El mundo nunca estuvo mejor, y el futuro nunca fue más brillante. El progreso ha sido tan rápido que a menudo nos pasa inadvertido. Decenas de miles de personas salen de la indigencia todos los días. Nunca antes tanta gente se liberó tan rápido de la pobreza. Cada día que pasa, la pobreza disminuye y aumenta la riqueza. Se estima que, en unas décadas, en los países en desarrollo habrá más gente de clase media que pobres.
En los años 70, dos de cada cinco personas eran pobres. Hoy, esa cifra se ha reducido a la mitad. El 18% de la población mundial vive en la pobreza extrema, con menos de un dólar por día. Pero a comienzos de la globalización, 30 años atrás, la cifra era del 46%; y dos siglos antes, del 85%. La vida, como decía Thomas Hobbes, era repugnante, brutal y corta.
El promedio de vida de los humanos ha sido de poco más de 25 durante 100.000 años. Indur Goklany, del Cato Institute, nos informa de que en 1900 la expectativa de vida era de sólo 31 años. Hoy, el promedio alcanza los 67, y continúa subiendo. En China, la expectativa de vida en la década de los 50 era de 39 años, y en la India de 41. Hoy, 2.000 millones de chinos e indios han duplicado su expectativa de vida.
Nunca el mundo estuvo tan bien alimentado, y si antes el problema era el hambre, hoy lo es la obesidad. El consumo de alimentos en los países pobres se ha multiplicado. Desde los años 60, el aumento de la productividad agrícola y la expansión del libre comercio han reducido el precio de los alimentos a una cuarta parte. En relación a los salarios, los precios han caído en 100 años a una décima parte.
Cada vez son menos los enfermos y las enfermedades. La mayoría de las antiguas dolencias, como la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la viruela y la polio, han sido erradicadas. La mortalidad infantil en los países pobres se ha reducido a la mitad en los últimos 20 años. Antes, las familias tenían muchos hijos porque sólo unos pocos llegaban a adultos. Las medicinas eficaces y las vacunas terminaron con el eterno pavor a la muerte de los hijos.
Se han registrado gigantescos avances en todas las medidas del progreso humano: educación, salud, nutrición, condiciones laborales y salarios, viviendas, transportes, comunicaciones... Los recursos naturales, el agua, los minerales, los metales, se multiplican, y sus precios bajan. La contaminación del aire y del agua disminuye, las reservas de petróleo crecen, y el clima es más tolerable que hace 100 años. Nunca el ecosistema ha estado tan bien vigilado.
Para extirpar la miseria de América Latina y África sólo se necesita desterrar el estatismo. Por otro lado, quienes emigran de esas regiones representan una bendición para los países ricos, cuya población crece por debajo de la tasa de reposición. Los inmigrados no sólo traen más bocas que alimentar, como supone la derecha, también brazos para producir y una moral de sacrificio y frugalidad que no se ve en las sociedades opulentas.
Ningún tiempo pasado fue mejor. Y el futuro se avizora todavía más esplendoroso. Se estima que la economía de los países pobres creció un 7% en 2006, más del doble que la de los ricos, tendencia que continuará en 2007 y 2008. Dentro de 25 años, los países en desarrollo podrían representar el 60% del comercio global, disponer de un ingreso medio similar al de la España actual y tener un 6%, o menos, de pobreza extrema.
La economía libre está llevando el mundo a fronteras insospechadas de bienestar. Asimismo, cada año mejoran los índices globales de libertad. Y no es una coincidencia, pues la libertad no sólo es el fin último, también el medio principal del desarrollo, como enseña Amartya Sen. El auge no parece tener otro límite que las restricciones de los Gobiernos a la libertad individual.
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