Hay un dicho norteño que a los amantes del calor les debe de dejar hechos polvo. Se refiere a la duración del verano que va, según los optimistas "de Santiago a Santa Ana". Lo repiten mucho por aquí en estos días heladores pues está siendo rigurosamente exacto en estas tierras altas de la Meseta, y parece extensible, por supuesto, a la cornisa cantábrica. Lo digo porque en esta tesitura, para mí idónea, me arrepiento mucho de no haber aceptado ninguna invitación a los cursos de verano de la Menéndez Pelayo. En particular me hubiera gustado haber asistido aquel sobre "Literatura, pensamiento y política en la Grecia Clásica" en el que el profesor Francisco Rodríguez Adrados dijo esas cosas que tanto revuelo han armado, sobre la amenaza del español dentro de España.
No es por quitarle méritos al ilustre helenista, a quien admiro y agradezco que me aprobara a la primera su difícil asignatura de Lingüística indoeuropea, allá en tercer curso de Clásicas (digerí tan bien su teoría de las laringales que la he olvidado por completo), pero esta advertencia la llevan haciendo otros lingüistas desde hace ya algún tiempo. Por citar, recuerdo algunos artículos al respecto de Antonio Tovar y de Valentín García Yebra, entre otros. Lo que distingue a las recientes declaraciones de Adrados es el momento en el que las ha pronunciado y también el hecho de que apunte directamente a un fallo de "diseño" de las leyes al respecto. El momento ya sabemos cuál es, el pleno florecimiento, y en las más altas instancias, de la "tentación comunitaria", es decir de fomentar lo que separa y penalizar lo que une. Y las leyes a las que alude Adrados son las que nunca se hicieron sobre la lengua española como lengua franca y de comunicación en toda España. Parece de cajón que si todo el mundo sabe en España hablar español, sea esta lengua la que sirva para comunicarse en todos los niveles de las negociaciones entre personas que tengan otra lengua, aunque la conozcan mejor. Pero esto, en la nueva España alegre y faldicorta de ZP, ya se opte por el modelo Maragall o por el modelo Ibarreche, es fascismo puro.
He tenido muchas discusiones al respecto y los defensores del derecho a expresarse en sus lenguas vernáculas en todo momento y ocasión, apelan al sagrado respeto por el multilingüismo y el plurilingüismo en la Unión Europea, sin darse cuenta de que estos dos términos son, en este momento, antagónicos (aunque no excluyentes). El multilingüismo sería la coexistencia de varias lenguas en un mismo ámbito y a un mismo nivel, mientras que el plurilingüismo el conocimiento de varias lenguas por parte de un mismo individuo o grupo de individuos. El primero define una situación de hecho que para que se convierta en derecho requiere una decisión política y afecta a las instituciones. Mientras que el plurilingüismo describe un hecho natural subordinado a diferentes causas, bien naturales (origen, familia), bien adquiridas (aprendizaje de lenguas) y afecta al individuo. Cuantas más lenguas sepa una persona menos recurrirá a los servicios de los traductores e intérpretes, por eso en las instituciones de la Unión Europea se está fomentando más el plurilingüismo que el multilingüismo. Volviendo a lo nuestro, dejar de enseñar español a los niños españoles catalanes, gallegos o vascos, es un despilfarro y una decisión económica e intelectualmente aberrante. Les pondrá en una situación de indefensión e inferioridad muy similar a la que tiene en este momento el presidente Rodríguez en el concierto de las naciones.