Así lo hace así William Chislett, un periodista que acaba de iniciar este mismo mes, quince días después del vuelco electoral, una colaboración mensual en la newsletter en inglés del Real Instituto Elcano con el título de Inside Spain. Chislett hace un buen análisis de la situación económica, social y política de nuestro país. Al leer su trabajo —excelentemente documentado—, se diría que las elecciones del 14 de marzo enfrentaban a dos partidos con dos programas consistentes, igualmente respetuosos del Estado de derecho y que comparten un consenso estable y profundo sobre la naturaleza y la pervivencia de la nación.
Chislett, evidentemente, no llega a discutir la importancia de los atentados del 11 de marzo en el resultado electoral, ni niega la existencia del problema nacional en España. Pero olvida algunos pequeños detalles, como que el partido socialista gobierna en Cataluña gracias al voto de ERC, la naturaleza del pacto que los une y lo que eso significa para el partido que ahora entra a gobernar España, la propia naturaleza de ERC y la relación que la deriva totalitaria de ERC tiene con el totalitarismo nacionalista implantado en el País Vasco.
En resumen, el artículo de Chislett omite el dato fundamental de que las elecciones del 14 de marzo se han producido en un contexto específico: el final del diseño del modelo de organización del Estado iniciado con la Constitución de 1978, y el final del consenso que presidió el pacto sobre la Constitución. En vista de lo ocurrido desde entonces, es posible dudar de la existencia de un tal consenso, pero para el caso el resultado es el mismo. Hoy, en 2004, no hay acuerdo entre los dos grandes partidos nacionales sobre la organización del Estado español, y esa falta de acuerdo afecta, desde dentro, a uno de ellos, el Partido Socialista que ahora se dispone a gobernar España.
No se trata de dramatizar la situación, ni de sacar a relucir una supuesta anormalidad española. Ningún país está libre de peculiaridades, y la principal peculiaridad de la todavía joven democracia española es el problema de la articulación nacional. Pero tampoco se puede negar la evidencia, como es la existencia de esa peculiaridad y el hecho de que el partido que se dispone a formar gobierno carece de un proyecto propiamente nacional.
Como hasta ahora la nación española ha venido resistiendo todos los ataques, se puede argumentar que también los resistirá ahora. Es posible que el Partido Socialista encuentre la fórmula de encauzar este problema interno que es, además de eso, un problema nacional. Es posible suponer, como parece deducirse del trabajo de Chislett, que esta situación no tendrá ninguna consecuencia en la economía española. También es posible suponer que el gobierno socialista se mostrará más liberal que el del PP en la gestión económica, que solucionará sin intervencionismo el problema de la vivienda y que incluso se atreverá a flexibilizar el mercado de trabajo con audacia y gallardía.
En otro plano, también se puede especular con que ni siquiera el propio Zapatero se ha tomado nunca en serio su promesa de retirar las tropas de Irak y que la diplomacia internacional encontrará una fórmula que le permita salvar la cara, salvar los compromisos —y el honor— de los españoles, y hacer como que el PSOE no participó en la campaña contra el Gobierno durante la Guerra de Irak. Como, por otra parte y como todos sabemos, respaldó firmemente la legalidad y la libertad de los ciudadanos el sábado 13 de marzo.
Si ese es el precio que hay que pagar para que el PSOE sea un partido como el de Tony Blair, habrá que estar dispuesto a pagarlo. Pero al autor del trabajo que comentamos le pierde un último apunte, en el que afirma textualmente que “los socialistas tienen una oportunidad histórica de despolitizar RTVE”. Es mejor abstenerse de cualquier sarcasmo y sacar la lección pertinente. Está claro que el PP tiene mucho que aprender de la velocidad a la que se mueven sus adversarios. No parece que ahora, después de ocho años en el gobierno, tengan mucho tiempo para ponerse al día.