¿No es una opresión y una afrenta a su dignidad el hecho de que no se les reconozca explícitamente su derecho a tal juego, o a jugar al fútbol?¿No demuestran esas discriminaciones que estamos todavía lejos de ser una sociedad con igualdad de derechos? ¿Acaso la sociedad en su conjunto no mejoraría su calidad democrática admitiendo ese derecho de los ciegos? ¡La igualdad de derechos no admite recortes! Estas demagogias se han vuelto muy habituales, y muy cultivadas especialmente –y no es casualidad—por los mismos individuos y partidos que pretendían enterrar a Montesquieu o que protagonizaron la mayor corrupción del siglo XX en España.
Pero lo que no puede ser no puede ser, y el reconocimiento de tales "derechos", en la práctica, sólo es posible desvirtuando el sentido de las palabras y transformando en parodia los actos a que se refieren (el ping pong en nuestro ejemplo, o el matrimonio). Y creo que precisamente de esto se trata. El matrimonio de homosexuales sólo puede ser una parodia del matrimonio real, y su oficialización y equiparación legal una manera de degradar éste.
¿De dónde viene ese interés de personajes como Rodríguez, Zerolo, Gallardón y compañía por desvirtuar, degradar y convertir en farsa una institución tenida siempre por sagrada o al menos muy seria, base de la propia supervivencia humana en civilización? En unos casos obran resentimientos particulares explotados por los demagogos, pero su sentido político parte de una tradición muy asentada en la izquierda mesiánica: su aversión a la familia, junto con la religión y la propiedad privada. La abolición de la propiedad privada ha fracasado debido a la experiencia de los regímenes comunistas, y casi nadie la defiende hoy abiertamente (aunque persiste de muchas formas, como la tendencia a primar al burócrata supuestamente distribuidor de la riqueza sobre el empresario que la crea). En cambio el odio a la familia (no digamos a la religión), permanece íntegro, bien manifiesto en multitud de actitudes como el desprecio por la mujer que se ocupa de su hogar y de educar a sus hijos, el desdén por la procreación misma, la consideración de los niños como algo aproximado a mascotas, o, en este caso, la farsante equiparación de la relación homosexual con el matrimonio normal.
Por supuesto, los argumentos demagógicos (es decir, pseudodemocráticos: la demagogia es la corrupción de la democracia) esgrimidos a favor del matrimonio homosexual pueden valer para cualquier cosa: ¿no pueden pedir los practicantes del bestialismo su derecho al matrimonio con su oveja o su perro preferido? ¿O los pedófilos? Y los musulmanes, ¿por qué no van a exigir la igualdad de derechos legalizando la poligamia? ¿Acaso no son todas ellas manifestaciones de amor? ¿Acaso no se sienten todos los practicantes de esas relaciones sexuales marginados y perjudicados, incluso psicológicamente dañados por las leyes de una sociedad cerrada, intolerante y cargada de prejuicios? Prejuicios de origen cristiano, para mayor descrédito en una sociedad "laica" a la que se quiere hacer odiar sus raíces ¿No aumentaría la calidad democrática y la tolerancia social, no enriquecería la misma cultura, el reconocimiento reconocer y aplicación de todas esas formas de matrimonio que, se quiera o no, existen, son un hecho?
Decía que una raíz de esta demagogia se encuentra en la tradicional aversión de la izquierda mesiánica a la familia y al matrimonio, a los cuales han procurado siempre desprestigiar, socavar y degradar. Otra raíz, muy relacionada con ésta, consiste en la reducción de la sexualidad a una mera diversión: ¿por qué no va a divertirse cada cual como le dé la gana, incluso con parodias y farsas como la que estamos viendo, para que rabien los "retrógrados"?