Marina escribe mucho sobre ética pero desconoce lo fundamental del tema, que el único derecho humano universal es el derecho de propiedad. Por eso intenta diseñar un sistema que garantice los pseudoderechos generalmente aceptados hoy día, con la particularidad de insistir en exigir responsabilidades a cambio, en valorar el talento y el esfuerzo, una visión típicamente conservadora y paternalista.
Quiere debate y un acuerdo nacional sobre nuestro modelo de economía y globalización, “en el que participen fuerzas políticas, económicas, intelectuales y sociales”. De forma ingenua, que revela su ignorancia de economía y elección pública, cree que puede compatibilizar la acción individual y el estado, el mercado y la política, “si existe un alto nivel de educación generalizada, un entorno que favorezca la innovación y aplauda al emprendedor, una Administración más eficiente y productiva, un clima alerta y estimulante en la nación entera y un desprecio feroz hacia los gorrones”.
Un alto nivel de educación nunca se conseguirá con escuelas públicas dominadas por funcionarios interesados en mantener sus privilegios, ni con medios de comunicación estatales al servicio de la demagogia política. El estado no facilita en nada su labor al emprendedor, sino que le impide su labor con sus impuestos confiscatorios y sus absurdas regulaciones. La administración nunca se ha distinguido por ser eficiente y productiva. Si gorrones son los que viven por la cara a costa de los demás, prácticamente todos los beneficiarios de la redistribución estatal de riqueza son gorrones que reclaman derechos machaconamente repetidos pero realmente inexistentes.
Frente al liberalismo espontaneísta de Hayek propone lo que él llama un liberalismo radical, que no tiene nada de liberalismo ni de radical, es un colectivismo conservador. Pretende aumentar la libertad de cada ciudadano, pero para Marina “la libertad no consiste sólo en estar libre de injerencias, sino en tener capacidad de creación, en tener recursos intelectuales, físicos y económicos para ampliar las posibilidades de acción”. Cree que puede existir un estado que promueva esta “libertad radical”.
Marina confunde libertad y poder. Libertad es, aunque no le guste, ausencia de coacción, respeto a la propiedad. El poder de actuar significa tener medios disponibles, riqueza e inteligencia. La libertad facilita la creación de riqueza, pero el estado va en contra de ambas porque no crea riqueza, solamente la redistribuye robándosela a unos para dársela a otros (normalmente buscando réditos electorales), destruyendo una buena parte en el proceso y desincentivando su creación. Se nota que Marina se ha quedado en Hayek, que no ha estudiado praxeología y que no ha profundizado en los pensadores liberales más consistentes y sistemáticos, Mises y Rothbard.
Marina cae en todas las falacias de la presunta justicia social: cree que el estado protege a los ciudadanos (sin preguntarles si desean ser protegidos ni permitirles renunciar a sus mafiosos cuidados), que defiende los derechos laborales (prohibiendo la libertad de las relaciones contractuales), y que es posible la administración sabia del gasto público (olvida que quien mejor gestiona un bien es su legítimo propietario).
Marina es el ideólogo perfecto para el actual Partido Popular: habla de libertad sin creer en ella, y defiende con naturalidad el estado colectivista. Eso sí, en una versión diluida, que no suene a socialismo y que insista en los valores y la responsabilidad, que se supone que es lo que gusta a sus votantes.
CONSERVADOR Y PATERNALISTA
Marina y el estado de bienestar
El filósofo José Antonio Marina cree que el estado del bienestar es un gran logro de la humanidad, “un proyecto de vida noble y arduo”. Pero avisa de forma crítica que no debería fomentar, como está sucediendo, la comodidad y la cultura del gorroneo, la reclamación y la queja.
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