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LA NUEVA VISIÓN VULGARIZADA

Los terrorismos favoritos

Hay una actitud política aún más engañosa que la de negar el terrorismo globalizado y sus interdependencias internas. Se trata de aquella que basa la diferenciación en favoritismos: terrorismo bueno/terrorismo malo, según convenga.

Sea sostenido por personas individuales o por colectivos, henos aquí ante el peculiar modo de percibir un fenómeno objetivo desde la perspectiva de las necesidades psicológicas, políticas e ideológicas de cada cual. Si hay gente que todavía se resiste a condenar el terrorismo como un todo y como lo que es: la amenaza más grave, apremiante y letal que se cierne hoy sobre la paz y la estabilidad del orden mundial y la libertad en las sociedades libres, ello se debe en gran medida a que se tiene la convicción de que, entre el magma de los grupos ejecutores, al menos uno merece ser salvado. Tal sujeto favorecido, el muy condonado, siempre representa un caso distinto, más complejo, necesitado de extraordinarias matizaciones y atenciones, antes de ser pasado por la crítica y la descalificación estricta, como los demás. O para librarle sin más de semejante trance. Sucede así que unos arremeten con indignación contra las acciones criminales de la ETA, tenidas por absolutamente inadmisibles para una conciencia democrática, a la vez que no ven nada malo en los ataques de la guerrilla de las FARC o del Sendero Luminoso. Y viceversa. Otros, condenan sin paliativos las acciones de las Brigadas Rojas o del IRA, pero tratan con benevolencia los atentados cometidos por Hamas, Yihad Islámica o Hezbolá, porque éstos si los comprenden. Y viceversa. Tampoco falta, en fin, quien reprueba el hiperterrorismo, haciéndolo además responsable inequívoco de la “guerra universal” que recorre el planeta, mientras no sólo no censura la violencia de las organizaciones terroristas chechenas, sino incluso hace de delegado occidental de “su causa”.

Podrían traerse aquí a citación y examen muchos más ejemplos del síndrome favoritista que glosamos, porque testimonios no faltan y las combinaciones y cruces que podrían efectuarse entre ellos nos conducirían a operar con unos guarismos muy considerables. Con lo citado, pues, ya tenemos más que suficiente. Por lo general, las justificaciones contextualistas del terror son también de lo más variado; variaciones sobre los mismos temas que se ven confirmadas en el terrorismo favorito: injusticia social; desesperación del pueblo; ocupación militar; hay que ponerse en su lugar; resistencia valerosa; miseria económica; etc. Los subterfugios y coartadas de la conciencia no vienen menos surtidos: solidaridad con el supuesto débil (David y Goliat); “orgullo del pobre”; altos ideales del combatiente; romanticismo reverdecido; espíritu de rebeldía reconstituido; rencor auténtico, Resentimiento-VII Asamblea, sympathy for the devil, etc. Resulta, en verdad, amplísima la casuística que está detrás de los afectos subyugados por la fascinación del mal y muy escabrosa la que se deja atrapar por su presunta banalidad o relatividad.

Nos guste o no, decepcionen o no las expectativas creadas alrededor del particular ángel de la guarda o el privativo ángel exterminador de turno, en la intrincada red en que se mueve el megaterrorismo –mercado ilegal de armamento, narcotráfico, campos de adiestramiento paramilitar, etc.—, las complicidades internas están probadas; y hermanadas en una suerte de comunidad de destino en lo universal donde los relojes y detonadores se ajustan a la misma hora del fin final. Tales coincidencias podrán, sin embargo, despreciarse o reducirse a la condición de datos circunstanciales. Las definiciones de terrorismo global serán aceptadas asimismo con resignación. Mas siempre se alegarán matices, formulaciones diferentes y excepciones que alarguen indefinidamente el debate, y lo reduzcan a simple querella semántica.

En este panorama, las excusas, las divagaciones y, sobre todo, la falta de voluntad actuante se alían al favoritismo protector y justificador, en la misión de dificultar la acción contraterrorista. La gracia al horror concedida a siniestra y a la diestra experimenta, por lo demás, un crecimiento directamente proporcional al aumento y gravedad de la nómina y cronología de los ataques terroristas: las probabilidades de que se presente un agente o paciente terrorista merecedor de simpatía o aversión, respectivamente, crecen. Y en las actuales circunstancias, la ambigüedad del reacio, del diletante, del oportunista, del equidistante y del escrupuloso se transforma de inmediato en complicidad externa. Otra forma de excepción cultural.

A la hora de manifestar la predilección favorable por el terrorismo favorito las opciones se multiplican, a gusto del público. Cada uno se identifica con una causa especial que defender o un objetivo maldito que liquidar, en los que proyecta sus más íntimas ansias de resarcimiento, represalia y desquite. Ahora bien, en la selección de la víctima que se sirve en sacrificio para aplacar la ira y satisfacer la especial vendetta, destaca entre la maleza un tipo de actor terrorista que es excusado casi unánimemente: el palestino. Y unos pacientes de la némesis terrorista que son permanentemente acusados sin perdón ni compasión: el pueblo israelí y el norteamericano. He aquí el común denominador de la madre del cordero ofrecido en sacrificio, o sea, de la madre nutricia que alimenta al terrorismo global: el antiamericanismo y el antisemitismo.

El terrorismo sin fronteras odia a muerte todo vestigio de democracia y libertad en las sociedades. Y hoy EEUU e Israel simbolizan esos valores. Son fuertes, arrogantes e imperiosos. Hacen la guerra contra el Mal y defienden la ley y el orden. Y eso no resulta simpático para el pueblo, la gente sencilla y los amantes de la aventura. En el imaginario de las almas cándidas, Yaser Arafat y Ben Laden encarnan hoy la épica de resistencia y justicia, como ayer El Zorro y El Coyote. Héroes y personajes favoritos, entre otros, del público infantil y los mayores sin reparos.
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