Los avances en el campo de la genética y de la biología molecular así lo están permitiendo. Esta semana, Craig Venter, tal vez el científico más prolífico en la actualidad que acaparó la atención mediática con el desciframiento del Genoma Humano, y sus colegas del Instituto para las Energías Alternativas Biológicas, han convocado a la prensa para anunciar que han fabricado un virus desde cero. La reacciones se han sucedido inmediatamente: de horror en aquellos que contemplan la posibilidad de que esta tecnología caiga en manos de bioterroristas, para fabricar armas mortíferas; y de esperanza en quienes consideran el experimento un fantástico avance científico que facilitará un mejor aprovechamiento de los datos genéticos y que permitirá diseñar nuevas y originales terapias contra las infecciones.
En verdad, la noticia no ha cogido por sorpresa a la comunidad científica. El año pasado, Eckard Wimmer y su equipo de la Universidad de Nueva York, en Stony Brook, anunciaron en la revista Science que habían logrado sintetizar desde cero el virus que causa la poliomielitis. Para ello, echaron mano de una serie de ingredientes químicos, en concreto, las enzimas que normalmente se encuentran en las células, y de la secuencia genética del agente infeccioso, que está disponible en las bases genéticas publicadas en Internet, ya sea bajándolas de la web o solicitándolas por correo electrónico. El poliovirus "sintético" fue inoculado en un ratón, que quedó paralizado y murió. El ensayo dejaba patente que el microbio hecho por el hombre conservaba su potencial maligno y abría nuevas líneas de investigación para erradicar la poliomielitis. Sin embargo, como reconocieron los científicos, su criatura no era perfecta, pues presentaba ciertas deficiencias en su maquinaria genética.
Ahora, Venter quiere subsanar estos defectos. Y, al parecer, lo ha conseguido. Para ello ha perfeccionado la técnica de ensamblaje de los fragmentos genéticos de ADN que integran el virus elegido, un bacteriófago, llamado así porque normalmente infecta bacterias, que se conoce como Phi-X. En concreto, éste siente una atracción fatal por la Echerichia coli, una de las bacterias que forman parte de la flora intestinal y que puede desatar diarreas. El Phi-X, cuyo genoma fue el primero en secuenciarse, es una criatura enormemente sencilla, pues se compone de un anillo de ADN con 5.386 letras genéticas (nuestro ADN posee 3.000 millones) atrapado en una cápsula proteica. Para reproducirse, el bacteriófago inyecta este material hereditario en una bacteria y fuerza su maquinaria interna para que haga las copias que formarán parte de los virus hijos.
Para construir la versión artificial del Phi-X, los científicos estadounidenses utilizaron piezas suelas de ADN pertenecientes al agente viral. Para ensamblarlas con precisión, adaptaron una técnica utiliza con frecuencia en los laboratorios de genética, la PCR (reacción en cadena de la polimerasa) a otra que es conocida como PCA (ensamblaje cíclico de la polimerasa). Ésta última permite obtener copias de cadenas dobles de ADN, que facilitan la tarea de casar las piezas genéticas del bacteriófago. La criatura de Venter hizo lo que sabe hacer, infectar y matar bacterias.
Venter ha demostrado a sus colegas que es posible fabricar virus de forma rápida, eficaz y sencilla. Por el momento, la tecnología no permite modelar organismos más complejos, como bacterias o levaduras. Pero los engendros de Venter y Wimmer son un primer paso en esta dirección. Los científicos están en un brete no sólo de jugar sino de convertirse en auténticos dioses.