El segundo motivo de alegría es que sea un español quien suba a este original podio. Y no es una declaración de patriotismo lo que hago, sino un suspiro de alivio. Resulta que en nuestro país se ha detectado uno de los déficits de enseñanza matemática más preocupantes de la Unión Europea y, para colmo, nuestro continente está bastante por detrás en asuntos de sumas y restas que otros como Asia y América.
Existen algunas interpretaciones más o menos científicas para explicar la laguna matemática europea o, dicho al revés, el gran avance que esta disciplina ha alcanzado secularmente en muchos países de Asia, en comparación con nuestro entorno. Una de ellas intenta conectar la habilidad matemática con el desarrollo del lenguaje: hay quien opina que los chinos están más familiarizados con las herramientas cognitivas del cálculo porque su idioma es más afín a la lógica matemática que aquellos que derivan del latín, por ejemplo.
No se sabe si esto es cierto, pero a mí me da en la nariz que el problema es principalmente educativo. Y es que la matemática ha tenido en nuestra cultura una tradicional e injusta imagen de “materia hueso”, de pensamiento fútil que va a ser muy difícil erradicar. Sin embargo, las culturas orientales han demostrado un respeto milenario por el número, por su valor simbólico, su capacidad evocadora y su utilidad social. No en vano, fue en India donde se inventó el cero, la gran revolución cultural sin la cual el mundo no sería como es y que suele olvidarse en las historias de la ciencia redactadas por y para orientales.
En cualquier caso, sirva la victoria de este madrileño de 15 años para reivindicar el valor de las matemáticas en un mundo de códigos de barras, ordenadores personales, lavadoras inteligentes, cambios de divisas y cajeros automáticos... tótems culturales impensables sin el cálculo numérico.
Parece ser que el ser humano cuenta desde que es humano. Contar es una herramienta de supervivencia. Un homo sapiens primitivo y temeroso de las bestias (si todavía no de Dios) debía reconocer cuantas alimañas era capaz de enfrentar con ayuda de los otros machos de la tribu, cuántos pájaros se necesitaban para alimentar a una familia, cuántas lunas faltaban para que los árboles dieran fruto. Y, por esos caprichos de la genética, resulta que nuestra mente imperfecta no se parece en nada a una calculadora. El ser humano sólo es capaz de reconocer de un vistazo cantidades de objetos que no superen el número cuatro. A partir de ahí, se hace necesario contar. Con los dedos de las manos, que dan lugar a los sistemas decimales modernos. O con los de las manos y los pies, origen de los sistemas de base veinte de los aztecas o los celtas hoy supervivientes en algunas lenguas (en francés ochenta se dice quatrevingt, cuatro veintes). O con otras partes del cuerpo hasta llegar al babilónico sistema de base 60 del que hoy heredamos la contabilidad de las horas, los minutos y los segundos.
Da igual cómo se cuente, lo importante es contar, hacer de las matemáticas una base fundamental de nuestro desarrollo. Porque, igual que nadie vive en la escalera de su casa, pero la necesita para entrar y salir de ella y para comunicarse con el resto de sus vecinos, la matemática puede que no sea una ciencia, pero sin ella ningún pensamiento científico sería posible. Respetemos un poco más, pues, a los números. Y que nadie vuelva a cometer ese delito de lesa majestad científica que supone acudir al socorrido “a mí se me dan fatal las cuentas, yo soy de letras”.
AL MICROSCOPIO
Nadie es de letras
Un joven madrileño ha ganado esta semana la medalla de bronce de las últimas Olimpiadas Internacionales de las Matemáticas, celebradas en Estados Unidos. Y es ésta una noticia que debemos recibir con una doble alegría. Primero, porque se celebren actos como estas olimpiadas singulares, tan alejadas del estruendo deportivo, político y competitivo de sus homónimas las del COI y tan inútiles. Sí, es cierto, posiblemente no sirva de nada celebrar unas olimpiadas matemáticas, y ésa es su principal virtud. Porque la divulgación sólo es rentable, si lo es, a largo plazo.
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