La crisis económica que afecta a unos países –entre los que se ecuentra España– más que a otros ha abonado el terreno para que demagogos y paranoicos exhumen el fantasma de las conspiraciones tramadas por poderes ocultos, fantasma que aporta respuestas simplistas a los problemas más complejos con que nos enfrentamos, ya sea en la vida cotidiana o en las grandes conmociones sociales. La ignorancia que muchos no se atreven a confesar como acabo de hacerlo yo y la astucia de quienes saben explotar la alarma de las mayorías perplejas y crédulas convierten la conspiración en la fórmula que parece explicarlo todo sin resolver nada. Y los nuevos chivos expiatorios de los modernos cazadores de brujos son los llamados tecnócratas.
La mayoría profana
La palabra tecnócratas, si bien ya está definitivamente consagrada, no me convence. Será porque instintivamente asocio la técnica con la mecánica, lo cierto es que prefiero hablar de expertos. El cirujano no es un técnico sino un experto en el arte de la cirugía. El economista lo es en el arte de la economía. Y puesto que este arte es muy complejo y ejerce una influencia que puede ser incluso de vida o muerte sobre nuestro presente y nuestro futuro, es previsible que despierte desconfianza y resistencia en la mayoría profana. Sobre todo cuando a ésta la movilizan los demagogos y los irresponsables repetidores de consignas sectarias.
El fenómeno vale para todos los campos del conocimiento y todas las épocas. En 1923, aquel gran iconoclasta norteamericano que fue Henry Louis Mencken escribió (Prontuario de la estupidez humana, Alcor, 1992):
Ningún desvarío democrático es más fatuo que el que sostiene que todos los hombres son capaces de razonar, y que por ende es posible convencerlos mediante el uso de evidencias (...) Hace mucho menos de un siglo, cualquier hombre dotado de sentido común y de suficiente instrucción podía entender todos los conceptos que se empleaban habitualmente en el ámbito de las ciencias físicas e incluso la mayoría de los que se empleaban en el de las ciencias especulativas. En el campo de la medicina, por ejemplo, no había nada que escapara a la comprensión del profano medianamente inteligente. Pero en los últimos tiempos se ha producido un gran cambio, con gran perjuicio para el respeto popular por la cultura. Sucede muy a menudo que cuando el médico moderno trata de explicarle a su paciente lo que le ocurre, no consigue verter la explicación en términos que estén al alcance de su entendimiento.
(...)
Esto es lo que explica la actual popularidad de imposturas tales como la osteopatía, la quiropraxis o la Iglesia de Cristo Científico. Los representantes de estas formas de curanderismo reclutan a sus conversos mediante el simple recurso de reducir lo desmedidamente complejo a lo absurdamente simple. Será imposible hacerle entender el significado del término anafilaxis a una persona que no cuente con conocimientos considerables de química, bacteriología y fisiología, pero cualquier individuo suficientemente idiota puede asimilar en veinte minutos toda la teoría de la quiropraxia. El hecho de que semejantes imbéciles prosperen cada vez más en el mundo y conquisten adeptos en círculos cada vez más elevados, o sea, entre personas aparentemente dotadas de más educación y cultura, no es sino una prueba de que la complejidad de las ciencias físicas aumenta progresivamente y de que la cantidad de individuos congénitamente incapaces de entenderlas se multiplica de año en año.
Hay que disculpar tanto la saña con que el escéptico Mencken atacaba en 1923 a las que ahora son técnicas auxiliares de la medicina como su desconocimiento de los placebos, que hoy explican el efecto terapéutico no sólo de algunos tratamientos alternativos, también de la oración. Queda en pie, sin embargo, su reflexión sobre la búsqueda de opciones simplistas y anticientíficas. Durante mi larga experiencia en el mundo editorial asistí al auge de las patrañas orientalistas y de la New Age, y comprobé cómo un mamotreto sobre la curación mediante la imposición de manos batía récords de ventas. Ahora, el equivalente político de aquella trampa para crédulos es el célebre Indignaos.
