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LIBREPENSAMIENTOS

Miedo y esperanza con futuro

Florece todavía con fuerza una tradición de pensamiento que conviene tener presente a la hora de ponderar los asuntos que, en materia de ética y política, nos asaltan cada día. Me refiero a aquella corriente de ideas que desconfía tanto del pasado como del futuro en la disposición de la praxis. Tanto una como otra dimensión del tiempo constituyen la base sobre la que crece el miedo y la esperanza, dos pesados lastres que agobian al hombre y constriñen su libertad.

Florece todavía con fuerza una tradición de pensamiento que conviene tener presente a la hora de ponderar los asuntos que, en materia de ética y política, nos asaltan cada día. Me refiero a aquella corriente de ideas que desconfía tanto del pasado como del futuro en la disposición de la praxis. Tanto una como otra dimensión del tiempo constituyen la base sobre la que crece el miedo y la esperanza, dos pesados lastres que agobian al hombre y constriñen su libertad.
Ekaterina Tkatcheva: MIEDO (detalle). De www.interarteonline.com.
Resulta un poco ocioso, la verdad sea dicha, y acaso no menos petulante, el tener que retornar a lo obvio y ya sabido, pero es menester recordar un aserto viejo y sabio que, por serlo, no pierde actualidad. Puesto al día, diríamos que el pasado ya no existe y el futuro es… nada del otro mundo. Entonces, sólo tenemos el presente, o por mejor decir: es el presente el que nos tiene cogidos. Volvamos, pues, a la cansina y facunda cuestión de qué rumbo le conviene tomar a la acción política, si el pasado o el futuro.
 
Uno, que ya creía haber superado las veteranas –y casi diría también que tercermundistas– querellas geoestratégicas sobre el diálogo Norte/Sur, así como las caducas y decimonónicas disquisiciones sobre si el alma política de los hombres palpita a la derecha o a la izquierda, tiene que atender otra vez a los discursos de veleta, esos que intentan emplazarse en lugar seguro y guiar sus pasos a barlovento, o sea, del lado de donde viene el viento. No extrañará, por tanto, que estas divagaciones acaben descubriéndose, después de todo, como lo que son: medrosas y vacilantes maneras de encubrir el miedo a enfrentarse con la realidad de los hechos y de abandonarse a la vana esperanza, según la cual las cosas mejoran siempre con buena voluntad y aplicación.
 
Ocurre que el miedo y la esperanza componen una de las parejas conceptuales más lesivas para el desarrollo de la libertad de los hombres. Sus efectos sobre la ética y la política son devastadores, al erigirse como "un obstáculo a quien se proponga alcanzar el pleno dominio de sí, mientras ofrecen los más eficaces instrumentos de dominio a quien gobierna a los otros" (Remo Bodei, Geometría de las pasiones. Miedo esperanza, felicidad: filosofía y uso político). El miedo debilita el ánimo indispensable para poder tenérselas con el mundo en condiciones de fortaleza y buena disposición, al tiempo que fomenta una moral de sumisión, sacrificio y resignación con respecto a lo que devendrá.
 
Esta inclinación debilita profundamente, socava las defensas individuales y deja al individuo inerme frente al poder que los demás ejerzan sobre él. Hombre libre es, entonces, aquel que se encuentra liberado de las pasiones que perturban su ánimo; todo lo contrario de lo que pasa con las muchedumbres convulsas, que se angustian y embrutecen en una atmósfera de miedo y descontento y sólo ven un rayo de luz en la fascinación que ejerce el tímido brillo de esperanza a no se sabe muy bien qué.
 
Una de las mayores fuentes de temor se asienta no sobre lo que hay sino sobre lo que vendrá, sobre el porvenir incierto. Para que el miedo sea ganado para la esperanza es necesario recusar el presente, propulsando de esta manera el futuro que todo lo remedia. El sujeto se refugia en el futuro para consolarse en él no porque le tenga miedo al presente, sino porque propiamente lo detesta y recusa. Con estos materiales, las ideologías revolucionarias y utopistas construyen sus "ideales". A fin de que el mañana nos ampare –puesto que, ya se sabe, el mañana nos pertenece–, se trata de hacer rigurosamente imposible la vida de cada día.
 
