Tal vez recuerden ese avión que se estrelló en los Andes, en el cual viajaba un equipo de fútbol, o baloncesto, me olvidé, uruguayo. Los supervivientes del accidente se encontraron totalmente aislados en la cordillera, con frío y nieve, y lograron mantenerse con vida comiendo cadáveres. Cuando al fin se les encontró, los equipos de socorro y luego los médicos y los periodistas se extrañaron al verles relativamente en buena salud, delgados, pero no tanto, y les preguntaron: ¿qué habían podido comer, ya que no había nada, absolutamente nada, en la zona del accidente? Sus respuestas fueron evasivas y poco convincentes y sólo varios años después dos de los supervivientes explicaron, primero, que habían comido cadáveres —el frío los había conservado—, y segundo, que aquello les había causado un trauma tal que necesitaron años para poder confesarlo. Que yo sepa, nadie les acusó de “crímenes contra la humanidad”. En cambio, si en una barbacoa en Torremolinos, pongamos, el huésped dice a sus invitados: “¿Os gustó el asado? Es nuestra chacha ecuatoriana, que era joven y rolliza y resultó suculenta ¿no?”, es de suponer que los invitados vomitaran de inmediato las tripas y hasta el alma. Y, sin embargo, es lo mismo, en los dos casos se trata de canibalismo, pero no tiene nada que ver, las circunstancias son radicalmente diferentes.
Puede que la comparación resulte, no sólo bestial, sino descabellada, pero me sirve para afirmar que muchos de los horrores que nuestras sociedades condenan, pueden justificarse en ciertas circunstancias. Uno de esos horrores es la guerra, claro, de eso de trata. Y si hago esa comparación, digamos, atrevida, no se debe únicamente a la actualidad, sino también al hecho de que en el pasado y en muchas ocasiones, como las guerras producían tremendas hambrunas, se dieron casos de canibalismo que siempre se intentaron ocultar. Es tabú. Hemos llegado a un momento histórico, porque no siempre fue así, en el que la guerra es considerada como el mal absoluto y los que las declaran o defienden, como caníbales.
Este sentimiento pacifista a ultranza no tiene sólo aspectos negativos, nadie niega los horrores de la guerra, pero vale la pena analizar, aunque sea a vuelapluma, lo que se oculta detrás de la bonita fachada blanca de la paz a toda costa. Primero desde luego, el miedo, el egoísmo y el confort. ¡Que no me vengan con líos! Lo cual se mezcla con sentimientos perfectamente humanos: que nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros novios, no se arriesguen a la muerte.
Tratándose de la guerra contra Irak, estos argumentos son demagógicos. De todas formas, no habrá tropas españolas, o francesas, o europeas, salvo británicas, y tal vez algunos voluntarios, en esa guerra anunciada. Heredada de la Guerra Fría, sigue siendo muy influyente la opinión de que hay guerras justas, cuando son “antiimperialistas”, y guerras injustas, cuando son “imperialistas”. Vista del lado comunista, la guerra del Vietnam no sólo fue “justa”, sino que entusiasmó a las masas. Con la implosión del mundo comunista, desaparecen las guerras justas y sólo existen las guerras injustas, decididas por el imperialismo yanqui.
Evidentemente, eso nada tiene que ver con la realidad porque los conflictos sangrientos, digamos locales o regionales, no cesan sin que las simplificaciones sobre guerras anticapitalistas y guerras capitalistas resulten evidentes en ninguno de los casos. También existe la utilización de la guerra, o de la paz, con fines nacionalistas y económicos. Un solo ejemplo, porque hay miles: Francia, mejor dicho su Gobierno, por motivos de política nacional, se ha convertido en el abanderado de la oposición europea a la política de los USA contra Irak. Pero, al mismo tiempo, lleva a cabo una operación, perfectamente colonialista y militar, en Costa de Marfil, con resultados tan catastróficos que en cualquier país normalmente democrático se hubiera impuesto la dimisión de los responsables, empezando por el ministro de Exteriores, de Villepin.