Los poderes ocultos
Vayamos a la denuncia de que la democracia corre peligro porque los políticos han claudicado ante la embestida de los expertos, que son, a su vez, la avanzadilla de los poderes ocultos. Pilar Rahola clama (La Vanguardia, 16/11):
A pesar de que en tiempos de crisis económica y de descrédito político la idea de una tecnocracia puede resultar tranquilizadora, lo cierto es que es una auténtica trampa al sistema de libertades. Nuestro referente más cercano a algo parecido a una tecnocracia fue el grupo de dirigentes franquistas, cercanos al Opus, que dirigieron el Plan de Estabilización del 59, pero lógicamente no es comparable la dictadura al momento actual.
Rahola olvida que durante la etapa democrática los gobiernos de distinto signo han contado con el valiosísimo aporte de expertos, que no tecnócratas, como Miguel Boyer y Rodrigo Rato, que contribuyeron a la integración de España en Europa. Pero el referente que evoca tampoco refuerza su argumentación, sino que más bien la demuele. El socialista de pura cepa Fabián Estapé, que ocupaba un despacho próximo al del almirante Carrero Blanco, y que era un estrecho colaborador del ministro opusdeísta Laureano López Rodó, con quien "siempre hablaba en catalán", escribió (Sin acuse de recibo, Plaza & Janés, 2000, pág. 192):
Cuando se decidió que había que elaborar el Plan de Estabilización, Alberto Ullastres constituyó una comisión de tres asesores, silenciosos y discretos, formada por Joan Sardà, Enrique Fuentes Quintana y yo. La Comisión comenzó a funcionar en 1959, pero quiero aclarar que la autoría de aquel plan debe atribuirse únicamente a Joan Sardà, y hoy, en 1999, sigue siendo la operación político-económica mejor imaginada y estructurada que ha vivido la economía de este país durante el presente siglo.
Rahola subraya, asimismo, que Mario Monti fue "director europeo de la Trilateral, el lobby neoliberal más importante del mundo", y al utilizar este dato como arma arrojadiza imita a los comunistas que, en los años 1970, intentaban descalificar a Ramón Trías Fargas por sus vínculos explícitos con esa misma Trilateral. Y si sigue por esta vía terminará citando las patrañas conspiranoicas sobre el club Bilderberg o, lo que es peor, sobre Los Protocolos de los Sabios de Sión.
Las mistificaciones acerca de los poderes mundiales invisibles cobran fuerza, precisamente, cuando la única fuente de poder mundial visible, la ONU, se ha convertido en un tinglado donde tienen un desmesurado peso específico los estados fallidos, o dictatoriales, o teocráticos, y los regímenes autoritarios pseudodemocráticos.
Política en mayúsculas
Los expertos fueron convocados con el consenso parlamentario y, en el caso de Italia, por iniciativa de Giorgio Napolitano, un antiguo comunista reconvertido a la ideología democrática, como los más lúcidos intelectuales que renegaron del totalitarismo, desde Arthur Koestler y George Orwell hasta Cesare Pavese y Jorge Semprún, pasando por políticos como Enrico Berlinguer que, como el propio Napolitano, desmontaron el atípico Partido Comunista Italiano. Es sintomático que los únicos que rompieron ese consenso parlamentario hayan sido los liguistas del Norte, gemelos de los predilectos de Pilar Rahola en Cataluña: los unos y los otros pretenden balcanizar sus respectivos países y kosovizar sus regiones. Según Mario Monti, uno de los "tres peligros, o vicios nacionales, que deberían evitarse" es el localismo, "la exagerada reivindicación de ventajas para una parte del territorio".