Aristóteles.Tanto en la vertiente ontológica como en la práctica, la ideología de la Revolución impugna lo existente por considerarse conservador, acomodaticio y literalmente contemporizador el mantenerlo. No hay que tener miedo al cambio ni hay que desesperarse ante lo que hay: tal cosa sostiene el discurso revolucionario, dando por descontado el miedo y la esperanza, o induciéndolos y provocándolos en caso contrario.
 
Para sentir propiamente miedo, enseña Aristóteles, es preciso que "aún se tenga alguna esperanza de salvación por la que luchar. Y un signo de ello es que el temor hace que deliberemos, mientras que nadie delibera en torno a cosas sin esperanza" (Retórica). Según asegura el ideal futurista, como estamos condenados a ser libres –¡y condenados por ser libres!– tenemos, por consiguiente, que ser "salvados", si no ya por la Revolución, que es propósito ciertamente démodé, un proyecto caduco, sí al menos por otras versiones à la page, por ejemplo, la que nos traen hoy la democracia deliberativa y sus agentes. Otro mundo, pues, es posible.
 
Repárese en este hecho fenomenal para nuestro asunto: comoquiera que la esperanza no es propietaria –quiere decirse: que uno mismo no tiene esperanza en sí mismo sino inevitablemente en otro–, la esperanza acarrea el reconocimiento de un abandono y desgobierno propios, o la renuncia a su establecimiento, permitiendo así que sean otros quienes acudan en socorro del ahora necesitado, haciéndose cargo del desvalimiento suscitado y poniéndose en su lugar. La esperanza es, entonces, condición doblemente vaga: supone un anhelo indefinido, característico de un sujeto indeciso, que se traduce en actitud perezosa, ajustada a los espíritus pusilánimes.
 
La lectura política de esta descripción de daños del alma humana es nítida y muy precisa. Refiriéndose al jacobinismo, como arquetipo de los modernos movimientos revolucionarios de emancipación radical, afirma el mencionado Remo Bodei lo que sigue:
 
"Frente a la fragilidad y a la impotencia del bien para realizarse, nace el heroico furor jacobino, que eleva el terror organizado a instrumento terapéutico de 'regeneración': los 'altares del miedo' se yerguen así junto a los de la 'razón' y a los de la 'esperanza'. Miedo y esperanza en el más allá quedan secularizados, produciendo, por parte de grandes masas, ya sea una condensación de expectativas hacia el cumplimiento del antiguo 'sueño de la cosa', ya sea la intensificación del horror en lo que concierne al estado presente del mundo, verdadero infierno sobre la tierra".
 
No tengamos miedo a reconocer una circunstancia patente y clara: el hombre libre es necesariamente, desesperadamente, un ser que, al no sobrevivir de ideales sino de presentes (materiales o espirituales), vive sencillamente desesperado: "Esta desesperación –advierte André Comte-Sponville– no es el colmo de la tristeza, ni la desesperación del suicida (si se suicida es que espera morir); es más bien la gaya desesperación del que ya no tiene nada que esperar porque lo tiene todo, porque el presente le basta o le colma" (La felicidad, desesperadamente).
 
A la vista de esta revelación, se nos antojan, más que tristes, patéticos los argumentos que tenemos que escuchar a diario, de fuentes generalmente muy poco informadas e instruidas, en el sentido de que gran parte del terrorismo (verbigracia, el terrorismo suicida) y de la violencia política y social puede explicarse como producto de la desesperación de aquellos sujetos a quienes la injusticia universal y el statu quo –la situación presente, pues; las cosas como son– no les dejan otra salida.
 
¿Qué hacer? Si no entiendo mal el discurso de la ideología progresista, para dar un salto adelante y "regenerar" la barbarie y la bestialidad, se trata de redoblar los esfuerzos (recaudatorios y propagandísticos, sobre todo) a fin de atender a las denominadas "causas" que mueven el Terror de los "desesperados", para así corregirlo y enderezarlo. ¿Qué significa esto? Poca cosa: nada menos que dar esperanzas a los terroristas. El miedo y la esperanza, nuevamente, como siempre, de la mano. Parafraseando lo que se dice del Brasil (ahora más que nunca, con Lula da Silva en el poder), hay que reconocer que el progresismo es una ideología con futuro. Y siempre lo será.
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