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RESPUESTA A MARIO VARGAS LLOSA

Mi vida contra Le Monde

Este diario jamás ha atacado a la dictadura castrista, ha informado/censurado sobre sus crímenes, pero siempre ha preferido las dictaduras de izquierda a las de derecha. La gran empresa capitalista que es Le Monde odia al liberalismo y vende anticapitalismo porque eso procura beneficios.

Hace cosa de cinco años, mi mujer, en un arrebato de ira, telefoneó a Le Monde, algo totalmente inédito por su parte, para protestar. El motivo de su arrebato era el siguiente: Le Monde había publicado un grueso suplemento sobre las emigraciones, daba cifras y, someramente, los motivos económicos o políticos por los cuales magrebíes, polacos, italianos, españoles, judíos huyendo del nazismo, etcétera, se habían exiliado a Francia. Pero ni una palabra sobre la emigración rusa, los calificados “rusos blancos”, que para salvar sus vidas huyeron del bolcheviquismo. Yo oía a mi mujer rugir nombres y acontecimientos para ilustrar aquella emigración: los Ballets rusos, Diaghilev, Lifar, Chagall, Stravinsky, Pitoeff, los obreros rusos de la Renault, retratados por Nina Berberova, todo el folclore ruso de París, pintado por Joseph Kessel, por ejemplo, y, resumiendo, toda la aportación cultural y artística, toda la aportación humana de ese exilio que durante años brilló en París y sufrió en París. “Tiene usted toda la razón, es un olvido imperdonable”, tartamudeó el responsable del suplemento, convocado al teléfono por mi mujer. “¡Qué olvido ni qué ocho cuartos! Para ustedes como no es un exilio “políticamente correcto”, ya que estaban por diversos motivos en contra de la revolución bolchevique, con su hipocresía habitual, han preferido ignorarles pese a todo lo que han aportado a París y a Francia”.

Evidentemente, la ira de Nina se debía tanto a motivos histórico-políticos como a familiares, ya que procede de dicha emigración de “rusos blancos”, aunque en su caso más armenios que rusos. Sus padres y buena parte de su familia se exiliaron a principios de los años veinte, en condiciones dramáticas, y ella nació en Alemania, fue educada en Bucarest, Niza y París y, pese a considerarse cosmopolita, nunca se ha alejado de ese exilio y se sigue hablando ruso —no soviético— en casa. Dejemos aquello de las “raíces” para los árboles de izquierda.

Esta anécdota personal no tendría particular importancia si no revelara el progresismo hipócrita de Le Monde. Pero hay cosas más graves: cuando, a finales de los años cuarenta, David Rousset –de vuelta de los campos nazis y doblemente superviviente, ya que ni los nazis ni los comunistas (era trotsquista) habían logrado acabar con él– comenzó su muy solitaria campaña contra el Gulag soviético, nada pudo publicar en Le Monde. Lo hizo en Le Figaro y en esas efímeras revistas ultraizquierdistas y antitotalitarias, que también existieron.

Fue en 1944, pocos días después de la liberación de Francia por las tropas norteamericanas, cuando De Gaulle le encargó a Hubert Beuve-Mery transformar el veterano Le Temps, “colaboracionista”, en Le Monde, portavoz implícito del gaullismo. Después de la guerra, y durante varios años, hubo en Francia dos diarios con influencia: el matutino Le Figaro, derecha moderada, y el vespertino Le Monde, izquierda moderada. Pero el que vendía un millón de ejemplares diarios, record absoluto de la prensa francesa, era France-Soir, dirigido por otro ruso exiliado, Pierre Lazareff. En 1958, con la vuelta de De Gaulle al poder, Le Monde, que había tenido una política prudente durante las guerras coloniales (Indochina, Argelia), apoyó, siempre a su manera hipócrita, el retorno del general y su política.

Resumiendo, por aquellos años defendió la política extranjera del general De Gaulle, más antiyanqui que antisoviética, demagógicamente “tercermundista”, aunque a veces expresara algunas reservas en cuanto a la Constitución de la V República, al considerar que contenía peligros de poder personal. Por lo visto, a pesar de estar de acuerdo en muchas cosas, el general y el periodista tenían conflictos personales. Tal vez De Gaulle considerara que la “criada resultó respondona”.

