Mario Vargas Llosa ha respondido una diversidad de preguntas a través de una conferencia telefónica abierta en la que, desde sus respectivos países, han participado periodistas de América del Norte, Sudamérica y América Central. El motivo, la reciente publicación de su novela El paraíso en la otra esquina (editada por Alfaguara), que dentro de quince días será publicada en francés y, en octubre en inglés, simultáneamente, en Estados Unidos e Inglaterra.
Después de tres años de investigación, acaba de publicar esta novela basada en las vidas de Flora Tristán (1803/1844) y su nieto Paul Gauguin (1848/1903). En Londres, en Arequipa, en Francia y la Polinesia, ha marchado tras los pasos de los dos protagonistas centrales del libro. Flora Tristán se convirtió en una activista social y escribió libros como Peregrinaciones de una paria (sobre su viaje a Perú en 1833) y La Unión Obrera. De manera alternada con los capítulos de la vida de Flora, aparece Paul Gauguin, quien, tras abandonar su trabajo de agente de bolsa, se marchó a vivir a la Polinesia (primero a Tahiti y luego a Hiva Oa), buscando aquel paraíso que había soñado junto a Van Gogh cuando ambos estudiaban en Arlés, un mundo donde los pintores vivirían de su arte, sin dinero y en un universo natural y casi salvaje. Uno y otro discurren, así, en torno a sus utopías.
Dice Mario Vargas Llosa sobre los personajes de El paraíso en la otra esquina: “Flora Tristán tenía la idea de una utopía colectivista y en el caso de Gauguin individualista. Ella soñaba con una sociedad perfecta, basada en la justicia, en la igualdad entre hombres y mujeres; y en el caso de Paul Gaugin, su utopía era diferente, pues aspiraba a una sociedad en la cual el arte estaría al alcance de todos los ciudadanos, el placer sería un derecho que podrían ejercitar todos sin distinción y, al mismo tiempo, se mantendría todo el vigor y la intensidad de vida de los pueblos primitivos.”
La bancarrota de las utopías políticas
Ante esto, se le preguntó, de inmediato, si en un mundo tan convulsionado como el actual hay aún lugar para las utopías, a lo que el novelista peruano respondió:
“Yo creo que las utopías políticas que caracterizaron al siglo XIX, y en algún caso se materializaron en el siglo XX, tuvieron luego una bancarrota, que ha demostrado que la utopía social y la política no sólo son difíciles de materializarse, sino que suelen traer consigo grandes catástrofes para la humanidad. El fascismo, el nazismo, el comunismo, fueron a su manera utopías; unas ideas a veces generosas y a veces macabras de lo que es una sociedad perfecta. Pero el resultado fue que en todos esos casos la sociedad que resultó fue invivible, con atropellos sistemáticos a todos los derechos humanos, por ello en el campo político la utopía ha dejado un amargo sabor en la boca. Creo que hoy hay un mayor consenso por los regímenes representados por la cultura democrática, en vez de esas sociedades perfectas que se podían diseñar y luego incrustar en la historia. Quizá la más macabra de los utopías de nuestro tiempo es la que representan los integrismos religiosos, esos grupos de fanáticos que creen que pueden traer el paraíso a la tierra, aún a sangre y fuego, utilizando el terrorismo, la violencia, el asesinato y las destrucciones masivas de los infieles, de los enemigos de la religión. Un género de la utopía condenado a ser muy minoritario y a vivir dentro de los grupos de fanáticos.”
Mario Vargas Llosa procuró visitar en su investigación (lo que dio lugar, paralelamente, a un libro de fotografías de su hija Morgana y al documental de un cineasta colombiano) todos los lugares que fueron importantes en las vidas de Flora Tristán y de Paul Gauguin. En algunos quedan huellas de su paso por ellos, “y para mí —ha dicho el escritor— ha sido muy interesante estar en ese entorno donde transcurrió la vida de estos personajes”. Este recorrido lo llevó a cabo, admitió, para familiarizarse con el que fuera el mundo de sus criaturas porque lo que pensaba escribir era una novela, no una biografía.
Flora Tristán y su nieto Gauguin
La mujeres como personajes han sido una constante en las obras de Mario Vargas Llosa, con un largo número de protagonistas femeninos habitando sus caudalosas novelas. Se le preguntó cómo valora esa presencia de lo femenino en su literatura.