La propaganda “pacifista” del Gobierno francés, también la mayoritaria de la prensa española y de casi toda la europea, es embustera, cuando no imbécil. El primer argumento, perfectamente muniqués es: la guerra constituye siempre una derrota para la humanidad, la guerra es lo peor de todo, la guerra no soluciona nunca nada. Pues, y aunque el argumento haya sido utilizado a menudo, sigue válido: ¿cómo se hubiera destruido a la Alemania nazi sin guerra? El segundo es que Irak nada tiene que ver con el terrorismo, ni con Ben Laden. Esto es una mentira, Irak tiene todo que ver con el terrorismo y probablemente algo que ver con Ben Laden. De todas formas, Ben Laden no es el único jefe de banda terrorista islámico, que no nos vengan con cuentos. La tercera es que una guerra crearía una situación catastrófica en la región. La cuarta es que Irak no es la única dictadura que existe, y que inclusive las hay más peligrosas, como Corea del Norte.
Es evidente que Irak no es la única dictadura, pero comparar su peligrosidad con la de Corea del Norte es ridículo. Corea del Norte es un país arruinado por el comunismo, famélico, no se sabe si son dos o tres millones los muertos de hambre, cuyo único “tesoro” es su armamento nuclear. Ejerce un cínico chantaje en torno a ese “tesoro”, es su única baza para salir de su siniestro atolladero, destruirá su armamento sólo a condición de que se le pague lo que considere suficiente. Mientras tanto, ¿alguien se cree seriamente que va a bombardear Seúl?
Otro argumento es que las opiniones públicas están contra la guerra, pero resulta que las opiniones públicas están siempre contra todas las guerras y para que cambien de criterio hay que informarlas, y hoy se las desinforma. Toda la prensa española, y casi toda la europea, presenta a Irak como un pobre país, arruinado por el bloqueo, pacifico y hasta “laico”, muy pocos se atreven a seguir diciendo “progresista”, como sigue haciéndolo Jean- Pierre Chevenement, amenazado por la superpotencia imperialista que sólo quiere quedarse con su petróleo. Leyendo estas cosas todos los días, claro, muchos terminan por creérselo, y la responsabilidad de los medios, y la televisión pesa lo suyo, que es mucha en esta como en otras ocasiones es apabullante. Para no decir repugnante.
Tuve la ocasión de expresar en una de estas crónicas, mi opinión según la cual Washington era muy torpe. Esperando tanto para atacar e intentando crear un apoyo unánime antes de atacar sólo lograba fomentar opiniones hostiles por doquier en su país como en Europa y otros continentes. Sigo pensando lo mismo, pero reconozco que, fuera torpe o no, hemos llegado a una situación tal que si no se declara la guerra las consecuencias serían infinitamente peores que si se declara. Al haber evolucionado las cosas como han evolucionado, si los USA se “rajan” mañana, todas las dictaduras árabes, todos los países y organizaciones islámicas extremistas, todos los antimundialistas y anticapitalistas del mundo, teniendo en cuenta que los USA son, efectivamente, un “tigre de papel”, como profetizó el Gran Timonel, se lanzarán a la ofensiva, porque si vosotros sois pacifistas, ellos no. Los desastres, las destrucciones, los muertos causados por dicha ofensiva no pueden hoy cifrarse, pero es seguro que serían infinitamente superiores a los desastres de una guerra contra Irak. Sobre todo si el Junior no imita al Senior y no se detienen a las puertas de Bagdad, convirtiendo una victoria en derrota. Y mucho más todavía, si j’ose dire, si preferimos nuestras endebles e imperfectas democracias a todo ese abanico de tiranías que las amenazan.
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Mañana, la guerra
Este sentimiento pacifista a ultranza no tiene sólo aspectos negativos, nadie niega los horrores de la guerra, pero vale la pena analizar, aunque sea a vuelapluma, lo que se oculta detrás de la bonita fachada blanca de la paz a toda costa. Primero desde luego, el miedo, el egoísmo y el confort. ¡Que no me vengan con líos!
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