La esencia del mercantilismo es el manejo de la economía sobre la base de reglamentos y la supresión de la competencia interna, en beneficio de empresarios privilegiados, mediante el uso del poder público para conceder licencias monopólicas u oligopólicas, a la vez que se impide la competencia extranjera con aranceles, cuotas y demás barreras a la importación de productos que competían con los mercaderes amigos del rey.
En esa época surgió la preocupación acerca de si las importaciones resultan ruinosas para los productores nacionales y, consecuentemente, para la economía del país. También surgieron temores sobre imaginarios y perjudiciales desequilibrios en la balanza comercial. La riqueza se consideraba una cantidad fija, y, por tanto, la ganancia de unos era necesariamente la pérdida de otros. Los países actuaban como enemigos y no como socios comerciales. Se daba importancia a atesorar reservas (en metales preciosos), y todo lo anterior implicaba que el Gobierno tenía que dirigir la economía con abundantes reglamentos, a cargo de una extensa burocracia que siempre requería más impuestos y fomentaba la extorsión y la corrupción. Suena conocido, ¿no es verdad?
América Latina heredó de España ese mercantilismo, a pesar de que ya había sido expuesto como equivocado por los escolásticos de Salamanca, a fines del siglo XV y principios del siglo XVI.
Sin embargo, no fue hasta el siglo XVII que comienza a difundirse la filosofía contraria, con los fisiócratas en Francia y con el ejemplo de Holanda e Inglaterra, que por ser naciones más liberales progresaban más. En 1776 el filósofo moral Adam Smith publicó su monumental obra Investigación sobre el origen de la riqueza de las naciones, una demoledora crítica del mercantilismo y un intento de explicar cómo el orden basado en la propiedad privada y la libertad de comerciar conviene más a los pueblos.
Hay quienes equivocadamente creen que ese libro es una defensa de los capitalistas, en el sentido de poseedores de capital y no de quienes están a favor del sistema "capitalista" (así bautizado por Marx), que no son los mismos. El libro de Smith, tan atacado aunque poco leído, es una defensa de los pueblos y un ataque a los privilegios. Pretende explicar sistemáticamente lo que ya habían explicado los escolásticos de Salamanca y ejemplarizado los holandeses, cuyo pueblo disfrutó de la mayor prosperidad del mundo en el siglo XVIII. Smith explicó cómo la gente, actuando libre y respetuosamente, coordina eficientemente la producción y distribución de la riqueza, y cómo la interferencia de los gobiernos en asuntos económicos estorba y empobrece.
La historia dio la razón a Smith. Inglaterra eliminó unilateralmente sus impedimentos al libre comercio a mediados del siglo XIX, y por ello se convirtió en el país más próspero del mundo, a pesar de ser una pequeña isla con pocos recursos naturales. Le siguieron algunas de sus ex colonias, herederas del Derecho consuetudinario (basado en los usos y costumbres) y no del positivo, propio del mercantilismo. Esos países se desarrollaron y prosperaron sin el beneficio de la ayuda económica ni los consejos del extranjero, que a menudo hacen bastante más daño que bien.
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