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. En 1959 Alain Resnais llevó al cine el libro de Marguerite Duras Hiroshima, mon amour, una breve y triste pero intensa historia de amor entre una actriz francesa y un arquitecto japonés cimentada en la memoria de la guerra. Ignoro si Resnais sabía que iba a lograr una de las películas más bellas e intemporales de la historia del cine: bella, porque es una reflexión sobre el tiempo, la vida y la memoria; intemporal, porque el recuerdo permanente del bombardeo atómico unifica el pasado y el presente.
 
Una de las cosas que me llamó la atención cuando estuve en esa agradable ciudad japonesa es que sus habitantes expresan sus recuerdos no sólo en el Museo de la Memoria por la Paz, sino a lo largo y ancho de calles y plazas, con epitafios o pequeños monumentos que ponen de manifiesto, junto con el testimonio de los hibakusha (heridos por la radiactividad), lo que no debe volver a repetirse.
 
Hiroshima nos dio una trágica lección de historia, no sólo por los efectos biológicos y materiales que causó una sola bomba, sino por el gran impacto psicológico que conlleva un ataque nuclear. La amenaza nuclear creó un proceso de equilibrio internacional basado en la Destrucción Mutua Asegurada, que se ha roto con la extensión de la proliferación a diversos países. La situación actual conduce a pedir más que nunca a las potencias responsables que lleguen a un acuerdo definitivo que aleje, como sucedió en la Guerra Fría, aunque por razones distintas, la probabilidad de un ataque nuclear.
 
 
NATIVIDAD CARPINTERO SANTAMARÍA, profesora de la Universidad Politécnica de Madrid y académica correspondiente de la European Academy of Sciences.
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