Ahora, tras el 11S y sus imprevisibles secuelas, y con la explícita intención de continuar la labor de Laurel, movidos, tal vez incluso sin saberlo, por ese mismo espíritu de supervivencia y recogimiento que he mencionado al principio, otros dos antólogos españoles (José Ángel Valente y Andrés Sánchez Robayna) y dos hispanoamericanos (Blanca Varela y Eduardo Milán), sacan en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española (1950-2000). En un mundo preocupado por otras cosas, ahíto de antologías y de publicaciones de todo pelaje, la polémica que resucita aburre ya de puro rancia. ¿A quién le importa a estas alturas la vieja pelea entre tradición y modernidad, que es a lo que en definitiva nos remite la actual división entre poetas del silencio o metafísicos y de la experiencia o realistas? Desde luego, a los autores.
En este libro, como en todas las antologías, lo más reprobable son las exclusiones, pero esa es la prerrogativa del antólogo, y éstos la llevan a cabo, todo hay que decirlo, con menos coherencia que rigor. Tiempo tendrán los excluidos de hacer otra antología en la que no salgan algunos poetas de los que aquí salen, desde luego sus cuatro autores, a quienes sin embargo debemos estar agradecidos de muchas de las afortunadas inclusiones, en particular la de la poetisa sefardita Clarisse Nicoïdski (Francia, 1938-1996) de la que ya había publicado algunos poemas la revista Poesía en la década de los 70. Como muestra, un botón:
aspirandu
aspirandu que nada venga
que ningunu mus topa
tumaremus il tiempu in un djaru
lu biviremus
si quidarán quietas
mi voz y la tuya
stamus solus
Sí, estamos solos, y de todas las ínsulas y soledades la suya es la más acrisolada, la más extraña y la más inquietante.