No es que pretenda llevar demasiado lejos la analogía entre el arte de la cosa pública y el primor de los pucheros, pero tengo para mí que más de una cosa tienen en común, aparte de que en ambos espacios resulta bastante común encontrar, tarde o temprano, a sus profesionales y oficiantes, jefes y pinches, con las manos en la masa… Ni uno ni otro espacio de la cultura se han salvado tampoco de la presión de las nuevas tendencias posmodernas o new age, o como se diga eso, y que hace que ya no sepamos con seguridad la naturaleza del mensaje que llega a nuestros oídos o la vianda que nos llevamos a la boca. La pasión por la ambigüedad y el gusto por la complejidad han unido sus esencias para favorecer la promoción de la desconstrucción, sea de la tortilla española o del gazpacho, por parte, preferentemente, de “chefs” catalanes y vascos (artífices de la “cocina de autor”), sea de la nación española, de la mano de orfebres políticos con similar denominación de origen (neorrepublicanos de diseño flambleados al whisky). Sobre estas frivolidades ya se ha escrito, y bien, en este Diario y en esta Revista. Pero, la cosa no ha acabado ahí y sigue dándonos que hablar.
En su primera intervención como nuevo presidente de la Ejecutiva del PNV, Josu Jon Imaz defiende, como es de rigor en estos casos, la continuidad de la línea política llevada a cabo por su antecesor Javier Arzalluz. Acaso no hubiese hecho falta insistir en semejante secuencia, porque el encadenamiento salta a la vista: recoge todo el compendio político de la transición del nacionalismo vasco que transcurre de la Z a la Z… Conmovidos por el atractivo estratégico del espíritu de la “España plural”, el nuevo líder anuncia el modelo de una Euskadi plural: “en la que todos los ciudadanos son nacionales precisamente por el hecho de ser ciudadanos, como muy bien recoge el lehendakari". No sé si se trata de un lapsus, y donde quiso decir “nacionalistas”, dijo “nacionales”, pero lo cierto es que el Plan Ibarreche se resume en la sola obsesión de instaurar una patria vasca que operaría como una fratría, o cofradía nacionalista y tribu sacrificial, en la que los no nacionalistas, digan lo que digan, quedan excluidos. ¿Cómo engañar, pues, el hambre de libertad?
Aquí viene a colación la entrada triunfal de la palabra-trampa “cívico” que busca suavizar la papeleta y enmascarar lo que se pretende ocultar para llevar finalmente el ascua a la sardina, según las conveniencias. Hablando no se entiende la gente si se dice de la fantasmal Euskal Herria lo de ella afirma Imaz: “Es la nación cívica, la patria abierta e integradora, ni defensiva ni construida frente a nadie, sino solidaria con los demás". Sostener que los nacionalistas contarán con los no nacionalistas para construir una “nación vasca cívica” es una variante lingüística posmoderna de la vieja política del palo y la zanahoria: por un lado, les dan a probar a los “centralistas”, o “españoles” que se queden en el País Vasco, el jarabe del Dr. Arana, y, por el otro, les atizan una consoladora ración de civismo, o de apariencia de ciudadanía virtual eufónica negada en la práctica de los derechos civiles, para quitarles el mal sabor de boca. Y es que con la voz “cívico”, como con el vocablo “ético”, se ha acabado por crear palabras con un aire tan mágico como cínico, que fijadas ventajosamente sacan del apuro al sustantivo más dudoso, aunque no puedan evitar dejar en el ambiente el amargo tufillo del engaño.
Como prueba palpable de que las intenciones de la nueva directiva del PNV son serias, anuncia Imaz que será una tarea prioritaria del nuevo mandato el fortalecer su relación con “los partidos nacionalistas del Estado”, o sea, de España, aunque no cita el término, pues para ellos España es poco más que una Sociedad Anónima. Tampoco hablan mucho de España los jefes del nuevo Gobierno catalán (estamos, en verdad, ahítos de tantas novedades), y aunque lo expresen con otro acento (cosas de la España plural), se sirven del mismo circunloquio fullero: su propósito es superar en la sociedad la división entre nacionalistas y no nacionalistas que (aquí no hay novedad) ha llevado a sus Comunidades el ¡nacionalismo del PP! Pues, no se confunda nadie, resulta que los flamantes gobernantes catalanes no son nacionalistas: son catalanistas, federalistas asimétricos, estragados de España, secesionistas, independentistas, rompepatrias, soberanistas, confederados y, sobre todo, muy cívicos, pero para nada rebeldes ni peligrosos ni sectarios. Eso sí, se comprometen en su programa político a desmontar o desconstruir España y a no pactar ni dejar pactar a nadie con el PP, lo cual, sinceramente, no sé si será muy cívico, pero, desde luego, denota un proceder muy grosero y unos pésimos modales. Prometen unos y otros, en fin, convertir España en un rompecabezas con todas las posibilidades de reestructuración abiertas, porque se podrá ser estatalista de izquierdas, pero nunca estático y de derechas.
Es una cosa realmente maravillosa comprobar cómo los mismos que proclaman la primacía de la Política en el ámbito de la sociedad civil (en detrimento, por ejemplo, del ladrillo, del oro, del incienso y la mirra) se convierten en los Nuevos Reyes Magos (Republicanos y Multiculturalistas sin corona y con turbante) del amaneramiento y la afectación, de la new fashion y el sensacionalismo provocador de rompe y rasga, en millonarios con aire de contestatario y pinta de descamisados, en lobos con piel de cordero. Pero, quizá sea esto la Nueva Política: un plato rebosante de nihilismo espolvoreado con un “aire de zanahoria”. Llegados a este punto, no sé si será conservador e inmovilista recordar que con las cosas de comer no se juega.