“Cuando aparecieron mis primeras novelas algunos críticos me reprocharon que la mujer en esos libros tuviera un papel de segundo orden, lo que me sorprendió, porque a mí me pareció que las mujeres estaban siempre muy presentes en mis novelas, incluso desde la primera. Pero si en las primeras no tenían papeles protagónicos, es evidente que en las últimas los tienen. Y este libro que acaba de salir muestra a dos personajes centrales, y uno de ellos es una mujer. Y la verdad es que este libro comenzó siendo una novela sobre Flora Tristán; esa fue mi primer idea sobre él.”
Y aquí intervengo yo, comentándole a Vargas Llosa que sus amigos más antiguos sabíamos desde hacía mucho tiempo que deseaba escribir una novela sobre Flora Tristán, pero, pregunto, por qué y cuándo había agregado a Paul Gauguin como personaje. Su respuesta:
“Sí, la idea de incorporar a Gauguin fue tardía. Durante muchos años pensé en esta novela y siempre en Flora Tristán. Pero cuando comencé a escribirla, leyendo sobre ella, estudios y biografías, me salía al encuentro Gauguin, nieto famoso de Flora. Y la verdad es que fui descubriendo muchas semejenzas a pesar de que ellos no se conoccieron, porque Gauguin nació después de muerta su abuela. Descubrí, como digo, que tenían personalidades muy semejantes: eran dos personas con voluntad de hierro para sacar adelante sus ideas, con una cierta predisposición para ir contra la corriente y enfrentarse a su sociedad, a su tiempo, a su propio medio, todo ello, con una gran capacidad de sacrificio. Eran personajes generoros e idealistas, pero en ellos había también un cierto egoísmo y una gran didifcultad para alternar con personas que no se sometieran enteramente a sus caprichos y sus convicciones. Y así surgió la idea de escribir una novela sobre esos dos personajes, que además representan dos formas de la utopía: una utopía que es mucho más social y colectiva, y la otra más individual. Acercando esas dos vidas, pensé que ellas podían enriquecerse una a la otra.”
Cuba, Sadam Husein y la guerra de Irak
Más adelante, respondiendo a un periodista paraguayo, Vargas Llosa contó que, cuando ganó el Premio “Rómulo Gallegos”, la directora de la Casa de las Américas de Cuba le envió a través del escritor Alejo Carpentier una carta “en la que me proponían una mascarada, una fantochada: que yo recibiera ese premio y luego fuera a Cuba y lo diera a las guerrillas del Che Guevara, que no había aparecido todavía, y por lo bajo Cuba me devolvía a mí el premio que yo había donado a la revolución. La propuesta me pareció, por supuesto, asquerosa e indigna, y así se lo dije a Alejo Carpentier, y desde entonces mis relaciones con Cuba quedaron muy lastimadas y la ruptura se produjo un tiempo después con el caso Padilla”.
Un periodista chileno le preguntó qué opinaba sobre lo que definió como el “afán utópico de George Bush de ser el libertador del mundo”. Ante esta pregunta, respondió el novelista y ensayista peruano:
“I>Yo no creo que sea una utopía lo que persigue Bush; creo que es un personaje mucho más pedestre, ubicado dentro de un mundo pequeño y práctico, y creo que detrás de él, hoy en día, lo que hay es una visión de desquite de lo ocurrido el 11 de septiembre, un hecho que ha afectado profundamente a la sociedad norteamericana, un país que no había conocido el terrorismo en su seno, como tantos países del resto del mundo.”
Y, ciertamente, no podían faltar las preguntas sobre de la guerra de Irak. Mario Vargas Llosa comentó a los periodistas de las tres Américas que: “el régimen de Irak, de Sadam Husein, ha instalado la tortura y la persecución; el suyo es un régimen de oprobio. Desde luego, yo estoy contra todas las dictaduras, pero eso no significa necesariamente que uno tenga que apoyar la intervención armada en Irak. Yo soy crítico de esa intervención, porque que ella no se ha hecho dentro de la legalidad internacional, saltándose, a la torera, las Naciones Unidas y en contra de lo que era la posición mayoritaria del Consejo de Seguridad, y, para mí, eso da una ilegitimidad a la intervención armada que sienta un peligroso precedente en las relaciones internacionales”. Y más adelante agregó: “Pero no debemos olvidar que el régimen de Sadam Husein ha sido una dictadura sangrienta, que ha infringido infinito sufrimiento a su pueblo y, de este mal, que es una intervención ilegítima, puede resultar un bien, eso hay que reconocerlo. Si el régimen de Sadam Hussein es reemplazado, y ojalá muy pronto, por una alianza que abra un proceso de legalización, de libertad, de democracia para Irak, eso, si bien no va a justificar la intervención, para el pueblo iraquí constituirá, indudablemente, un gran progreso respecto de lo que ha vivido y de lo que tiene todavía”.