Hay quien la compara con Michel Houellebecq, quizá por su capacidad para crear polémica y por enfrentarse a temas que a otros queman. La guerra como estímulo y el amor entre niñas es el argumento de este relato autobiográfico. Amélie Nothomb ha tenido una vida peculiar. Hija de un diplomático belga, nació en Japón y pasó su infancia y juventud en China, Bangladesh, Laos, Birmania y Estados Unidos. Tanto trasiego entre culturas le ha llevado a intentar fijar su memoria a través de la escritura. A pesar de ser una autora precoz, el éxito le llegó, sobre todo, con Estupor y temblores, Gran Premio de la Academia Francesa y Premio Internet. Más de medio millón de ejemplares vendidos en Francia la convirtieron en una autora revelación que sabía sacar el mejor partido a su experiencia. En este caso, el conocimiento directo de los aspectos terribles de las relaciones laborales en Japón.
Sabotaje amoroso está en la línea autobiográfica de sus obras de mayor éxito y, aunque fue escrita hace diez años, su publicación ahora en España tiene el don de la oportunidad —o de la inoportunidad—, algo que en una mujer que no le importa la polémica es una ventaja comercial. El libro, de apenas 160 páginas, hace una defensa de la guerra como excelente pasatiempo en la infancia.
En 1974 Amélie está en Pekín. Allí, junto a los hijos de otros diplomáticos y embajadores, vive en un gueto rodeado de la penuria y fealdad del mundo chino con el que no tienen ningún contacto. Frente a esa realidad hostil y ajena, los vástagos de los diplomáticos, entre los que estaba George Bush padre —aunque el hijo ya era mayor para formar parte del grupo autónomo belicista— deciden que continúe la Segunda Guerra Mundial con toda la crueldad de la que son capaces. A escondidas de los padres, que tienen como misión relacionarse pacíficamente con los demás países, los hijos se empeñan en buscar un enemigo que les haga vivir una epopeya. Aquella experiencia vista con los ojos de una niña aguerrida y muy especial de siete años, se relata de manera muy directa, sin hacer concesiones a ternurismos propios de la reconstrucción de un pasado infantil en el que, además, una chiquilla italiana le procura a la protagonista su primera experiencia amorosa.
Amélie Nothomb, que salió de la anorexia mediante la escritura, no se corta en la descripción de todas las perrerías que se podían hacer en el campo de batalla y de la que ella era partícipe orgullosa por haber conseguido ser admitida con todo derecho. Vómitos, orines, tinta china y palizas son las armas de una treintena de niños que viven su espacio de libertad haciendo la guerra, en este caso contra la Alemania del Este, a falta de otro enemigo que les procure un grupo de infantes dispuesto a seguir el juego.
Después de un armisticio procurado por los padres cuando vieron en peligro la integridad de sus hijos, y tras haber entrado en el juego unos nepalíes bien adiestrados en artes marciales, se cierra esa experiencia que tiene un carácter iniciático a la que Amélie le concede un gran valor, en la medida que expresa lo que la infancia tiene de verdadero en las conductas más básicas.
Amélie Nothomb tiene como escritora adulta una audacia semejante a la de su niñez. Quizá compararla con Houellebecq resulta algo desproporcionado, porque sus libros tienen menor calado que Las partículas elementales o Plataforma, pero, a cambio, su desequilibrio psíquico parece menos profundo que el del escritor francés. Es una autora que gusta mucho a la generación de los internautas. Se desenvuelve con soltura en temas bruscos sin llegar a ser agresiva y ha conseguido con sus relatos, unos de ficción como Cosmética del asesino, publicado estos días también en Anagrama, o Metafísica de los tubos, y otros autobiográficos, crear un mundo propio y fabricar un personaje que vende tanto como sus libros.
Amélie Nothomb, El sabotaje amoroso. Ed. Anagrama. Barcelona 2003. 12 euros.