
Esto me recuerda el excelente (como siempre) artículo de Cristina Losada en el número 24 de La Ilustración Liberal: 'La pose rebelde y el deseo de conformidad', en el cual señala que la Fundación Ford, así como la Carnegie y la Rockefeller, "promovía –y sigue promoviendo– el ideario de la izquierda". Cabe preguntarse si se trata de masoquismo, de ignorancia o de boba "tolerancia".
Estos nombres que acabo de citar, y sobre todo Ford y Rockefeller, constituyen los símbolos más odiados del más despiadado capitalismo, y resulta que promueven "el ideario de la izquierda". Como soy de una tolerancia inaudita y culpable, y además no conozco los detalles de las actividades y ediciones subvencionadas, admito, por principio, que hayan podido realizarse y publicarse cosas de cierto interés, incluso si "de izquierdas". No es en absoluto el caso del libro de Tcherkaski, pura basura que desprestigia tanto a su autor como a su mecenas. Y no será el único con tales características.
Me temo que sea más grave; me temo que esas becas y subvenciones, como la "alianza de civilizaciones" y otras manifestaciones de semejante índole, tengan los mismos fundamentos que las políticas de quienes consideran que "si somos buenos con los terroristas, serán bondadosos con nosotros"; y añaden: "De todas formas, Occidente es el culpable". En el caso de Rockefeller y demás: "Occidente y el capitalismo somos culpables".

Y me recuerda una conversación que tuve con Luis Racionero, a principios de este siglo y en París, cuando aquél aún era director del Colegio de España. Le comentaba irónicamente la política del PP en relación con los intelectuales y la cultura en general, y le dije: "Los únicos que salís en la foto sois Sánchez Dragó y tú, y para de contar. Está resultando ridículo". No se enfureció, pero no le gustó y respondió: "Ten en cuenta que en España todos los intelectuales son de izquierdas". Falso, le dije; y cualquier lector de Libertad Digital y La Ilustración Liberal lo sabe. Como, por ejemplo, los lectores de ABC y El Mundo, pueden leer, a veces, artículos y columnas a contracorriente del conformismo progre dominante.
Por cierto, aprovecho la ocasión para reafirmar mi solidaridad con Federico Jiménez Losantos. Entiendo que el tono tajante y apasionado de Federico (que a mí me encanta) pueda doler o irritar a quienes son el blanco de sus críticas; pero en una democracia, y en el terreno de la libertad de expresión, el duelo debe realizarse con las mismas armas: ésa es, al menos, la norma entre caballeros –en la medida en que aún existan caballeros.
O sea, que si opiniones expresadas en los medios son consideradas erróneas, injustas o falsas, es en los medios que corresponde responder, y no con censuras y tribunales. El muy real, y no como el otro, "acoso a la COPE", y concretamente a 'La Mañana' y a 'La Linterna', que se han convertido en dos faros de la oposición a los rinocerontes (véase Ionesco), es lo más parecido que existe a la censura franquista (la comunista sería peor); ¡y en Cataluña no hablemos!

Volviendo a cosas más civilizadas, como mi conversación con Racionero, yo no reivindicaba para los intelectuales el papel de floreros en las tribunas de los mítines del PP, ni su participación en las clásicas campañas de "abajo firmantes", ni la constitución de peñas de hinchas a favor de tal o cual torero popular; espero, incluso, que ningún intelectual realmente liberal aceptara el papel de "intelectual orgánico", tan preciado por los PC y los PSOE (sí, ya sé: para Gramsci, el intelectual orgánico era el propio partido, pero el término se ha desplazado y significa muchas veces el intelectual que obedece las consignas del partido "obrero"). Lamentaba, precisamente, que nadie hubiera inventado algo nuevo, diferente, que respetara las libertades individuales y nutriera, sin embargo, discusiones, debates, polémicas.
Voy a dar unos pocos ejemplos: para mí, una política liberal exigiría la supresión de todas las subvenciones a las ONG. No hay motivo para que sean los contribuyentes quienes sufraguen los gastos y altos sueldos de esas estafas progres ambulantes: que paguen sus socios. La supresión del Ministerio de Cultura –salvo un Secretariado de Estado para la conservación del Patrimonio–. La supresión o drástica disminución de las subvenciones estatales a la "cultura"; pero, al mismo tiempo, supresión o drástica disminución de todos los impuestos, tasas, IVA, relacionados con el cine, el teatro, el libro (supresión del precio único), los conciertos, las exposiciones, etcétera, para abaratar considerablemente los precios y favorecer el acceso a la cultura a un amplio público, sin "política cultural" ni mordidas a los amiguetes.

Evidentemente, la enseñanza constituye una cuestión fundamental en cualquier país, y en España va mal, como lo demuestra el aquelarre de las reformas montadas, desmontadas y remontadas. Pero es un tema que no me atrevo a abordar sin consulta previa con Alicia Delibes. Y hablo en serio.
Pero el deber fundamental de un partido político es hacer política. Y en este sentido, si el Gobierno de Aznar fue de lo mejor que ha conocido España desde hace tiempo, en varias ocasiones el PP ha fallado, en mi opinión. Durante lo que, para ir deprisa, calificaré de "crisis iraquí", gracias a Aznar España estuvo, y por primera vez, en primera fila de los países que luchaban por una verdadera alianza de las civilizaciones democráticas, contra la barbarie y el terrorismo; pues sectores del PP, incluidos dirigentes y ministros, se asustaron, consideraron a Aznar demasiado imprudente, temieron la calle, los alaridos mediáticos, y no le apoyaron suficientemente.
Por conformismo y falta de audacia, el PP hizo una campaña fofa e insulsa a favor de la Constitución europea, cuando hubiera debido defender el "no", explicándolo con paciencia y tesón.
Ante la destrucción programada de España, el PP se ha opuesto, sí, al estatuto catalán, pero insuficientemente, teniendo en cuenta que la mayoría de los españoles está en contra, que hasta Bono dimite por eso, y aún hay mar de fondo y cabreo en el PSOE.