Preste atención, por ejemplo, a la estrafalaria conducta de Reuters, esa agencia de noticias en tiempos mundialmente respetada que ahora se limita a propalar una propaganda terrorista torpe hasta el ridículo. Hace unos días armó la marimorena diciendo que los israelíes habían lanzado intencionadamente un misil contra uno de sus vehículos y herido a su cámara Fadel Shana. Ahí estaba Shana, posando artísticamente con la camisa empapada de sangre. El caso es que la susodicha camisa estaba rasgada, y la camiseta que llevaba debajo el amigo Shana lucía impecablemente blanca; vamos, como si en un bolo de verano se le vieran los gayumbos bajo la toga al actor que hace de Julio César.
Lo chocante no es que casi todos los emporios mediáticos occidentales que informan desde Oriente Medio dependan de un personal local muy mayoritariamente simpatizante de uno de los bandos en conflicto –eso se sabe desde hace mucho–, sino el nivel de amateurismo en las manipulaciones con que los cuarteles generales están dispuestos a tragar.
Entre tanto, en la otra punta del negocio de la información se encuentra uno con cosas como este breve del Sydney Morning Herald:
La pasada noche, al oeste de Sydney, una chica de 16 años fue acosada por un coche lleno de hombres, antes de ser arrastrada al interior del vehículo y asaltada, según informó la policía (...) La policía describió a tres de los implicados como de pelo oscuro y largo por detrás.
Tres varones con el pelo "largo por detrás", ¿eh? No parece mucho para empezar a husmear. El caso es que la incansable redactora del Sydney Morning Herald había copiado al pie de la letra cada uno de los puntos relevantes del parte policial... excepto uno. He aquí la declaración difundida por los propios polis:
La Policía busca a tres varones descritos como de apariencia mediterránea o de Oriente Medio, con el pelo largo por detrás.
Ese detalle adicional es importante, ¿no le parece, estimado lector? El único motivo por el que lo conocemos es porque al gurú australiano de internet Tim Blair le picó la curiosidad por la epidemia de incidentes cometidos por sujetos de apariencia desconocida y decidió hacer pesquisas al respecto. Uno puede hacerse una idea de los suplicios que han de padecer los periodistas multicultis políticamente correctos, su desasosiego ante la perspectiva de que una formulación desafortunada perpetúe los infaustos estereotipos que pesan sobre los varones musulmanes jóvenes. Con todo, omitir el dato más relevante y dar la impresión de que las fuerzas policiales de Sydney están peinando la ciudad en busca de tipos con el pelo largo por detrás es un poco excesivo. Jeff Jacoby, del Boston Globe, escribía el otro día que los manuales escolares de EEUU están "sacrificando la verdad en el altar de la corrección política". Parece que también hay mucho de eso en los tebeos para adultos. Liarse a mamporros con la realidad no es buen negocio. Puede llegar un momento en que la necesites.
Es sorprendente constatar, con toda esta presunta sensibilidad multicultural ambiente, hasta qué punto somos insensibles hacia las demás culturas. Concluimos que nos es completamente imposible imaginar de qué manera tan distinta ven el mundo. Vuelva a ese vídeo en el que Steve Centanni y Olaf Wiig, de la Fox, anuncian su conversión al Islam. Cuando fueron liberados, sus colegas y los medios occidentales describieron la escena como una jugarreta mediática, sin más consecuencias que las derivadas de gritar "¡Detrás de ti! ¡Tiene un arma!" y, acto seguido, darle una patada en el cielo de la boca a tu descuidado captor. De hecho, unas cuantas páginas web parecieron ver la rutina de la conversión islámica como un comodín que te libra de la cárcel por el morro.
No apueste por ello. En mi próximo libro dedico unas cuantas páginas a un thriller que leí cuando era niño, una vieja obrita del creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle. En 1895 Sir Arthur había llevado a Egipto, por motivos de salud, a su convaleciente esposa y, no queriendo desperdiciar el colorido local, escribió una novelita titulada La tragedia de Korosko, acerca de un grupo de turistas británicos, americanos y franceses que acaba siendo secuestrado por los mahdistas, los yihadistas de la época. Gran parte del relato sitúa a los personajes en la misma tesitura que a Centanni y Wiig: los captores les ofrecen elegir entre el Islam o la muerte. Los británicos, los americanos y los europeos de Conan Doyle eran, ya entonces, gentes de hoy en día:
Ninguno, excepto quizá la señorita Adams y la señora Belmont, tenía convicciones religiosas. Eran hijos de su época, y algunos de ellos estaban en desacuerdo con todo lo que representaba aquel símbolo.
"Aquel símbolo" era la Cruz. Pero al final, incluso en calidad de individuos sin convicciones religiosas, no logran forzarse a someterse al Islam, porque comprenden que no se trata sólo de la negación de Cristo, sino, en cierto sentido, de la negación de sí mismos. Así que posponen la decisión a base de freír a preguntas técnicas al imán, hasta que al final éste se harta y son condenados a muerte.
Ciento diez años más tarde, ¿cuál es la gran noticia para los periodistas de la Fox y los medios occidentales que informaron de su liberación? Échate una túnica encima, cámbiate el nombre por el de Khaled, ponte ante las cámaras y deja caer aquí y allá el nombre de Alá: si ese es tu salvoconducto, a por él. Todo el mundo sabe que se trata de una mera engañifa.
No, ciertamente, la audiencia de Al Yazira. Para un musulmán, el vídeo es cualquier cosa menos irrelevante. Ni siquiera el yihadista más corto se cree que esos infieles se han vuelto de repente verdaderos creyentes. Lo que hace el vídeo es confirmar la verdad central que Osama y los mulás han estado proclamando: que Occidente es débil; que no hay nada, por crucial que sea, que no esté dispuesto a negociar. En su nuevo libro, The Conservative Soul (El alma conservadora), el cronista tory homosexual de la revista Time Andrew Sullivan, en un intento de conciliar su temperamento sexual con su supuesto temperamento político, se entusiasma y dice: "Al dejar marchar, recibimos. Al ceder, ganamos. Y aprendemos a vivir; a vivir ahora, que es el único tiempo que importa". Se trata prácticamente de una reafirmación literal del pacto de Fausto con el diablo:
En este momento voy a decir:
"¡Ten paciencia! ¡Tómate tu tiempo!"
Después podrás encadenarme
Después partiré al abismo.
En otras palabras, si Fausto llega a quedar tan cautivo del "momento" como para desear vivirlo siempre, el diablo le tendrá por toda la eternidad. En el mundo musulmán contemplan el vídeo de Centanni y Wiig y ven a hombres tan enamorados del presente, del ahora, que harán o dirán cualquier cosa por vivirlo. Y extraen sus propias conclusiones: es más fácil obligar a entrar en un coche a estos tipos que a la adolescente de Sydney.
No importa lo "comprensibles" que sean a nuestros ojos las acciones de Centanni y Wiig; lo que comprende la audiencia a la que va destinado el vídeo es muy distinto: que no hay nada por lo que estemos dispuestos a morir. Y, en la mentalidad islamista, una sociedad sin nada por lo que morir es ya una sociedad muerta.
© MARK STEYN, 2006.