De esas ideas, impuestas por la fuerza, nació la revolución francesa, y siglo y cuarto después la rusa (cuyo líder Lenin consideraba sucesora de la otra), que transformó el país de los Zares en el país del Terror. Su fracaso, asombrosamente, no ha supuesto su muerte (sí, las ideas nacen y mueren, pero ésta parece invencible).
Sin embargo, antes de esos acontecimientos se produjo la gran revolución americana, que no tiene nada que ver con la francesa pero que tantos historiadores están empeñados en supeditarla a ésta. (Hace poco, un columnista de "la tercera de ABC" nos aleccionaba pomposamente sobre el nacimiento de la democracia en la Revolución Francesa, como fuente inagotable del Estado de Derecho... hace falta ser analfabeto).
Por las razones que fueren, los Padres de la Patria americana fueron devotos creyentes y lectores de la Biblia. No todos pertenecían a la misma secta cristiana; ni siquiera eran todos cristianos. Jefferson, por ejemplo, no creía en la divinidad de Jesucristo. Paine sólo creía que el ateísmo es malo. Unos y otros, practicantes o no, tenían muy claro que un mundo sin Dios era decadente.
Hay un libro maravilloso sobre la enorme influencia de las creencias en la formación de América: On Two Wings, de Novak. Las dos alas sobre las que echó a volar la democracia más antigua del mundo son la "Humble Faith" y el "Common Sense" (humilde fe y sentido común). Obsérvese que la enunciación implica una diferencia muy acusada entre la arrogancia racionalista de los ilustrados europeos, cuyo afán era partir de cero, derribar y allanar, y la llana sabiduría, o sentido de la realidad, que se esconde en las expresiones "humilde" y "común". Los Padres Fundadores eran ilustrados por ser contemporáneos de los europeos, pero tan distintos que podían no haber coincidido cronológicamente.
¿Error de concepto? ¿Quién se equivocaba? La pregunta no es retórica, pues muchos piensan que América está en el error desde siempre. Ellos, los fundadores de América, dejaron escrito que es Dios el que dona a los individuos sus derechos inalienables, y no, ciertamente, el poder del Estado. Justo lo opuesto de lo que pugnaban por establecer compulsivamente Voltaire & Cía.
Además, también en dirección opuesta, los americanos fundadores estaban convencidos de que la ausencia de Dios deja al individuo inerme ante el empuje de sus pasiones, sin dirección clara para actuar responsablemente –y no digamos al que detenta al poder–. En suma, la frase "La razón no es suficiente" podría ser un compendio de su desconfianza hacia al ser humano sin religión.
Al mismo tiempo, para ellos la religión era una relación íntima de cada cual con Dios, pues el hombre ha sido hecho libre, sin que pueda comprenderse la responsabilidad sin la libertad. "No se puede obligar a nadie a creer lo que no quiere" era un lugar común entre ellos.
Estos matices llevan a un contenido completamente distinto de la palabra "Revolución". Nosotros, los europeos, sufrimos una revolución violenta, antirreligiosa y desestabilizadora; Ellos hicieron una revolución liberal, pero no contra su pasado inglés, sino contra el poder efectivo de Inglaterra, que para ellos había desvirtuado sus principios.
Podría seguir hablando de tan elocuente libro, pero mi intención es reflexionar sobre lo que antes planteaba: mientras Europa comenzaba su decadencia –y no soy el único en pensarlo–, América surgía como sociedad libre y democrática y cada vez más poderosa. Si esto es así –ya hemos visto que muchos, y no sólo europeos, piensan lo contrario–, supone dos trayectorias completamente distintas para uno y otro: una de decadencia desde el XVIII, otra de auge desde el mismo momento. ¿No es curioso?
Hablamos de Occidente y solemos incluir los dos lados del Atlántico; incluso, de este lado, estamos convencidos de que la base nutriente de Occidente es Europa –Nosotros–, que representa la cultura y la democracia, que Ellos no han sabido aprovechar.
Ahora se empieza a hablar, muy limitadamente, en voz queda, de la decadencia de Europa y de Occidente, como si acabara de empezar tal decadencia y como si la decadencia nuestra llevara, necesariamente, a la de Ellos. Pero los rasgos distintivos que hemos esbozado nos llevan a pensar, melancólicamente, que si algo está en aguda decadencia, decadencia terminal, es Europa –la futura Eurabia, como dice la grandísima Oriana Fallaci–. Que si algo está disolviéndose a ojos vista es nuestro continente, cuyos mandatarios hacen lo posible, además, por quemar etapas del proceso, como con la entrada de Turquía en la UE. Desgraciadamente, también se ven signos de decadencia en Ellos, aunque no tan pronunciados.
"Un fantasma recorre Europa", ¿recuerdan?, dijo triunfalmente Marx. Era el fantasma que anunciaba el futuro teñido de socialismo. Acaso no sabía que lo que estaba sembrando era la discordia, la guerra, la muerte y el hambre. El fantasma ha vuelto; no lleva en la mano Das Kapital, sino el Corán. Recorre Europa, y cuenta los días que faltan para su aniquilación.