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SOCIEDADES VERTICALES VS. SOCIEDADES HORIZONTALES

Los verdaderos enemigos

El enemigo del desarrollo democrático de un país no puede definirse en términos de izquierda y derecha, como se pensó veinte o treinta años atrás. Esto, por supuesto, no significa que la izquierda radical que en las últimas décadas ha tratado de convertir El Salvador en un campo de concentración similar a Cuba no haya sido, y no siga siendo, una amenaza para la libertad, la democracia y el progreso económico de nuestra sociedad.


	El enemigo del desarrollo democrático de un país no puede definirse en términos de izquierda y derecha, como se pensó veinte o treinta años atrás. Esto, por supuesto, no significa que la izquierda radical que en las últimas décadas ha tratado de convertir El Salvador en un campo de concentración similar a Cuba no haya sido, y no siga siendo, una amenaza para la libertad, la democracia y el progreso económico de nuestra sociedad.

Lo que significa es que esta izquierda radical es una amenaza no por razones intrínsecas a la izquierda sino por razones que pueden existir tanto en la izquierda como en la derecha. Hace varios años publiqué un libro, titulado The Triumph of the Flexible Society (El triunfo de la sociedad flexible), en el que anotaba que la diferencia entre los regímenes destructivos y los constructivos estaba en sus estructuras sociales. Los destructivos están basados en estructuras verticales, en las que las relaciones se organizan a través de un autoritarismo que fluye de arriba abajo, mientras que los constructivos se organizan en estructuras horizontales, en las que las relaciones son libres y de igual a igual. Hay de los dos tipos de sociedad tanto en la izquierda como en la derecha. Es, precisamente, la verticalidad o la horizontalidad de sus estructuras lo que marca la verdadera diferencia entre las distintas sociedades.

De esta forma, el régimen nazi, asociado frecuentemente con la extrema derecha, tenía mucho más en común con la izquierda comunista de la Unión Soviética que con regímenes democráticos capitalistas como el de EEUU. De igual forma, Suecia, normalmente asociada con la izquierda, tiene mucho más en común con los regímenes capitalistas de Occidente que con cualquier dictadura comunista. La gran destructividad de los regímenes nazi y soviético no provenía de que uno fuera de derecha y el otro de izquierda, sino de que ambos eran verticales y autoritarios.

Lo que queremos, entonces, no es tener un régimen de derecha o de izquierda, sino que la nuestra sea una sociedad horizontal que, como ocurre en tantos países libres y democráticos, pueda tener unas veces gobiernos de derecha y otras gobiernos de izquierda, siempre y cuando todos ellos respetuosos de los derechos individuales. Nuestro verdadero enemigo es el autoritarismo, la verticalidad que destruye la libertad y la democracia.

El autoritarismo tiene maneras muy torcidas de tomar el poder, maneras que hacen que mucha gente no se dé cuenta de que aquél está tomando fuerza hasta que ya es muy tarde y resulta muy difícil detenerlo. La vía más frecuente es la corrupción, el uso del poder político para acceder al económico... y servirse de éste para reforzar el primero. Una vez se ceba este círculo vicioso, el gobierno se convierte en una presa indefensa de gente que busca acceder a los fondos del Estado para corromper las instituciones y enriquecerse a costa de los ciudadanos.

Un Estado corrupto se convierte en un instrumento para que grupos bien organizados exploten económica y políticamente a la sociedad. ¿Hay algo mejor para quien pretende acabar con la libertad e imponer ideologías extremas o enriquecerse de manera ilícita que encontrarse con un país en el que la oposición está comprada y las instituciones, corrompidas? Un país en este estado puede ser esclavizado fácilmente porque no tiene defensas.

Esta es la lección que la historia ha venido enseñando a nuestros pueblos durante los últimos veinte o treinta años. En varios casos, se hicieron los del ojo pacho cuando regímenes democráticos que emergieron a principios de los noventa se fueron corrompiendo, volviéndose instrumentos de grupos populistas que sólo estaban interesados en obtener ganancias económicas y perpetuarse en el poder.

Los partidos de derecha se hicieron los del ojo pacho porque creyeron que era preferible un corrupto de derecha que cualquiera de izquierda. Esto fue un enorme error, no sólo ético sino de juicio político. Con el tiempo, los pueblos han ido viendo que los regímenes corruptos de derecha son el camino más seguro para entregar el poder a la izquierda radical. Como se ha visto en muchos países, los corruptos de derecha no sólo han colaborado con la izquierda radical para lograr beneficios personales –dinero, o inmunidad judicial–, sino que han copiado sus métodos para silenciar a los medios, a la oposición, a las instituciones que podrían defender la democracia y la libertad. En el proceso, los radicales de izquierda no han podido corromper sin corromperse ellos mismos, sin traicionar sus ideales, olvidando al pueblo para rodearse de lujos y forrarse de plata. De esta forma, la izquierda corrupta y la derecha corrupta evolucionan irremisiblemente hacia la tiranía, comprando a algunos de sus opositores y usándolos para destruir a los que no se venden.

La izquierda y la derecha decentes deben unirse para revertir este proceso, para lo cual han de entender que la corrupción y el autoritarismo no tienen ideología. Ellos, no sus rivales ideológicos, son los verdaderos enemigos.

 

© El Cato

MANUEL HINDS, ex ministro de Finanzas de El Salvador.

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