Un día después de que Pilar Rahola publicara su diatriba contra los expertos tildados de tecnócratas, Enric Juliana la corregía indirecta o directamente en el mismo diario:
Ni golpe blanco, ni tiranía de los tecnócratas, ni puerta giratoria de Goldman & Sachs, ni eclipse democrático, ni pamplinas. Política en mayúsculas en un país que siempre ha contado con una potente elite profesional (en la economía, en la universidad y en las estructuras del Estado) autónoma de la política politizante (...) Una élite relativamente alejada de la lucha partidista, pero nada distante de la cultura política. Sin fobias antipolíticas. Italia no es España. Gente capaz e influyente con una idea de la nación en la cabeza.
Este último aserto, "con una idea de la nación en la cabeza", formulado por el oráculo de un diario donde se vierte todo tipo de despropósitos sobre España como "nación de naciones", tiene miga, y ojalá vaticine un cambio de rumbo de dicho diario ahora que se inicia una nueva etapa institucional, que esperamos sea de estricta racionalidad, con el eclipse definitivo del iletrado que desconocía el significado exacto de la palabra nación. Y de muchas otras realidades. A pesar de lo cual nos gobernó durante más de siete años.
El justo castigo
Francesc de Carreras pone el dedo en la llaga de la incompetencia de políticos y gobernantes y aborda con rigor las razones que justifican la convocatoria de los expertos (La Vanguardia, 17/11). A partir de la convicción de que "no sólo no existe oposición alguna entre técnicos y políticos sino todo lo contrario", afirma:
Rodríguez Zapatero dijo hace un tiempo algo así como que muchos en España estaban capacitados para ser presidentes del Gobierno. A mí me pareció que aquella frase era una solemne tontería aunque nunca dudé que la decía con total convencimiento y ahí están las consecuencias. En realidad pocos, o relativamente pocos, están preparados en España para presidir un gobierno, como también son pocos –aunque más– los que están preparados para dirigir una gran empresa o un equipo de investigación científica o, en fin, en otro nivel, para ser entrenadores del Barcelona o el Madrid.
Ocupar un lugar de responsabilidad en una organización compleja requiere conocimientos adecuados. Los políticos no escapan a esta regla: ni el presidente del Gobierno ni el concejal de urbanismo de un municipio.
Después de explicar cómo se elaboran las listas de candidatos al Parlamento, tomando en consideración su disciplina y no sus conocimientos, y con qué criterio los votan los ciudadanos –por su filiación política, su ideología, su capacidad de argumentación, la empatía que transmiten o, en el límite, su aspecto físico– pero no, una vez más, por su nivel de conocimientos, Francesc de Carreras llega a la siguiente conclusión:
Por tanto, ni a políticos ni a ciudadanos les importa el grado de preparación técnica de los políticos. De ahí que uno de los vicios más visibles de nuestras actuales democracias es la incompetencia y quizá por ello hemos llegado a donde hemos llegado. Desde esta perspectiva, mientras los procedimientos democráticos sigan funcionando, la presencia en los gobiernos de técnicos de personas cualificadas por sus conocimientos y no por su adscripción a un partido debería ser bien vista por todos: es el justo castigo a la ineptitud de los políticos tradicionales.
No sé si Monti y Papadimos sabrán resolver la situación. No puede dudarse de su legitimidad democrática: tienen el apoyo de amplias mayorías parlamentarias. Ya veremos cómo irán las cosas. Pero en la situación por la que atraviesa Europa, más que tribunos de la plebe u otros demagogos al uso, quizá lo que se necesita son técnicos competentes que, por lo menos, sepan hacer un diagnóstico, propongan las recetas oportunas, se las aprueben los parlamentos y estén dispuestos a aplicarlas.
Quienes amenazan nuestro sistema democrático y nuestras libertades no son los expertos en economía, en ciencias o en humanidades, sino los expertos en involuciones políticas nacidas de anacrónicas reivindicaciones identitarias, que conllevan la canonización de quimeras míticas como la Padania y los Països Catalans.