El viraje a la izquierda, lo que en periodismo significa más propaganda y menos información, comenzó con Jacques Fauvet y se afirmó rotundamente con el actual director, Jean-Marie Colombani. Hasta entonces se decía de Le Monde que era un buen periódico, a condición de saber leerlo. Ahora cada vez se lee menos, aunque siga comprándose, hay ritos, ya se sabe. Dos cosas, entre mil más, molestan a los empecinados lectores que conozco: después de haber lanzado durante años una campaña diaria, a menudo sucia, contra Chirac, ahora Le Monde adula, con el mismo frenesí, al abanderado de la paz para Irak. Lo hace no sólo debido a su postura “pacífica” sino por todo, cualquier cosa, sus geniales opiniones culturales, gastronómicas, ecologistas. Antes de que comenzara la guerra de Irak y al inicio de la intervención militar, Bush era un criminal de guerra. Ahora, este jueves 17 de abril, cuando interrumpo unos instantes la redacción de esta crónica para ir a comprar la prensa, bajo un maravilloso sol de primavera madrileña (ocurre hasta en París), me topo con el gran titular en primera plana del diario más políticamente correcto del mundo: “Los iraquíes testimonian sobre el terror bajo Sadam”. ¡A buenas horas mangas verdes!

Como sólo pretendo dar algún ejemplo de la infamia periodística de ese vespertino, recordaré que Patrice de Beer, su corresponsal en Pekín (en realidad estaba en Tokio, Pekín era demasiado peligroso) exaltó la revolución cultural maoísta como negó rotundamente las masacres de los jemeres rojos en Camboya, con un cinismo soviético absoluto. Lo mismo hacía Marcel Niedergagn sobre América Latina, pongamos.

Los que hayan leído el artículo de Mario Vargas Llosa “Mi vida con Le Monde” (El País, 31-03-2003) se habrán percatado de que no estamos de acuerdo. Es algo normal, habida cuenta de que cada lector, y son cientos de miles, tiene una lectura diferente del mismo periódico. Cito a Mario: “El diario atacaba a la dictadura castrista y a otras satrapías de izquierda con tanta o más severidad que a las dictaduras militares de derecha, y en economía, aceptaba el mercado, la empresa libre, la globalización, las privatizaciones. En otras palabras, el odiado liberalismo de antaño. En política, su compromiso con la democracia ya no abarcaba sólo al mundo desarrollado, sino también al Tercer Mundo, y su rechazo de los nacionalismos —incluido el francés— parecía bastante firme”.

Esto es, a todas luces, totalmente falso. Que Mario escriba estas líneas en pleno delirio nacionalista francés, que pretende imponerse al universo, y en el cual Le Monde, debido a su prestigio, desempeña un papel primordial, es de aquelarre. Este diario jamás ha atacado a la dictadura castrista, ha informado/censurado sobre sus crímenes, pero siempre ha preferido las dictaduras de izquierda a las de derecha. Basta para percatarse de ello lo escrito sobre Pinochet, quien, sin embargo, aceptó un referéndum y se apartó del poder, y lo escrito sobre Castro. ¿Cómo puede Mario declarar tranquilamente que Le Monde fue un periódico de izquierdas, anticomunista y antisoviético, cuando al iniciarse, es sólo un ejemplo, la invasión soviética de Afganistán titulaba a plena página: “La URSS reanuda el internacionalismo proletario”?

Mario sólo se queja de Le Monde porque cuando era candidato a la presidencia de Perú le trató mal. Y es cierto que para muchos periódicos, y no sólo ese, Mario era el “candidato de los ricos” y Fujimori el de los pobres. Esa profunda imbecilidad resultaba de la visión política de su amigo Claude Jullien, que continúa su heredero Ignacio Ramonet, con su estiércol de Attac y el Monde Diplomatique y que, pese a lo que escribes, Mario, odian al liberalismo aún más que al capitalismo. Y el buque almirante del grupo de prensa, Le Monde, navega entre los escollos y, gran empresa capitalista, vende anticapitalismo porque eso procura beneficios.

Nuestro real académico (¡bien merecido lo tiene!) no dice nada sobre cómo Le Monde ha tratado los asuntos españoles. Qué vergüenza ajena cotidiana resulta de lo que escriben en ese periódico sobre España desde hace treinta años. Su director de conciencia fue primero Santiago Carrillo, luego Felipe González. Y ahora son tus señoritos, Mario: El País, Prisa, Santillana. No estoy seguro de que todo ello valga la pena.


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